OPINIÓN | Domingo de Ramos, por María García de Fleury - 800Noticias
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María García de Fleury

Comienza la Semana Santa con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén,  montado sobre el lomo de un burro. Y termina la Semana Santa con la resurrección gloriosa de Jesús y su entrada triunfal al cielo. Esta primera entrada triunfal,  reunió a grandes grupos de personas que fueron desde el Monte de Los Olivos,  con ramas de palmeras en las manos,  agitándolas en señal de saludo solemne y aclamación victoriosa a Jesús que entraba en la ciudad santa de Jerusalén diciéndole; «bendito el que viene en nombre del señor».

Bendecir significa desear el bien a algo o a alguien. De acuerdo a la biblia,  bendecir es comunicar el bien y solo Dios puede comunicar sus bienes,  solo Dios puede bendecir,  pero cuando la persona bendice expresa su deseo y petición para que Dios bendiga.

Por ejemplo, Jesús bendecía el pan antes de partirlo en la multiplicación de los panes , antes de partirlo en la última cena,  lo mismo hizo Emaús,  es decir Jesús alabó a Dios por el pan. Jesús bendijo a los niños, bendijo a los apóstoles, a la gente antes de la ascensión. Enseñó a sus discípulos a responder con una bendición a la maldición de sus enemigos y presentó la felicidad eterna de los justos,  como la bendición final que da Dios padre en contraste con la maldición que caerá sobre aquellos que no vivieron ni actuaron de acuerdo a las leyes de Dios.



Los judíos piadosos bendecían,  alababan y le daban gracias a Dios. Los discípulos de Jesús lo bendecían y lo alababan como a Mesías y a María la bendecían como la madre del Mesías.

Bendecir las palmas en una forma de reconocer y alabar el poder, la majestad , la gloria y la soberanía de Dios. Tributarle honor, mostrarle gratitud y confianza. El domingo de ramos es un día de triunfo para Jesús,  fue aclamado como rey,  entró en la ciudad santa de Jerusalén montado sobre un burro entre los gritos de alegría de la gente que decía; «bendito el que viene en el nombre del señor. Bendito el reino que llega».

El problema es que el reinado que proclamaba Jesús no era para esta tierra.  Él dijo; «mi reino no es de este mundo», pero hubo gente que no lo entendió así. Jesús era un Mesías espiritual,  aunque sus gestos y consignas tuvieran repercusiones sociales.

No vino a buscar su triunfo personal,  ni tampoco el de sus seguidores, tampoco pretendió lograr fama,  a lo que vino fue a salvarnos del mal moral, a librarnos del pecado,  a darnos vida y vida en abundancia. Él dijo; «den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

La misa del domingo de Ramos se inicia con la bendición y la procesión de las palmas. Se reciben las palmas y se dice o se canta; «bendito el que viene en nombre del señor». Bendecir las palmas es una forma de alabar a Dios,  es un ritual por el cual el sacerdote santifica las palmas para invocar , pedir,  solicitar el favor divino.

La palma es símbolo de victoria, con la palma en las manos queremos manifestar que hemos vencido a satanás, que pertenecemos al equipo de Dios y que sabemos que con Dios siempre ganamos.

Segunda palabra de Jesús en la Cruz «Hoy estarás conmigo en el paraíso» Lucas, 23:43

Estas palabras se las dice Jesús a uno de los dos ladrones entre los que está crucificado. Al ver esas tres cruces podemos proyectar lo que será el juicio final: Jesús como Juez sentado en su trono en el centro; a un lado los benditos: aquellos que supieron amar y del otro lado los que fueron indiferentes y los que odiaron a quienes Jesús maldice.

El cambio espiritual del ladrón de la derecha enseña cómo la esperanza nace primero del temor y luego de la fe. Su conversión empezó cuando tuvo miedo y se atrevió a decir “Señor, acuérdate de mí cuando hayas llegado a tu reino” (Lc 23,42). Ese ladrón, al final aprendió a tener esperanza y se hizo humilde. Ambos estaban en una cruz.

Aprendamos que ni los buenos ni los malos se escapan de la cruz pero la esperanza y confianza en Dios reciben una respuesta inmediata: “hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Pídele a Dios que, a pesar de todo lo que vives, aleje de ti el orgullo que te condena y haga crecer en ti la esperanza y la fe. Reza un Credo, un Padrenuestro, Avemaría y Gloria.