Terminal de pasajeros de San Cristóbal entre la prostitución y el mercado negro
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Poco más de dos hectáreas tiene el Terminal de Pasajeros Teófilo Cárdenas Ortiz en San Cristóbal. Desde arrebatones hasta prostitución se veían allí.
Con la llegada de la pandemia, las autoridades aprovecharon para cerrar todos los accesos y controlar el ingreso de personas. A la zona de pista sólo ingresan los viajeros. Ya no hay ese bullicio de personas, vendedores ambulantes, mendigos y amigos de lo ajeno que se aprovechaban del estrés de viajar para hacer sus fechorías.
Con la apertura del mismo, el 30 de noviembre del año pasado, se puso a prueba un plan piloto para evitar que este recinto fuera un foco de contagio. La prioridad era reducir al mínimo el movimiento de personas y hasta la fecha les ha funcionado. La presencia policial es evidente. Uniformados de la GNB, Politáchira y PNB hacen rondas y están pendientes de los viajeros.
El orden y la limpieza de este espacio es algo que marcó un antes y un después, ya que este terminal era conocido por el desorden, inseguridad y suciedad reinante en sus instalaciones. Como si estuviera en una burbuja, es ajeno a los desmanes que ocurren a su alrededor.
Allí se ve de todo. La ilegalidad pulula en las calles que van desde la 1 a la 6, y en la Prolongación de la quinta avenida ya en la zona de La Concordia. El desorden acompaña a todas las actividades que se llevan a cabo en esta zona. Puestos de ventas de verduras, alquiler de teléfonos, recargas de saldo, ventas de comidas se ubican donde mejor les parece. Allí conviven animales callejeros y carroñeros, casi como mascotas de quienes venden alimentos en la zona.
Allí no hay quien mande, al menos con uniforme. La presencia policial en la zona se limita a donde se ubica un puesto de la Policía estadal y de allí no se ve más representante de la ley en esa zona.
Y para los que se dedican a robar y hurtar cosas esto es aprovechado y pueden escapar de manera impune, pues cualquier rendija es un escondite potencial ante tanta anarquía.
Desde muy temprano, todos los que viven de las agitadas zonas adyacentes al terminal se instalan en el lugar. Vendedores de verduras llegan con sus improvisados carros y allí se ubican. Uno al lado del otro gritan «¡lleve la papa y la cebolla…todo a mil!», sin el más mínimo reparo y menos, distanciamiento.
Todos andan «activos». Allí la ley del más vivo es lo que reina. No hay cabida para inocentadas o para pasividades. «Aquí hay que estar pilas porque si no, a uno se lo llevan por los cachos», dice una señora vendedora de verduras, quien prefirió no dar su nombre.
Es que pese a que no hay presencia policial, aquí hay unos aires de que alguien vigila y que en todos lados hay quien está pendiente de cualquier movimiento extraño que pueda perturbar los negocios o «vueltas» que se hacen allí.
Los vehículos llegan al lugar y hacen señas y allí sacan cuentas y entregan el dinero, bien sea de dólares a pesos o euros a pesos. Quienes van allí es porque tienen una emergencia y necesitan el cambio de dinero, pues suelen tener la tasa más baja que en otras partes o cambistas.
Aunque en la localidad están prohibidas las casas de cambio, estos operan sin ningún problema.
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