Teatro Thalía de Nueva York dos veces golpeado por el COVID-19 - 800Noticias
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EFE

Tres sillas de anea vacías sobre el escenario del teatro hispano Thalía de Nueva York y un micrófono junto a un atril, donde aún reposa un papel olvidado con la letra de una canción, recuerdan la llegada abrupta del coronavirus, que el 14 de marzo obligó al cierre de todos los espectáculos de la ciudad y que en este caso también afectó a su director artístico, Ángel Gil Orrios, a su familia y a gran parte de los artistas y del equipo técnico.

Las luces de Broadway y del resto de teatros de la ciudad, conocidos como «off Broadway», permanecen apagadas desde ese día, como las del Thalía, donde Gil Orrios vuelve a encenderlas para una entrevista con Efe, en la que confiesa que, tras superar la COVID-19 y haber visto la muerte de cerca, ha resurgido «energetizado» y con las cosas más claras, aunque preocupado por el futuro del teatro.

«Para el mundo del teatro, realmente, es muy difícil esta nueva crisis. En el teatro es curioso que estamos ya acostumbrados, porque siempre se habla de la crisis del teatro, cuando el cine, que si la televisión, que si Internet; el problema es que ahora esta crisis es un poco más seria, porque es obligado quedarse en casa y al obligar a la gente a quedarse en casa tenemos todas las de perder», dice sentado en el vacío patio de butacas.

FATÍDICO VIERNES 13

Una crisis que le afectó también en primera persona, a su mujer y a gran parte de los actores del espectáculo «Flamenco al son latino», que se estrenó un «fatídico» viernes 13 de marzo, un día antes de que las autoridades obligaran a bajar el telón en Broadway para intentar frenar la expansión de la pandemia.

La semana previa al estreno, recuerda, algún técnico tenía tos y varias personas del grupo sentían molestias en la garganta.

«En mi propia carne lo he sufrido. Sí, me contagié, he tenido el virus este del coronavirus. Lo pasé fatal, estuve muy cerca de la muerte y por eso es que creo que me ha servido para tener mayor claridad mental y darme cuenta de las verdaderas prioridades que hay en la vida, tanto a nivel personal como profesional», dice.

Relata como «los trece primeros días fueron absolutamente terribles, con una fiebre altísima de 104,8 (grados Fahrenheit), que son casi 41 grados de España. Realmente brutal, brutal; de eso que si sigues para arriba ya te metes en coma».

Durante cuarenta días perdió también el olfato y el gusto y recuerda -como si estuviera ocurriendo ahora- el momento en el volvió a apreciar el olor del café, cuando su mujer, que después pasaría por el mismo calvario, preparaba una cafetera.

TEATRO HISPANO EN QUEENS

Tras superar la COVID-19, este «aragonés de pura cepa» -como se define- nacido en Cariñena y que lleva viviendo en Nueva York desde 1979, lucha ahora por evitar que el virus extinga la llama del Thalía, uno de los nueve teatros hispanos de la ciudad de Nueva York y el único en el multiétnico barrio de Queens.

Cuenta como tanto el medio centenar de salas comerciales de Broadway, con capacidad para un millar de espectadores, como los más de 130 teatros de off Broadway, en su mayoría organizaciones sin ánimo de lucro con una aforo de hasta 100 o 500 personas, ya han asumido que, como mínimo, no abrirán sus puertas hasta septiembre.

Sin olvidar que «sin público no puede existir el teatro», Gil Orrios explica que mientras espera que el telón vuelva a subir está barajando algunas alternativas -que como casi todo en esta crisis pasa por internet- para mantener el contacto con el público del teatro, que ha cumplido ya 43 años programando obras y espectáculos musicales principalmente latinoamericanos, que se representan es español y en inglés.

«Ahora lo que nos estamos planteando es cómo podemos hacer si el publico no viene a nosotros, cómo podemos ir nosotros al público, porque lógicamente es la única forma que hay hoy en día de seguir manteniendo esa relación», dice.

Por un liado, están trabajando en rescatar de sus archivos algunas de las grabaciones de sus espectáculos con más éxito, como «Te amo tango», una actuación musical del bandoneonísta nacido en Montevideo Raúl Jaurena, que fue grabada en el teatro Thalía y que en 2007 recibió el premio a mejor álbum de tango en los Latin Grammy.

Tras solicitar los pertinentes derechos de autor, cuya prevalencia Gil Orrios destaca ahora más que nunca, esperan poder ponerla a la venta en junio por unos 15 dólares, como una manera de compensar a los artistas que se han visto afectados por la cancelación de los espectáculos, aunque otros trabajos los ofrecerán también de manera gratuita, comenta.

Insiste en que le gustaría que después del confinamiento en el que «todo el mundo ha tenido que resolver el hecho de tener música para escuchar o películas para ver, cultura y arte por todos lados», la gente se sensibilice sobre la importancia de los derechos de autor y de que no todo en internet puede ser gratuito.

«NAVIDAD EN COLOMBIA»

Acompañando con amplios movimientos de brazos muchas de sus frases y con su mirada azul, llena de la energía renovada con la que ha vuelto de la enfermedad, agrega que también se plantea preparar obras a través de internet con actores que ahora están en Madrid, Guatemala y Los Ángeles o incluso ofrecer en línea el espectáculo musical programado para este septiembre, «Navidad en Colombia», en caso de que las circunstancias no permitan todavía el regreso del público.

«Ojalá para entonces sí que podamos hacerla, si no esta sería otra de las producciones que podríamos hacer en streaming», comenta.

La sensación de pasear entre las sillas del escenario vacío, preparado para una siguiente actuación que nunca se celebró, es como bucear entre los restos de un naufragio, en el silencio de la profundidad del agua fría y la desolación del arte apagado.

Es una de las «cosas tristes», asegura Gil de Orrios, quien sin embargo no se deja caer en el derrotismo, y tras pronunciar un «no hay más remedio» intenta ver el lado positivo de la pandemia: el hecho de que llevar mascarilla pueda servir, no solo para evitar el contagio del COVID-19, sino para que la gente se identifique con el teatro, con la máscara simbólica que habitualmente «llevamos cuando vamos a trabajar o de fiesta» y que cuando el actor llega al escenario se quita para «desnudarse espiritualmente».

Se apagan de nuevo las luces y en la entrada del teatro el director echa un último vistazo a las decenas de carteles de los más de trescientos espectáculos que han pasado por Thalía, antes de volver a bajar las rejas, como un telón de acero, y preguntarse cuándo las podrá volver a abrir para el público.

Dentro, a oscuras y sobre el atril siguen los versos de la canción popular española «Dónde vas bella judía», que nadie entonará mañana sobre las tablas de este escenario: «Ven acá remediadora, remédiame de mis males, que si tú no los remedias, soledad de mis dolores, que si tú no los remedias, no me los remedia nadie».

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