Beata Madre María de San José, por María García de Fleury
Por: María García de Fleury
Laura Alvarado Cardozo, conocida como la Madre María de San José era hija del coronel Clemente Alvarado y Margarita Cardozo, vivían en Choroní, estado Aragua,Venezuela.
De su madre heredó un amor ferviente a Cristo y a la eucaristía. A los trece años, en 1888 recibió su primera comunión y decía que ese día sintió una alegría indecible. Ese día también pronunció un voto privado de virginidad al único amado de su corazón, Jesús sacramentado, y decía con mucha seguridad: “En la eucaristía está mi tesoro y allí está mi corazón”.
Para demostrarle su inmenso amor a Dios se cortó los crespos de su cabello que la hacían ver tan bonita, se quitó sus prendas y comenzó a usar un crucifijo sobre su pecho, por eso en el pueblo la empezaron a llamar la niña de Cristo. Se dedicó a preparar a un grupo de niños muy pobres para la primera comunión en su casa y para poder cubrir algunos de los gastos hacía dulces criollos y los vendía.
La familia se mudó a Maracay y Laura conoció al párroco llamado padre Vicente López Aveledo. En la ciudad se desencadenó una epidemia terrible, hubo miles de miles de muertos y el párroco invitó a Laura a colaborar en el pequeño hospital que acababa de abrir para atender a las víctimas de la epidemia.
Laura, de una manera muy entusiasta se trasladó a vivir al hospital y se entregó de lleno al servicio de los enfermos. Su labor fue tan eficaz que se le confió la dirección también del grupo de jóvenes voluntarias conocidas como las samaritanas.
En 1901, asesorada por el padre López Aveledo formó la congregación “Hermanas de los pobres de San Agustín”, adoptaron la regla de San Agustín y el Hábito de Santa Rita de Casia. Su objetivo era el servicio a los pobres de nuestro señor Jesucristo, y es el ese momento cuando Laura Alvarado cambia su nombre por el de hermana María de San José y desde entonces se convirtió en la superiora de la congregación hasta poco antes de morir.
Sus grandes amores fueron la divina eucaristía y la madre de Dios. Más de 12 ciudades fueron testigos de la abnegación de esta monja aparentemente débil pero llena de intrepidez y de una caridad que no conocía límites.
En pocos años y sin medios económicos logró levantar más de 30 fundaciones con casas sencillas y pobres, en ellas encuentran acogida los más pobres y desvalidos de la sociedad, “los desechados de todos son los nuestros, los que nadie quiere recibir son los nuestros”, decía.
Decía a sus religiosas que debían atenderlos a todos ellos y sus hijas siguen fielmente este lema. Durante el día trabajaba por los pobres y las niñas huérfanas, pero de noche pasaba largas horas ante el sagrario en intima conversación con Jesús.
Por su amor a la eucaristía confeccionaba con sus propias manos las ostias y las distribuía gratuitamente a los sacerdotes, recomendó a sus hijas que siguieran prestando este servicio gratuitamente como los venían haciendo.
Después de una larga enfermedad se consumió con gran paz y serenidad el día 2 de abril de 1967. Al día de hoy su cuerpo permanece incorrupto y es la primera beata venezolana porque ella se entregó por completo a Dios y ¡con Dios siempre ganamos!