Algunos milagros obrados por Nuestra Señora Virgen de Coromoto - 800Noticias
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Santa María de Coromoto en Guanare de los Cospes, también conocida como la Patrona de Venezuela, apareció por primera vez 1.652, al cacique Coromoto y su mujer, quienes atravesaban una corriente de agua y vieron una señora de extraordinaria belleza que les dijo en su idioma: «Vayan a casa de los blancos y pídanles que les eche el agua en la cabeza y así poder ir al cielo». Casualmente un español llamado Juan Sánchez pasó por ahí y el Cacique Coromoto le relató lo sucedido.

Sánchez entonces le pidió que se alistara con la tribu, que él pasaría dentro de ocho días a fin de enseñarles todo lo necesario para bautizarlos.

Con información del blog Bella Señora de Coromoto

«Yo soy la salud del pueblo mío…, en cualquier tribulación en que clamaren a Mí, Yo los oiré…»

Lo que Dios puede por naturaleza, María lo puede por la Gracia. Los milagros y portentos que se irán describiendo a lo largo de futuras entregas fueron recogidos por Don Carlos de Herrera en su documento del año 1746, Información de la Aparición y Milagros de María Santísima de Coromoto, hecho en Guanare, valiosísimo testimonio jurídico y religioso que prueba la autenticidad de la aparición de la Santísima Virgen a la tribu de los Cospes y al cacique de la misma, el indígena Coromoto, cuyo nombre, les recordamos, quiere decir en esa lengua «Hijos e hijas de la diosa Maíz Rojo».

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También este precioso documento recoge testimonios y milagros de la Santa Madre hasta ese año de 1746. Los poetas guanareños Luis Barrios Cruz y Julio Ramos recogieron algunos de los portentos allí narrados y seleccionaron algunos para plasmarlos en forma lírica. El primero que vamos a reseñar aquí en esta entrega es de la autoría de Julio Ramos, El Ciego y la Fiera:

El cieguito Juan Azuaje de fe sincera encendido, sin luz en los ojos mustios y sin marcados caminos, en pos de la Virgen Santa, la Virgen de los prodigios, desde la montaña viene esperanzado y contrito, y mientras dirige al pueblo sus pasos, flor del instinto, buenamente va pensando entre temor y sigilo que el rumbo de la sabana se parece a su destino.
Ni sabios ni curanderos, por muchos que le hayan visto, sacarlo de las tinieblas con ciencia o maña han podido, y al fin el ciego a Guanare viene en son de peregrino, que arraiga allí la esperanza como en el agua los lirios.
Tras unos arrieros marcha a pie cual lo ha prometido, a tientas con su bordón, al hombro escaso avío, por la inhóspita sabana entre temor y sigilo.
Necesidades lo apartan a matorral impropicios en donde se interna solo distante de sus amigos, sin presumir que le acecha con garras y con colmillos agazapado en jarales un grave, feral peligro.
La sabia naturaleza aguza al ciego el oído, virtud de la ley hermosa que compensa los sentidos, y a la par el del olfato también le torna más listo, por lo que Azuaje descubre que es inseguro aquel sitio.
El acre olor a camaza, de la hojarasca el crujido, dicen con lenguaje claro que se le acerca un felino.
De angustia mordida el alma, de pavor sudando frío, Azuaje esgrime el bordón y al cielo invoca en un grito: ¡Mi Virgen del Coromoto, por ciego soy más tu hijo, ampárame en este trance, no me niegues tus auspicios!
El milagro ocurre entonces, milagro que pasma al siglo: llegando luz a sus ojos la amenaza Juan ha visto: un tigre que ni pintado en su deseo asesino le gruñe y le muestra fiero las garras y los colmillos.
En el animal tremendo, bruto de arlequín vestido, estrena Juan la mirada que en momento conflictivo con santa misericordia le da la Madre de Cristo.
¡Piernas para qué las quiero! grita Juan en tono altivo y como ciervo saltando ligero gana el camino.
La fiera queda burlada, los arrieros confundidos, Azuaje alaba a la Virgen que no abandona a sus hijos, y así terminan las sombras del ciego que en el peligro por gracia coromotana mira a Dios en su destino.

La historia de Juan Azuaje no termina aquí. Él había ofrecido andar a pie todo el camino hasta llegar a Guanare para agradecer a la Virgen de Coromoto el favor de devolverle la vista, pero los arrieros insistieron tanto que él aceptó montar una mula. Al día siguiente de llegar a Guanare, Juan Azuaje volvió a quedar ciego, bien por no haber cumplido su ofrecimiento, o porque pidió a Dios que si era Su Voluntad y mayor bien para su alma y salvación volviera a quedarse ciego, que con gusto él aceptaba otra vez la ceguera.