El apóstol Santo Tomás y Jesús, por María García de Fleury
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Santo Tomás apóstol era judío, pescador de oficio. Tuvo la bendición de seguir a Cristo, quien lo hizo apóstol el año 31, su nombre aparece en todos los evangelios.
Cuando Jesús anuncio su intención de regresar a Judea para visitar a Lázaro, Tomás que lo llamaban Dídimo, que quiere decir «El Mellizo», le dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él», demostrando su admirable valor. Tomás estaba seguro de una cosa, sucediera lo que sucediera por grave y terrible que fuera no quería abandonar a Jesús.
El valor no significa no tener temor. Si no experimentáramos miedo y temor sería muy fácil hacer cualquier heroísmo. El verdadero valor se muestra cuando se está seguro de que puede suceder lo peor, sentirse lleno de temor y terror, y, sin embargo arriesgarse a hacer lo que se tiene que hacer. Eso fue lo que hizo Tomás.
Nadie tiene por qué sentirse avergonzado de tener miedo, de lo que si debe avergonzarse es que por tener miedo dejemos de hacer lo que la conciencia dice que si debemos hacer. Santo Tomás es un ejemplo para nosotros.
El evangelio de San Juan también narra que durante el discurso antes de la última cena, Tomás le dijo a Jesús: «Señor no sabemos adónde vas, ¿Cómo podemos saber el camino?». Tomás era demasiado sincero, tomaba las cosas muy en serio, tenía que estar seguro, entonces recibió una de las respuestas más formidables del hijo de Dios, una de las más importantes afirmaciones que Jesús hizo en toda su vida. Nadie debe avergonzarse de preguntar y buscar respuesta acerca de lo que no entiende respecto a Dios, porque hay una verdad sorprendente y bendita: todo el que busca, encuentra. Jesús le respondió a Tomás: «Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al padre sino por mí».
A Tomás se le conoce sobre todo por su incredulidad después de la muerte del señor. Un día que Jesús se apareció a los discípulos, el día de la resurrección, para convencerlos de que había resucitado realmente, Tomás no estaba con ellos. Cuando los apóstoles le anunciaron la resurrección de Cristo, Tomás les dijo: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos ni meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado no creeré».
Ocho días más tarde, cuando Jesús se encontraba con los discípulos se dirigió a Tomás y le dijo: » Tomás pon aquí tu dedo, mira mis manos, dame tu mano y ponla en mi costado, no seas incrédulo, sino creyente». En ese momento, Tomás hizo su acto de fe, cayó de rodillas y le dijo: «Señor mío y Dios mío». Entonces Jesús dijo otra frase que es muy importante, le dijo «Tomás has creído porque me has visto, bienaventurados los que han creído sin haber visto».
Santo Tomás predico el Evangelio a los medos, a los persas y después pasó a la India, donde fue martirizado. El 3 de julio del año 72 entregó toda su vida y esfuerzo por Dios, consciente de que con ¡Dios siempre ganamos!