COMPARTE | Tributo a la Madre Teresa de Calcuta
Agencias / 800 Noticias
En el mes de septiembre recordamos el lamentable fallecimiento de la Madre Teresa de Calcuta y su inmensa obra de amor que marcó a todo quienes habitamos en este planeta.
Una monja de corta estatura que vestía sari blanco con bordes azules y que ejerció en vida la más grande misión imaginable: «dar hasta que duela», según sus palabras.
En 1979 obtuvo el Premio Nobel de la Paz; y después, recibió el Primer Premio Juan XXIII de la Paz y los premios Kennedy, Nehru, Templeton, Internacional Albert Schweitzer y Balzan a la humanidad, paz y hermandad entre los pueblos.
Estados Unidos la condecoró con las medallas Presidencial de la Libertad y de Oro del Congreso, y la nombró Ciudadana de Honor.
Entre las personalidades que la visitaron en Calcuta se contaron dos papas -Pablo VI, en 1974; y Juan Pablo II, en 1986- y la princesa Diana de Gales, que la antecedió cinco días en morir.
En 2000 se instituyó en su honor el 5 de septiembre como Día del Hermano; en 2003 el Vaticano la beatificó. La India, el escenario que eligió para ejercer la caridad, todavía era colonia británica cuando ella llegó; y pese a su gran desarrollo actual, sigue siendo un país de grandes contrastes.
A diferencia de sus cuatro castas superiores (sacerdotes, gobernantes, comerciantes y campesinos), los «intocables» conforman una multitud hambrienta y enferma, que vive resignada a su situación, rayada en lo inhumano, por una filosofía fatalista.
Justamente, esta gente a la que nadie toca, por temor a contraer su supuesta impureza- fueron los elegidos por la madre Teresa: a ellos los abrazó, besó, enseñó y auxilió en el hambre y la enfermedad.
Agnes Gonxha Boyaxhiu -tal su nombre- nació el 26 de agosto de 1910 en Skopje, una ciudad albanesa que hoy pertenece a Macedonia. En 1931, al recibir los hábitos, tomó el nombre de una monja francesa canonizada en 1927 como santa Thérese de Lisieux.
A los 18 años ingresó a la Orden de las Hermanas de Loreto, en Irlanda, con la idea de ser monja misionera en la India; tres meses después fue enviada al noviciado de esa orden en Darjeeling, uno de los centros culturales británicos más importantes de ese país, donde permaneció 20 años.
A este convento asistían a tomar clases niñas inglesas e hijas de las familias indias adineradas, pero pronto ella democratizó la enseñanza y comenzó a impartirla a los chicos pobres.
Además del inglés, dominaba el bengalí y el hindi, y había hecho cursos intensivos de enfermería para poder ayudar a los que quedaban fuera de aquel oasis, que finalmente abandonó en 1948, tras haber ejercido cuatro años como directora.
Teresa había visto que en Calcuta los pobres morían de hambre en las calles, que el camión de la basura recogía sus cadáveres como un residuo más y que los niños pobres eran deformados por sus padres al nacer para que dieran lástima y consiguieran así una limosna que les asegurara la supervivencia.
Su lugar estaba allí afuera. Pidió permiso para salir, pero el arzobispo de Calcuta se lo negó: para hacerlo debía dejar de ser monja. Recurrió al Vaticano y en julio de 1948 fue autorizada.
Se vistió entonces con un típico atuendo indio -el sari blanco de bordes azules- y se instaló provisoriamente en el Hogar San José, de la orden de las Pequeñas Hermanas de los Pobres.
Dos años más tarde, el 7 de octubre de 1950, fue establecida oficialmente en la Arquidiócesis de Calcuta, la congregación que ella misma creó: la de las Hermanas Misioneras de la Caridad.
Su primera visita fue al suburbio de Motijhil, un barrio con olor a aguas servidas y basura quemada. Llevó comida y la compartió con varios pequeños, a los que les dio clase en las calles.
Unos meses más tarde ya había levantado una escuela. Luego fue a Tijalba, un lugar poblado de leprosos abandonados. Pidió ayuda a sus ex alumnas, algunas de las cuales se hicieron voluntarias, y se lanzó a buscar a otros enfermos y a auxiliarlos.
Su idea era la de conformar un sitio donde pudieran, si no curarse, por lo menos despedirse en paz. Ese hogar del moribundo, llamado Nirmal Hidray o «Casa del Corazón Puro», fue incluído en el itinerario del papa Juan Pablo II, cuando viajó a la India en 1986. Doce años antes, la había visitado Pablo VI. En 1986, la monja fue a Cuba, se entrevistó con Fidel Castro e instaló allí su orden; y en 1988, tras el terremoto de Armenia, logró entrar en la ex Unión Soviética para ayudar.
Cuando en 1990 le empezó a fallar el corazón, un marcapasos la volvió a levantar y siguió trabajando fortalecida, pero siete años más tarde, el viernes 5 de septiembre de 1997, murió de un paro cardíaco. Tenía 87 años, y nunca había cesado de dar.