¿Cómo se puede ser santo en el siglo XXI?
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Por canonización se entiende el acto pontificio por el que el papa de Roma declara que un fiel ha alcanzado la santidad. El proceso de canonización es uno de los procesos especiales que están regidos por una norma específica. Al acto de la canonización precede un verdadero proceso judicial de los más rigurosos que existen en el mundo. Baste decir que una causa de canonización se desarrolla generalmente durante decenios, y no es extraño encontrar causas que han durado siglos.
Ser santo implica recorrer un camino muy largo y muy escrupuloso. También las Iglesias ortodoxas en todas sus vertientes poseen procesos para llegar a la santidad canonizable, pero es mucho más corto y más local en la mayoría de los casos, dado que son, muchas de ellas, Iglesias nacionales.
y es la Iglesia quien por medio de un riguroso proceso dará a conocer la vida y obra del candidato como ejemplo a la comunidad eclesial.
¿El proceso para canonizar fue siempre así? No. En el cristianismo primitivo los mártires (testigos) eran los que se los proponían como un ejemplo a seguir durante las persecuciones. Al cesar las mismas, a partir del S. IV el ámbito de la santidad canonizable mutó hacia aquellos que “morían al mundo para servir a Dios” es decir clérigos y religiosas. Con el paso de los siglos el concepto continuó mutando y no solo los sacerdotes, religiosos y religiosas eran ejemplo de virtud, sino también los laicos, y la Iglesia reconoció que el laicado es también es un camino de santidad.
El Papa san Juan Pablo II, fue sin lugar a dudas el Papa de Roma que más beatificaciones y canonizaciones realizó en los últimos tiempos proclamando en sus casi 25 años de pontificado un total de 269 santos y 1.314 beatos.
San Juan Pablo II sostenía que hacían falta modelos de vida de santidad para los cuestionamientos y requerimientos del S. XXI. El Papa Francisco, hondará más aun en este tema en la exhortación apostólica “Gaudete et Exsultate”, en la cual trata sobre la llamada a la santidad en el mundo actual. En dicho documento quiso dejar bien claro que no quería hablarnos sólo de los beatificados o canonizados, sino de todos aquellos que participan de la santidad del Pueblo de Dios:
“Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad de la puerta de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, la clase media de la santidad” (nº 7).
Cierto es que la jerarquía católica, en el afán de poner a los santos como ejemplos de vida al resto del pueblo fiel, durante mucho tiempo los cubrieron de un halo de excepcionalidades que lo único que ha servido fue para alejarlos de nuestra corriente cotidianidad.
Estos ejemplos de santidad eran tan lejanos, tan virtuosos y tan sublimes que no servían como ejemplo de vida a nadie. Ya de niños hacían cosas excepcionales: no comían los viernes, cuando oían una campana les caía una lágrima de sus ojos, jamás dijeron una mala palabra o nunca miraron a una mujer (si son hombres) o nunca miraron un hombre (si es una mujer) y muchos más etcéteras. Nosotros, habitantes del S. XXI, comenzamos a sospechar que algo no funcionaba bien en esos estereotipados ejemplos de vidas que poco tenían que ver con nuestro día a día, y como ese era el espejo de la santidad en el cual debíamos reflejarnos, huíamos de ellos porque somos conscientes que no encajábamos en esos sublimes cánones. Entonces el tema comenzó a cambiar, y se demostró que los santos también fueron pecadores, y eran gente común y corriente y que todas aquellas narraciones no eran más que construcciones hagiográficas que poco tenían que ver con la vida real del santo o santa.
Hoy tenemos ejemplos como el Beato Carlo Acutis. Un adolescente absolutamente común, que navegaba por las redes y jugaba al fútbol; o Matt Talbot, un hombre que se había perdido en el alcohol y los pubs de Dublín, hasta que logró obtener la gracia y recompuso su vida, entre muchos otros.
Chesterton decía que el camino a la santidad era “la conciencia viva de las propias falencias aceptadas y combatidas”. El papa Francisco insistirá: “No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia. En el fondo, como decía León Bloy, en la vida existe una sola tristeza, la de no ser santos” (nº 34).
Este cambio de paradigma en la santidad canonizable ya había comenzado por san Juan Pablo II. La gracia de Dios que envuelve a los santos es, justamente; porque han caído y Dios los asiste. El samaritano ayudó a un hombre porque estaba tirado en el suelo y lastimado luego de ser presa de ladrones; Verónica limpió con un pañuelo el rostro de Jesús, porque estaba sucio; Jesús es ayudado a cargar la cruz porque no puede más con ella. Los seres perfectos no necesitan de Dios. En cambio los que reconocen sus faltas, sí. Ese es uno de los caminos a la santidad: la redención.
Este camino es reconocido por muchas de las comunidades cristianas de la reforma, que si bien no canonizan, ponen sus vidas como ejemplo de que la redención es posible. Como el ministro anglicano John Newton, el cual había sido traficante de esclavos, bebedor empedernido, pero su vida dio un vuelco en medio de una tormenta en alta mar y gracias a su conversión escribió el cántico “Sublime gracia” (Amazing Grace) y él mismo escribió el epitafio de su tumba la cual reza: “aquí yace John Newton. Ministro del Señor. Una vez infiel y libertino. Traficante de esclavos en África el cual fue preservado, restaurado, perdonado y designado para predicar la fe por la rica misericordia de nuestro Señor Jesucristo y por la fe que durante mucho tiempo se había esforzado por destruir.”
