Uruguay recuerda tras 50 años el febrero amargo, antesala del golpe de Estado - 800Noticias
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EFE

Al cumplirse 50 años del «febrero amargo», como muchos conocen a la sucesión de hechos ocurrida en ese mes de 1973, cuando actores políticos vieron inminente un golpe de Estado a manos de las Fuerzas Armadas, Uruguay recuerda ese oscuro capítulo con una fuerte reivindicación de los valores democráticos.

El 23 de febrero de 1973 no fue un día más en la historia de Uruguay, que, envuelto ya desde 1968 en un contexto crítico, es allí testigo del decreto que oficializa la creación del Consejo de Seguridad Nacional (COSENA), organismo que da a los mandos militares pie para incidir, sin subordinación alguna, en el gobierno del país.

Febrero amargo

Es este hecho el que, como asegura a EFE el historiador uruguayo Carlos Demasi, marca el «punto de inflexión» en la gestación del golpe de Estado que, si bien se asociaría luego a la fecha de disolución del Parlamento, el 27 de junio de ese año, tuvo en febrero, con una seguidilla de situaciones, su «primer paso».

«Esa institución (el COSENA) está completamente por fuera de la Constitución, pero empieza a funcionar a partir del 12 de febrero, entonces en ese sentido es lo que se llama un golpe de Estado técnico», explica.

Así, según Demasi, si bien en junio, cuando el presidente Juan María Bordaberry (1972-1973) decretó disolver el Poder Legislativo, se dio «un segundo paso» en el «ciclo» que se completó en diciembre con la instalación del Consejo de Estado de la dictadura cívico-militar (1973-1985), fue en febrero cuando quedó maniatada la única fuerza que podía deshacer los avances militares, el Legislativo.

Es que, críticos con Bordaberry, los mandos de las Fuerzas Armadas (FFAA), rechazaron la sustitución del ministro de Defensa Nacional por el general retirado Antonio Francese, y, luego de un bloqueo con tanques del casco histórico de Montevideo, entraron en negociaciones con el presidente.

Nadie oye a Vasconcellos

El 12 de febrero Bordaberry acudió a la Base Aérea Capitán Juan Manuel Boiso Lanza para acordar el bautizado Pacto de Boiso Lanza, que aceptó las exigencias militares concediéndoles mayor incidencia en la administración pública mediante el COSENA, al que el Parlamento, sin tiempo para iniciar un juicio político, no podría derogar.

Ya entonces, un político de trayectoria, el senador del Partido Colorado Amílcar Vasconcellos, denunció públicamente en su libro «Febrero amargo» la gestación de un plan para desplazar a los partidos políticos del país por un régimen militar, una proclama que Demasi califica de «muy corajuda» pero prácticamente aislada.

«Él hizo esa declaración y quedó prácticamente solo. Es cierto que tampoco buscó mucho apoyo, aparentemente esperaba que ese enunciado reuniera a las fuerzas políticas contra los militares (…) pero eso no ocurrió», detalla, a lo que recuerda que había también periodistas y sindicalistas que rechazaban el golpe, pero ninguno se reunió para sumar fuerzas.

Construir memoria

50 años después, Demasi subraya que la escalada de las FFAA, que habían cobrado un rol cada vez más protagónico, condensado en su incorporación al combate a la guerrilla del Movimiento de Libreración Nacional (MLN) en 1971, no fue frenada por «la incompetencia de la dirigencia política», pues cada partido fue «por su lado».

«Hay que estar alerta cuando empiezan a asomar ese tipo de gestos y decisiones», remarca quien indica que fueron pocas las voces políticas que, ante el golpe de junio, mencionaron a la democracia «como un objetivo a recuperar».

Por su parte, la docente Antonia Yáñez, integrante de la agrupación de expresos políticos Crysol, se remonta a esos años en que aún era estudiante de profesorado de literatura y se sumó al llamado de ocupar los centros de enseñanza y lugares de trabajo en el marco de la Huelga General que comenzó el propio 27 de junio y se extendió por 15 días en protesta contra el golpe de Estado.

«Para las generaciones futuras allí se dejó sentado un principio de que a las dictaduras se las pelea», dice, a lo que reconoce que «todos esos episodios forman parte de esa especie de leyenda» que a quienes se movilizaban desde la izquierda los hizo sentir «muy fuertes» por entender que el régimen buscaba oprimir una visión con creciente apoyo de «las mayorías populares».

El mensaje de Yáñez hoy es positivo, pues dice que, si bien hay voces disidentes, todo se da dentro del «juego democrático» y, a lo que día a día se «construye memoria», la democracia prevalece.

«Atravesamos por el período de una dictadura cruenta (…) y me parece que esa es una enseñanza que nos obliga a recobrar determinados ejes de una vida en democracia que no tiene subterfugios, tiene la esencia que se conquista en el trabajo político de todos los días», concluye. EFE

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