Venezuela paga el precio del contrabando
La razón del descenso en la popularidad del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, puede encontrarse en parte en el ruidoso mercado de contrabando en esta zona fronteriza, que muestra la forma en la que el desenfrenado capitalismo de libre mercado de Colombia está eclipsando el socialismo de su vecino y perjudicando a los venezolanos comunes y corrientes.
Cuando Norbis Berrocal, un ama de casa colombiana, compra leche en polvo para bebé en un congestionado mercado callejero en Cúcuta por una fracción del precio minorista habitual, Venezuela paga indirectamente por el resto.
“Tenemos suerte de tener a Venezuela tan cerca”, dijo Berrocal, mientras compraba una caja de leche para enviarla a familiares al interior de Colombia.
La mujer es una de muchos consumidores colombianos que se benefician del masivo comercio de contrabando de bienes subsidiados o cuyos precios están sujetos a un bajo control de su vecino, incluyendo gasolina casi gratis, repuestos para autos, harina de maíz y desodorante, todos comprados a precio de liquidación en Venezuela para luego ser vendidos con ganancia al otro lado de la frontera.
Con una profunda intervención del gobierno en la economía, Venezuela importa ahora cerca de 75% de lo que consume, pero pierde un tercio de sus bienes en el comercio ilegal en la frontera, estima el gobierno. Algunos economistas dicen que Caracas exagera el problema del contrabando para ocultar su propia inhabilidad de mantener los supermercados bien abastecidos.
La escasez ha erosionado la popularidad de Maduro a un mínimo de 37%. Los sondeos más recientes muestran que la falta de alimentos sobrepasó a la delincuencia rampante como la principal preocupación de los ciudadanos. Y en Colombia hay tanta ansiedad entre los empresarios sobre el ingreso de productos baratos que la Federación Nacional de Avicultores empezó una campaña pública para desalentar la compra de pollo de contrabando.
“No estamos viviendo, sino sobreviviendo”, dijo Isabel Castillo, presidenta de la Cámara de Comercio de San Antonio, un atribulado pueblo en el lado venezolano del río Táchira, que divide a los países.
Sofocada por fábricas estatales ineficientes y controles de precios, la producción en Venezuela se ha desplomado. Además, la profunda debilidad del bolívar venezolano abarata los bienes en Colombia. Estos factores llevan a la frecuente escasez que complica la vida de los venezolanos en la frontera, donde los contrabandistas dejan poco en los estantes de las tiendas.
Esta es en parte la razón por la que las manifestaciones que empezaron en febrero contra el gobierno de Maduro tuvieron sus raíces acá antes de expandirse a nivel nacional. Aún se producen demostraciones y protestas esporádicas, incluyendo una el domingo en la que el partido Voluntad Popular se pronunció en contra del arresto de su líder, Leopoldo López, quien es acusado de instigar a demostraciones violentas.
El gobierno de Venezuela dice que está trabajando con su vecino en una campaña contra el contrabando que incluye mayor presencia militar en la frontera. Esto llevó a los comerciantes ilegales, que consideran que su actividad es legítima, a bloquear el tráfico sobre el puente que conecta los dos países. “El problema es que del lado venezolano lo que estos contrabandistas hacen es ilegal pero a un kilómetro hacia el lado colombiano nadie piensa que lo que están haciendo es malo”, dijo Carlos Chacón, un concejal de San Antonio, en referencia a los clientes colombianos.
Como método de subsistencia, muchos residentes se dedican a transportar bolsas de comestibles de Venezuela a Cúcuta, en el lado colombiano, un trabajo que puede generar más ingresos que un salario típico.
Un universitario venezolano de 26 años en San Antonio dijo que ganaba dinero extra durante la semana al tomar un bus público con una caja de artículos como esponjas de baño y limpiabrisas, los cuales vende con ganancia en Colombia. “La mitad de la gente en el bus va cargando cajas de algo; leche, aceite de cocina, cualquier cosa”, dijo.
Venezuela amenaza a los contrabandistas con 14 años de prisión. Pero el estudiante dijo que él y otros comerciantes pasan por los retenes de la Guardia Nacional Venezolana pagando pequeños sobornos. Las autoridades venezolanas reconocen que las ganancias atractivas dificultan su trabajo para contener el contrabando.
“No es una tarea fácil porque hay una realidad en nuestro lado de la frontera, donde tenemos un sistema de protección para las personas, subsidio de alimentos y precios justos; y sin duda al otro lado no es así”, dijo recientemente en un discurso el vicepresidente Jorge Arreaza.
Líderes empresariales, indicó, se quejaron de que un detergente que se vende en Barcelona, en el oriente venezolano, estaba apareciendo en tiendas en Bogotá, a unos 1.600 kilómetros por carretera.
Durante los primeros tres meses del año, la patrulla fronteriza de Venezuela en el estado de Táchira confiscó más de 14.000 toneladas de comestibles y carne, suficiente para alimentar a unas 400.000 personas por un mes, dijo en televisión el Comandante Estratégico Operacional de Venezuela, Vladimir Padrino.
El comercio ilícito ha sido alimentado por la debilidad del bolívar, el cual ha perdido más de 60% de su valor frente al dólar en los últimos doce meses en el mercado negro, lo que beneficia a los compradores con la moneda estadounidense o el peso colombiano.
Muchos venezolanos miran a Cúcuta para saber cuánto valen sus bolívares. Durante años, la tasa determinada por las casas de cambio en la ciudad colombiana ha sido publicada en sitios web clandestinos y se usa como referencia para transar dólares en el mercado negro de Venezuela, donde estrictos controles de divisas hacen casi imposible encontrar la moneda estadounidense.
La distorsión que resulta es más visible en los mercados callejeros de Cúcuta. Acá, un kilo de arroz Primor que en Venezuela se compra por un precio regulado de nueve bolívares (13 centavos a la tasa del mercado negro), cuesta 1.700 pesos colombianos (89 centavos) dicen comerciantes. La popular harina de maíz venezolana P.A.N. para las arepas produce márgenes de ganancia similares. Pilas del icónico empaque amarillo de la harina se pueden ver en los mercados a los lados de las carreteras.
En una plaza frente a la alcaldía de Cúcuta, un grupo de ancianos bebía hace poco Polar y Solera, las populares cervezas venezolanas que los contrabandistas llevan a Colombia para vender con una generosa ganancia.
“Todo lo que usted ve en esta calle es venezolano”, cuenta Alejandro Valbuena, un comerciante de 32 años mientras una fila de camiones descargaba cajas de detergente para platos y pañales. “Si mira alrededor se dará cuando por qué el socialismo no funciona”.