Spielberg, las escaleras mecánicas y los Óscar
800 Noticias | EFE
Para llegar a determinadas zonas de la gala de los Óscar, hay que subir por unas escaleras mecánicas que chirrían. Es el interior del teatro Dolby de Los Ángeles (California), incrustado dentro de un centro comercial de aire algo anticuado, donde de repente se hace la luz y aparece Steven Spielberg.
Un año más este teatro en pleno bulevar de Hollywood ha acogido la ceremonia de los Óscar; un evento de tinte «kitsch», donde el glamur lo ponen los artistas.
Metros y metros de cortinas de color rojo daban la bienvenida al lugar, donde este año los asistentes tuvieron que atravesar una alfombra de color beis, aunque que en realidad eran dos alfombras: una para los nominados a los premios y sus acompañantes, y otra para el resto de invitados, que pasaban por detrás de los fotógrafos.
Una vez dentro, no faltaba la bebida. La comida escaseaba más: pizza, palomitas con sabor a caramelo picante y frutos secos.
«Tengo hambre, sed y me duelen las piernas», resumía la actriz estadounidense de origen mexicano Eva Longoria, que presentó uno de los premios, en declaraciones a EFE, mientras recordaba que tiene una casa en Marbella y que suele viajar bastante a España.
Longoria se encontraba en el vestíbulo de la planta baja del teatro, donde solo tienen acceso los nominados y los presentadores de los premios.
En otro rincón se encontraba el actor Ricardo Darín, que había acudido por la nominación de «Argentina, 1985» como mejor filme extranjero; una estatuilla que finalmente se llevó la alemana «All Quiet on the Western Front».
«No soy resultadista, lo importante es el camino», indicó Darín a EFE, al tiempo que rememoraba la primera vez que había acudido a los Óscar, después de los atentados del 11S, con la cinta «El hijo de la novia». «El ambiente era como raro, nadie tenía ganas de celebrar».
Más allá de Darín, en otra parte de vestíbulo había varias personas alineadas vestidas de negro, junto a una de las entradas al anfiteatro. Son lo que se denomina en inglés «seat fillers», es decir, voluntarios que ocupan las sillas vacías para que el auditorio no se vea vacío.
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