Un 22% de niños y adolescentes tienen conductas alimentarias alteradas
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Una investigación liderada por científicos españoles de la Universidad de Castilla-La Mancha ha encontrado que las alteraciones de la conducta alimentaria afectan al 22% de los menores de todo el mundo, una cifra que llega a alcanzar el 30% si solo se tiene en cuenta a las niñas. Las conductas alimentarias alteradas son comportamientos anómalos como darse atracones de comida, provocarse el vómito, ponerse a dieta para adelgazar, hacer demasiado ejercicio para tratar de contrarrestar la ingesta, o consumir laxantes o diuréticos.
La investigación se ha basado en el análisis de 32 estudios llevados a cabo en 16 países utilizando como herramienta de diagnóstico el cuestionario SCOFF y en los que han participado 63.181 niños y adolescentes de entre seis y 18 años. El riesgo de desarrollar algún problema de este tipo aumenta con la edad y con un mayor IMC (índice de masa corporal). La forma de comportarse es similar a la de pacientes diagnosticados con un trastorno de conducta alimentaria (TCA), solo que en estos casos su frecuencia e intensidad son menores. Los hallazgos se acaban de publicar en la revista científica JAMA Pediatrics.
El equipo internacional de investigadores dirigido por José Francisco López-Gil, de la Universidad de Castilla-La Mancha, ha encontrado que dos de cada 10 menores muestran signos de conductas alimentarias alteradas, pero en el caso de las niñas el porcentaje sube al 30%, lo que el Dr. López-Gil atribuye a que ellas podrían sufrir una mayor estigmatización debida a los estereotipos y a “la influencia de los medios de comunicación y las redes sociales, que juegan un papel importante en el desarrollo de estas conductas”, y señala a Instagram, TikTok o Snapchat, por ser redes en las que los jóvenes se exhiben a través de fotos con mayor frecuencia.
Causas y consecuencias de los trastornos alimentarios en la infancia
López-Gil explica que las causas de que niños y adolescentes adopten este tipo de conductas disfuncionales frente a la comida son “multifactoriales”, y destaca los problemas familiares o pertenecer a una familia desestructurada, tener un bajo nivel socioeconómico –que se asocia a una peor salud– y el uso de las redes sociales, como posibles factores de riesgo para desarrollar un TCA. “Hay muchos factores que entran en juego, no solo hay una causa”, indica, y añade que los menores con sobrepeso u obesidad muestran más síntomas de riesgo de alterar sus conductas alimentarias, en parte debido al “rechazo social a la obesidad y la preocupación excesiva por la imagen corporal”.
Los investigadores han puesto ejemplos de lo que se considera una conducta de alimentación alterada: una excesiva preocupación por el peso corporal o el aspecto físico, la sensación de pérdida de control sobre la comida que se ingiere –no poder parar de comer–, inducirse el vómito, una excesiva pérdida de peso en poco tiempo (unos seis kilos en tres meses), o problemas para alimentarse con normalidad como sentirse lleno o enfermo al ingerir una cantidad de comida adecuada –“quizá porque mentalmente se asocia a un exceso aunque no lo sea”–. Estas conductas podrían síntomas precoces de posibles trastornos alimentarios patológicos como la anorexia o la bulimia.
El suicidio y los problemas de salud mental son las consecuencias más graves de los TCA, afirma el investigador, que también los asocia al riesgo de malnutrición, por lo que solicita que se destinen más medios y profesionales de la salud mental en la Atención Primaria, así como campañas de concienciación para promover hábitos dietéticos y estilos de vida saludables y para que las familias presten mucha atención a los patrones alimentarios y el comportamiento de los menores para prevenir los TCA.
Las personas que presentan estas conductas durante la infancia tienen más probabilidades de desarrollar un trastorno alimentario con consecuencias más graves a largo plazo, por eso es tan importante detectar el problema en la población infantil y juvenil. “Combatir la estigmatización que rodea a los comportamientos alimentarios alterados y el peso es una de las claves para que las personas pidan ayuda. Estos resultados ponen de manifiesto que ya no se puede ignorar la magnitud de este problema”, explica Trevor Steward, investigador de la Universidad de Melbourne que no ha participado en el estudio, en declaraciones a SMC España.
Por su parte, Gemma Sharp, jefa de Investigación sobre Imagen Corporal y Trastornos Alimentarios y Psicóloga Clínica Senior de la Universidad de Monash (Australia), ha destacado a SMC España que “la proporción del 22% de niños y adolescentes con comportamientos alimentarios alterados es muy preocupante, pero lamentablemente no sorprendente. Hemos estado observando un aumento de niños cada vez más pequeños con trastornos alimentarios en los servicios clínicos y esto se ha visto exacerbado por los impactos de la pandemia de Covid-19”.
“La mayoría de los estudios incluidos en esta revisión se publicaron antes del inicio de la pandemia, por lo que el 22% puede ser una subestimación de la situación actual en 2023. El estudio demostró que los niños con un IMC más alto tenían aparentemente más riesgo de desarrollar alteraciones de la conducta alimentaria. Es posible que estos jóvenes sufrieran discriminación o estigmatización por su peso por parte de personas importantes en sus vidas y que, por ello, padecieran conductas alimenticias alteradas para intentar perder peso. El estigma del peso tiene que dejar de perpetuarse a todos los niveles”.
Con información de Web Consultas
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