Cardenal Luis Stepinac, por María García de Fleury
Por: María García de Fleury
Alojzije Stepinac nació el 8 de mayo de 1898 en un pueblito de Croacia llamado Krasic. Era hijo de campesinos humildes, lo educaron en la verdad y en el amor a la vida, desde muy joven decidió consagrar su vida al servicio de Dios.
Los tiempos no eran fáciles, Europa había pasado la primera guerra mundial y todos conocían el hambre, la desolación, y la perdida de los valores fundamentales. El 26 de octubre de 1930, con 32 años de edad fue ordenado sacerdote en Roma y a los 36 años lo consagraron Arzobispo de Zagreb, convirtiéndose en el arzobispo más joven de toda la iglesia en el mundo.
Monseñor Stepinac se destacaba por defender los derechos de todos los que sufrían sin importarle su religión, su bandera ni su color de piel. Protegió a los perseguidos y necesitados, levantaba la voz cuando había una injusticia y no le preocupaban las consecuencias. Les recordaba a sus sacerdotes, “consagren lo mejor de sí mismos a su vida interior”. Publicó una carta abierta a todos los médicos para denunciar el desarrollo de la anticoncepción y del aborto, y a esto él lo llamaba la peste blanca.
En 1945 el régimen comunista bajo las órdenes del Mariscal Tito invadió Croacia, y para dominar a este pueblo croata que era fiel a su religión, el Mariscal Tito le propuso a Monseñor Stepinac, quien gozaba de un gran prestigio, que se separara de la iglesia de Roma, y que formara una nueva iglesia, le pidió que formara la iglesia nacional, dependiente de la autoridad comunista y le daría poderes y riquezas, pero no pudieron doblegarlo ni callarlo. El Mariscal Tito Entonces lo enjuició y lo torturó sin éxito para doblegar su voluntad.
Monseñor Stepinac fundó un periódico católico con el fin de luchar contra la prensa antirreligiosa, invitaba a los monasterios a convertirse en fortalezas de Cristo, para poder combatir el mal que había en el mundo y proteger a sus dioses con las armas espirituales de la oración, la renuncia y el sacrificio.
Monseñor Stepinac predijo la segunda guerra mundial en estos términos: “Las parejas casadas ya no respetan los valores del matrimonio, se practica el adulterio, se abandonan a los hijos, en una palabra, se hace todo lo posible para borrar el nombre de Dios de la faz de la tierra, se están destruyendo todos los valores morales por lo que no es extraño que Dios se dirija ahora a las multitudes a través del único lenguaje que son capaces de entender y es el caos sobre la tierra, el horror de la guerra, la destrucción de todas las cosas, es el fruto de un inmenso egoísmo. Si queremos vislumbrar días mejores, la primera regla consiste en devolverle a Dios el respeto debido con humildad, esta es la única vía para la paz” Es una enseñanza que sigue estando de actualidad.
A lo largo de toda la guerra, Monseñor Stepinac prodigó los favores de su caridad a los desdichados, cualquiera que ellos fueras, distribuyendo alimentos a los refugiados, cuidando personalmente a los huérfanos cuyos padres estaban encarcelados o habían huido a las montañas, y salvo del hambre y de la muerte a más de siete mil niños, la mayoría de ellos de padres ortodoxos.
El 29 de noviembre de 1951, el papa Pío XII lo ordenó Cardenal estando preso en la cárcel y murió el 10 de febrero de 1960. Sus últimas palabras fueron “Fiat voluntas tua”, porque el Cardenal Stepinac siempre supo que con Dios ¡siempre ganamos!