Un balance del régimen madurista (II), por Fernando Ochoa Antich
Fernando Ochoa Antich
En mi artículo anterior mantuve que para realizar un balance del régimen madurista era necesario analizar, objetivamente, los aciertos y errores de la oposición venezolana. El primer gran reto que tuvieron los sectores democráticos fue enfrentar a un gobierno que después del triunfo electoral había fortalecido su popularidad hasta alcanzar 70%. Además, Hugo Chávez, de inmediato, inició una feroz campaña de descalificación y agresión, para destruir a los partidos políticos y a todo lo que significara lo que él llamó “la cuarta república”. También acuñó el término “escuálidos”, para referirse a la oposición dándole una connotación de debilidad como fuerza política. Sin embargo, no se puede desconocer que los sectores democráticos han enfrentado, con un valor indiscutible, las permanentes arbitrariedades del régimen. Los muertos, heridos, presos, torturados, exiliados y empobrecidos son un vivo ejemplo del temple que ha tenido nuestro pueblo en su lucha para evitar que en Venezuela se instaure un régimen totalitario.
La ilusión creada en nuestro pueblo, por el verbo inflamado de Hugo Chávez, perdió su magia con una rapidez sorprendente. Su popularidad había descendido a 35% a mediados del año 2001. Esta nueva realidad política fue, de inmediato, percibida por la oposición democrática, agrupada en la Coordinadora Democrática, en los sectores empresariales y en los cuadros de la Fuerza Armada Nacional. En diciembre de 2001, una huelga general por 24 horas convocada por Fedecámaras tuvo un impactante éxito. La soledad en las calles y el cierre masivo de empresas y comercios señaló la creciente debilidad del régimen chavista. De inmediato se iniciaron importantes movilizaciones de calle. La oposición democrática, los empresarios y los cuadros militares, en sus discretas conversaciones, evaluaron la situación. Hugo Chávez sintió la amenaza y buscó provocar una grave crisis antes de que sus opositores estuvieran suficientemente organizados para la acción político-militar.
En ese sentido, intentó intervenir Pdvsa provocando una fuerte reacción de la tecnocracia petrolera. Los acontecimientos del 11 de abril son más que conocidos. El asesinato de 14 venezolanos en el centro de Caracas, la desobediencia militar, la renuncia del presidente, la cuestionada juramentación de Pedro Carmona, la indecisión de los mandos militares y el regreso de Hugo Chávez al poder impactaron fuertemente a los venezolanos. Los trabajadores petroleros, ante las continuas agresiones de Hugo Chávez, decidieron ir a una huelga general indefinida, la cual fracasó después de un inmenso y costoso esfuerzo. En las negociaciones entre el régimen y la oposición democrática se acordó realizar un referendo revocatorio. El plazo excesivamente largo entre la aprobación y la fecha para realizarlo le permitió a Hugo Chávez maniobrar con tal ventajismo que logró imponer su voluntad y fortalecerse en el poder. Seguidamente, la elección de la Asamblea Nacional, en medio de un fraudulento proceso electoral, condujo a la oposición, en protesta, a convocar a la abstención con un resultado ampliamente favorable al PSUV, para que controlara el Parlamento y, en consecuencia, todos los poderes.
La controvertida decisión de abstenerse en las elecciones parlamentarias fue rectificada por la oposición democrática, casi de inmediato, al lograr, mediante referéndum, derrotar la ambición de Hugo Chávez de aprobar una reforma constitucional redactada por él mismo, en la cual se modificaban, a su favor, valores y principios fundamentales de la Constitución de 1999. El resultado de esa consulta generó nuevas expectativas en la oposición que decidió lanzar la candidatura de Manuel Rosales en las elecciones presidenciales de 2006. Hugo Chávez obtuvo 6 millones de votos; Manuel Rosales, un poco más de 3 millones. Amplios sectores de la oposición desarrollaron una fuerte campaña en contra del candidato Rosales señalando que se había vendido. El segundo período de Hugo Chávez constituyó un obsceno proceso de corrupción y despilfarro de los multimillonarios ingresos petroleros y una constante violación de la Constitución de 1999 al imponer fraudulentamente, a través de inconstitucionales leyes orgánicas, la inconveniente reforma que había propuesto.
El esplendor económico entró en crisis al iniciarse un largo período de bajos precios petroleros. Lamentablemente, además del despilfarro del multimillonario ingreso fiscal, Hugo Chávez decidió iniciar una irresponsable política de endeudamiento que se incrementó, aún más, al aproximarse la nueva elección presidencial de 2012. La oposición democrática entendió que el inicio de la crisis económica podía favorecer un posible triunfo y con gran criterio la Mesa de la Unidad Democrática, nueva dirección política de la oposición, inició una importante discusión sobre la posición que se debía tomar sobre las ya cercanas elecciones presidenciales. De esas discusiones surgió la tesis, en medio de una gran euforia de amplísimos sectores sociales que percibían las posibilidades de un posible triunfo, de realizar unas elecciones primarias. El ganador fue Henrique Capriles. Se inició la campaña electoral, cuando ya se conocía del agresivo cáncer que padecía el presidente y la casi certeza de su posible fallecimiento.
De todas maneras, Hugo Chávez se presentaba como un candidato difícil de vencer, por el impacto emocional que su misma enfermedad producía y el despilfarro de los dineros públicos en proselitismo y propaganda, a través de las famosas “misiones”, entre otros mecanismos de compra de conciencias. Lamentablemente, en la oposición también surgían problemas. La candidatura de Henrique Capriles se inició con gran fuerza, pero la exagerada figuración durante la campaña de los cuadros de dirigentes de Primero Justicia, en detrimento del resto de la dirigencia opositora, empezó a debilitar su candidatura, fundamentalmente en algunos estados que eran controlados por otros partidos. Hugo Chávez ganó las elecciones con cierta holgura, pero la figura de Henrique Capriles se perfiló como el seguro candidato en las inmediatas elecciones presidenciales que el fallecimiento de Hugo Chávez obligaría a convocar. Los acontecimientos a partir de la muerte de Hugo Chávez y sus consecuencias los desarrollaré en el tercer artículo de esta serie, pero, antes, creo fundamental tratar de resumir los aciertos y errores de la oposición.
La debilidad fundamental de la oposición democrática es la diversidad ideológica de sus integrantes. Ese aspecto no es solo un problema para los partidos políticos sino también en ese mayoritario y amplísimo sector de lo que ahora se llama la sociedad civil. No es fácil armonizar la forma de pensar de una persona de centro-izquierda con uno de centro-derecha. Eso es posible solo en alianzas electorales transitorias de corta duración, en la cual por algún método se ha escogido un candidato con un importante carisma y con reales posibilidades de ganar en una elección presidencial. Crear una alianza permanente entre parcialidades, con diferentes ideologías y visiones políticas, casi siempre conduce a la ruptura. Eso ocurrió con la Mesa de la Unidad Democrática. Otra debilidad fundamental de la oposición es la dificultad para escoger el candidato. La experiencia de la selección de Henrique Capriles es importante. Todo eso se entiende. Pero lo que no es posible entender es que, ante una situación como la nuestra, en la que no existen condiciones realmente democráticas para realizar un proceso electoral justo y transparente, no haya sido posible lograr un acuerdo general entre toda la dirigencia política, para que, dejando a un lado sus intereses particulares, sea posible enfrentar a la dictadura y sus atropellos con el necesario vigor y fortaleza. Igualmente hay que entender, que no se debe abandonar la vía pacífica de la oposición, incluyendo la electoral, pero tampoco se puede excluir la resistencia.