De una pequeña hacienda de cacao venezolano para el mundo, soñar en grande - 800Noticias
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Vigmeri Estrada, una joven ingeniera del norte de Venezuela, lo dejó todo para dedicarse a su pasión: el mundo del cacao, desde su origen hasta su venta en forma de chocolate, partiendo de una hacienda familiar. Donde su familia veía un medio para sobrevivir con la venta de materia prima, ella vio, desde que tenía 15 años, una gran empresa conocida en todo el mundo.

Y en torno a ese sueño giró gran parte de la vida de Vigmeri, quien, a sus 36 años, logró hacer de la hacienda de seis hectáreas -ubicada en Las Trincheras, estado Carabobo- una cadena familiar, con labores asignadas a cada miembro del clan, siguiendo siempre una idea que, explica a EFE, muchos veían inalcanzable.

Durante un recorrido por la plantación, aledaña a su casa, la joven cuenta cómo puso en práctica su plan, mientras su tío Carlos enseña dónde se dan los primeros pasos de la cadena, que son de los que él se encarga, antes de que la materia prima llegue a la fábrica que Vigmeri ideó.

El hombre muestra las matas abarrotadas de distintos tipos de cacao y menciona, una y otra vez, a su sobrina, a quien considera la artífice de un proyecto que, aunque ha avanzado, tiene todavía un largo camino por recorrer hasta lograr el objetivo: que la marca «Kiero Chocolate Venezolano» dé la vuelta al mundo.

Y es en esa senda en la que quiere caminar al lado de la joven, que le da instrucciones que él sigue disciplinadamente. La última: explicar a EFE cómo se corta, se desgrana, se fermenta el cacao en un rudimentario aparejo y se seca, un complejo proceso que pocos amantes del chocolate conocen.

Ilusión, el motor que lo mueve todo

Vigmeri, nativa de Las Trincheras, recuerda que allí creció y vio a sus abuelos, padres y tíos cultivar, recoger, cortar, desgranar y vender el cacao, sin pensar en que, si se continuaba el proceso hasta convertirlo en chocolate, las ganancias serían mucho mayores.

Pero ella sí lo pensó. Y fue ese pensamiento el que la llevó a matricularse en ingeniería química, donde pronto se dio cuenta de que allí no le aportaban los conocimientos que creía que iba a adquirir para entender el manejo de componentes de fabricación, así que se cambió a ingeniería industrial, pensando en idear novedosos aparatos para trabajar el cacao.

«Allí empecé a crear máquinas (…) desde que inicié la carrera, todos mis proyectos y los programas que daban en la universidad eran a raíz de Kiero Chocolate Venezolano», la marca que patentó hace menos de cuatro años, explicó.

A medida que pasaba el tiempo, la idea se afianzaba y la contagiaba a los suyos, que hoy creen firmemente en ella y la repiten como un mantra. Así, la empresa familiar se hizo realidad, con pequeños espacios y grupos que van creciendo, a medida que la imaginación de Vigmeri vuela más alto.

Hay una hacienda, un equipo de empleados, una minúscula fábrica, algún puesto de venta, un pueblo cercano en el que funciona el «boca a boca», y una gran ilusión que mueve su pequeño mundo.

La fábrica

A unos dos kilómetros de su casa y de la hacienda cacaotera, está la fábrica, en la que trabajan pulcra y minuciosamente tres personas que ponen todo su empeño en que el sueño de Vigmeri crezca y, a la par, su labor sea reconocida en el mundo, y su prestigio tenga la recompensa merecida.

En apenas 20 metros cuadrados, dos mujeres y un hombre procesan el producto de manera artesanal, siguiendo las indicaciones de la jefa desde el principio, pasando por el derretido, el atemperado, el moldeado, el refrigerado y demás pasos, hasta el empaquetado final, todo de forma manual.

Allí, se tuesta y se muele el cacao, para luego pasar al trabajo más delicado, como las mezclas y el resto de elaboraciones, detalla a EFE Mariana Vizamón, una de las mujeres que se encargan de la fabricación.

«Lo pasamos a la refinadora, de allí hacemos las mezclas que necesitamos del chocolate que queremos hacer: chocolate con leche, 70 %, 90 %, 50 %, chocolate blanco… Todo va a pasar por la refinadora. Luego, va un proceso de atemperado, luego vamos a moldear, y luego lo pasamos a la nevera, lo sacamos y desmoldamos y empieza el empaquetado», explica Mariana.

Y después, a disfrutar de la vianda, una degustación que se puede hacer en la antesala de la fábrica, donde Vigmeri habilitó una pequeña tienda, en la que, además, no falta el chocolate caliente recién hecho. Y así, en Las Trincheras, continúa el sueño de llevar al mundo su seña de identidad. EFE

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