García encontró trabajo inicialmente en una empresa que fabricaba gorras y después en un restaurante. Pero fue despedido el pasado mes de julio después de que le culparan de un dinero que faltaba, una experiencia que le dejó molesto y abatido.
“Decían que ‘los venezolanos son ñucos, son burros’”, relató, utilizando un coloquialismo que significa ignorante o inculto. “Me veían de otra manera, no me trataban como a un amigo, sino como a un delincuente”.
Su nuevo entorno le ha marcado emocionalmente. “A veces cuando voy a hablar con un colombiano me da pena, siento temor de ser rechazado”, dijo.
Colombia y Venezuela tienen una larga historia común. Las dos naciones comparten una frontera de 1.378 millas, pero en el pasado esas divisiones no existían. Entre 1819 y 1831, tras las guerras latinoamericanas de independencia de España, formaron parte de la Gran Colombia, una etapa única. Pero las disputas fronterizas estallaron en escaramuzas militares o en altercados más letales y duraderos entre los dos países. La guerra civil de Colombia entre los ejércitos guerrilleros y el gobierno federal, que duró décadas, se extendió a Venezuela. En los últimos años, las operaciones transfronterizas de los cárteles multinacionales de la droga han exacerbado aún más las tensiones.
Desde la década de 1930 hasta la de 1950, la oleada migratoria fue en dirección inversa. Los colombianos buscaron refugio en territorio venezolano. El desplazamiento aumentó en 1970 debido al conflicto interno en Colombia, mientras que en Venezuela había prosperidad gracias a la producción de petróleo. En 2011, indican datos del censo, había más de 700 mil colombianos en la nación vecina, y hasta 2022 se estima que eran más de 4 millones. Antes de la crisis económica de 2015, el comercio bilateral entre Colombia y Venezuela era de 2.247 millones de dólares; para 2021 se había desplomado a 391 millones, según un informe de la Universidad del Rosario.
Los patrones globales de inmigración han propiciado una nueva dinámica. Hasta finales de 2022, según la Oficina del Alto Comisionado para los Refugiados, conocida como ACNUR, había 108.4 millones de desplazados en el mundo debido a persecuciones, violencia, violaciones de derechos humanos y sucesos que alteraron gravemente el orden público. La agencia sostiene que 7.7 millones de ellos son venezolanos, la cifra más alta para cualquier país latinoamericano.
Al igual que muchos recién llegados a otros rincones del mundo, las crecientes legiones de migrantes de Venezuela a menudo se encuentran con que no son bienvenidos al cruzar las fronteras. Eso incluye a las decenas de miles de venezolanos que en los últimos años se han abierto camino a través del peligroso Tapón del Darién, que se interpone a Colombia y Panamá, en ruta hacia Centroamérica, México y Estados Unidos.
Estados fronterizos estadounidenses como Texas y Arizona han estado enviando en autobús a venezolanos solicitantes de asilo a “ciudades santuario” como Nueva York, cuyo alcalde, Eric Adams, se ha quejado de que el gobierno de Joe Biden no ha hecho lo suficiente para asegurar la frontera. Estados Unidos también ha estado empujando a más inmigrantes de Venezuela y otros países de vuelta a México, y ha reanudado los vuelos de deportación.
Ningún país ha absorbido más migrantes venezolanos que Colombia, que mantiene una larga, compleja y a menudo tensa relación con su vecino, con quien mantiene episodios de amor y odio. En 2015, al menos 1.500 colombianos que vivían en Venezuela fueron expulsados, y otros 22.000 se marcharon “voluntariamente”.
Hoy en día, en prácticamente cualquier espacio público de Bogotá ―y dispersos por las demás grandes ciudades colombianas― es normal encontrar inmigrantes venezolanos pidiendo limosna en los autobuses, reciclando botellas recogidas en las calles y ganándose la vida de cualquier forma. Algunos han conseguido abrir restaurantes, peluquerías, salones de belleza y otros pequeños negocios. En 2014, solo 23.573 inmigrantes venezolanos vivían en Colombia.