Volvamos a la historia. En un principio eran los Obispos de cada lugar quienes canonizaban a las personas de su diócesis que eran considerados como santos por la comunidad: lo hacían por aclamación popular. Muy comúnmente se tomaba como fecha de canonización el traslado de sus restos a una Iglesia. Hasta hoy, para algunos santos se celebra la “fiesta de la traslación”.
Pero el tema de las canonizaciones comenzaba a desmadrarse y en el concilio de Frankfurt, que tuvo lugar el 1 de junio de 794 y fue convocado y presidido por Carlomagno, se tocaron varios temas -entre ellos la condena de la herejía adopcionista- y se revocaron los decretos sobre los iconos sagrados que se habían establecido en el año 787 en el concilio de Nicea. También se trató el tema de las canonizaciones. En el Concilio de Maguncia convocado en el año 847 por Rabano Mauro, Arzobispo de Maguncia, junto con Luis II, el germánico quien fuera el primer rey de Francia Oriental, se trató la reforma de la disciplina de la Iglesia y temas relacionados con los procesos de canonizaciones, entre otras cuestiones.
El paso de las canonizaciones episcopales a la papal fue lento. Al principio solo se elevaba la papa un libelo en el cual se relataba la vida y obra del candidato que los obispos presentaban y el papa daba su autorización. Entre los siglos XI y XII, los papas comenzaron a viajar y en cada viaje ocurría alguna traslación de los restos de algún futuro santo y que delante del papa de Roma, otorgaba otra jerarquía el evento, y poco a poco se fueron creando los procesos y así fue que se llegó que solo Roma, reconozca la santidad canonizable.
La primera canonización papal fue llevada a cabo por Juan XV y fue la del Udalrico, obispo de Augusta ocurrida durante el sínodo de Letrán del año 993.
La universalidad del acto de canonización será llevada a cabo por Benedicto IX en su sermón de Navidad del año 1041 en el cual propondrá a san Simeón como un ejemplo de virtud para todos los pueblos y lenguas con intención que sea venerado por la Iglesia en su universalidad estableciendo fecha, y obligatoriedad de celebrar su memoria cosa que no se hacía hasta ese momento.
Inocencio III propondrá a san Homobono en una carta con fecha del 12 de enero de 1199. En ella realiza un breve resumen de su vida asegurando que el mismo fue compuesto con testimonios tomados bajo juramento. Por primera vez se basará todo en investigaciones con declaraciones juradas por los testigos de su vida, las cuales fueron examinadas por un cardenal y propuesta en la reunión de los cardenales.
En la actualidad podemos leer en el Canon 1403 § 1 del derecho canónico: Las causas de canonización de los Siervos de Dios se rigen por una ley pontificia peculiar. § 2. A esas causas se aplican además las prescripciones de este Código, cuando esa ley haga remisión al derecho universal o se trate de normas que, por su misma naturaleza, rigen también esas causas.”
Actualmente el procedimiento que se debe seguir en las causas de canonización está recogido en la Constitución Apostólica “Divinus perfectionis Magister”, de 25 de enero de 1983, en el motu proprio “Maiorem hac dilectionem” de 11 de julio de 2017 y en las “Normae servandae in inquisitionibus ab episcopis faciendis in causis sanctorum” promulgadas por la congregación para las causas de los santos el 7 de febrero de 1983. Estas normas modifican y actualizan lo relativo a las causas de canonización, normas que recogen a veces experiencias muy antiguas. También se deben tener en cuenta otros documentos; entre ellos destaca el mensaje de Benedicto XVI al prefecto (director) de la Congregación (ministerio) para las Causas de los Santos.
Para introducir una causa de canonización se exige que transcurra un plazo de cinco años desde la muerte del fiel. Anteriormente se establecía que debían transcurrir más de cincuenta años antes de iniciar el proceso de beatificación. La legislación actual ha decidido reducir el plazo a cinco años para evitar la desaparición de pruebas y el fallecimiento de aquellos que estuvieron cerca del candidato y darían el testimonio de sus obras. De todas maneras, el Papa puede dispensar del plazo de cinco años. En los últimos años se han dado algunas dispensas: son conocidas la que concedió Juan Pablo II para iniciar el proceso de la beata Teresa de Calcuta, y la que otorgó Benedicto XVI para iniciar el proceso de canonización de san Juan Pablo II.
Los promotores de una causa de beatificación pueden aprovechar estos años para recoger testimonios de personas que conozcan la vida del candidato a santo y que puedan ilustrar la fama de santidad, así como para redactar una biografía rigor histórico, crítico, cuidada documentación y estudio científico en sus formas de historicidad.
Como hemos leído, la santidad canonizable es un camino largo. La gran mayoría de las personas ignoran cómo se llega a esta etapa en la Iglesia católica, por tanto los invito a continuar en la próxima entrega, para seguir descubriendo esta realidad poco conocida de la Iglesia Católica.
Con información Infobae