A 500 años de la conversión de San Ignacio de Loyola
Por: María García de Fleury
Este año 2021 se conmemoran los 500 años de la conversión de San Ignacio de Loyola, un hombre que inició una espiritualidad que ha marcado al mundo y que se mantiene viva y operante.
Ignacio nació hacia el año 1491 en Azpeitia, España, en el país Vasco, lo llamaban Íñigo, y creció en una familia cristiana numerosa muy relacionada con la corte de los reyes católicos, tenía una personalidad arriesgada, agresiva.
La virgen María, nuestra señora, como él la llamaba estuvo presente en su corazón y en su devoción real desde su infancia y adolescencia.
En 1521, en Pamplona, Íñigo, junto a un puñado de hombres se enfrentó a las tropas francesas en la defensa del Castillo; en pleno combate una bala de cañón le destrozó la pierna, tuvo que pasar muchos meses de convalecencia y aburrido pidió libros de caballería para leer. Su cuñada no tenía más libros de este tipo y entonces le dio dos textos que tenía, uno era la vida de Cristo y otro de vidas de santos; estas lecturas le abrieron a Ignacio la visión de un mundo distinto del superficial y agresivo que vivía, este fue el inicio de su conversión, y como él mismo dice en su autobiografía “comencé a dejar de ser un hombre dado a las vanidades del mundo”.
Ignacio decidió ir a visitar la capilla del monasterio de Monserrat, donde está la imagen de la virgen negra, en Barcelona; allí tomó la firme decisión de cambiar, hizo una confesión general de su vida, se dedicó a dios como peregrino vistiendo el saco y las alpargatas que había adquirido en el camino y le dejo su vestido de caballero a un pobre que encontró, colgó su puñal y su espada de caballero en el altar de nuestra señora.
El 25 de marzo de 1522, Ignacio bajó de Monserrat a la ciudad de Manresa, donde vivió por 11 meses en una cueva natural, allí meditó, oró, maduró teologalmente su relación con nuestra señora la virgen María, y entendió a cabalidad lo que significaba ser un apóstol de Jesucristo. Allí tuvo una experiencia mística que lo llevó a escribir sus célebres ejercicios espirituales y le pidió a la virgen que le alcanzara de su hijo y señor ser recibido debajo de su bandera.
Manresa se considera la cuna de la orden jesuita, Nuestra Señora siempre estuvo presente como intercesora en la vida espiritual de San Ignacio, sobretodo en los momentos cruciales de su vida. Fue tan importante la devoción hacia la virgen que su primera misa la celebró en la navidad de 1531 en el altar del pesebre en la basílica de Santa María la Mayor.
Ignacio narra que un día la consagrar, recibió tantas inteligencias que no se podrían escribir, y veía a Nuestra Señora como puerta y parte de la gran gracia espiritual que experimentaba en esos momentos.
Cuando fue elegido como superior general de la recién formada compañía de Jesús, celebró la santa misa en el altar del Santísimo Sacramento de la Basílica de San Pablo Extramuros, frente a una imagen bizantina en mosaico de la virgen María, ese día se conoce como el nacimiento de la compañía de Jesús de la mano de la madre de Dios.
San Ignacio y sus compañeros vivieron en Roma, al lado de la iglesia Santa María del Camino, y San Ignacio celebraba la misa todos los días en el altar de Nuestra Señora del Camino, desde allí dirigió la Compañía de Jesús, escribió sus cartas compuso las constituciones, murió el 31 de julio de 1556, su cuerpo fue enterrado en la iglesia de Nuestra Señora del Camino.
De la mano de la Virgen María, San Ignacio hace 500 años marcó de una forma muy especial a la humanidad entera porque sabía que con la virgen llegamos a Dios y con Dios ¡siempre ganamos!