La sequía de Sao Paulo, una amenaza global
Brasil | AFP. El pescador Ernane da Silva mira el valle que se extiende a sus pies. En ese lugar donde pescó por tres décadas ahora sólo hay maleza y tierra seca, agrietada por el sol.
La peor sequía en 80 años golpea al estado de Sao Paulo en Brasil. Y sirve de alerta para muchas otras metrópolis: la deforestación, las mayores temperaturas y la expansión de centros urbanos replican este desastre en otros rincones del planeta.
«Fui uno de los primeros pescadores que llegó aquí y ahora soy uno de los últimos que quedan», cuenta Da Silva, de 60 años, en medio de la represa del río Jacareí, en el pequeño municipio de Piracaia, a unos 100 km de la ciudad de Sao Paulo.
«Pesqué aquí durante 30 años. ¿Cómo iba a pensar que un día se acabaría el agua?», se pregunta con una mezcla de incredulidad y de tristeza, reflejando un problema que no lo afectó sólo a él, sino en mayor o menor medida a millones de paulistas.
Vestido con ropa sencilla y un gorro que lo protege del sol ardiente, cuenta que dejó su casa a orillas de la represa y que este año debió pescar en zonas más altas donde aún queda agua, pero que ya no sabe si el próximo año podrá seguir haciéndolo.
Lluvias insuficientes
La represa de Jacareí, construida a fines de los años 1970, es una de las cinco del enorme sistema Cantareira, que surte de agua a 45% de los 20 millones de habitantes de la región metropolitana de Sao Paulo.
Las lluvias de esta temporada húmeda – de octubre a marzo – son insuficientes. En la región de las represas de Cantareira las precipitaciones han sido de 90 mm en noviembre contra una media histórica de 161,2 mm.
«La falta de lluvia ha sido severa en este último año, acompañada de altas temperaturas tanto en verano como en invierno, lo que acelera la evaporación de las represas», dice a la AFP el meteorólogo Marcelo Schneider, del oficial Instituto Nacional de Meteorología (Inmet).
«Y todo empeora porque, a diferencia de sequías anteriores, ahora la población y la demanda por agua son mucho mayores», añadió.
Epicentro económico e industrial de Brasil, Sao Paulo ya vivió una fuerte sequía en 2001 y una muy grave a inicios de los años 1960.
Mala gestión, otro villano
«La sequía no es sólo un asunto climático: es importante si estamos o no preparados para enfrentarla», dice a la AFP la investigadora María Assunçao Silva, del Departamento de Ciencias Atmosféricas de la Universidad de Sao Paulo.
En Sao Paulo se juntó la falta de inversiones e infraestructura para almacenar agua en años de abundancia, la sobreexigencia del sistema y la mala gestión. No se informó adecuadamente a la población y no se racionó el recurso, dicen los expertos.
La mayor empresa de aguas de Sao Paulo, Sabesp, afirma que tomó medidas y que no es necesario racionar, lo que fue reafirmado constantemente por el gobernador Geraldo Alckmin, reelecto en octubre.
El gobierno anunció hace poco que construiría una planta para reutilización de agua y nuevos depósitos para almacenaje.
La AFP oyó varios relatos de cortes de agua -sin aviso ni planificación- en la capital, tanto en la periferia como el centro.
Otras ciudades del estado, donde viven 40 millones de personas, sí racionaron agua fuertemente, entre ellos Guarulhos o Itú, donde no opera la Sabesp.
Menos árboles, menos lluvia
Para algunos expertos hay además un asunto clave: la deforestación.
«La sequía excepcional que vive la región sureste de Brasil, especialmente Sao Paulo, puede ya ser el resultado de la destrucción de la Amazonía», dijo a la AFP el reconocido investigador Antonio Donato Nobre, del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE).
«La Amazonía exporta humedad (…) y lleva lluvias al sureste, el centro-oeste y el sur de Brasil, y también a otras regiones de Bolivia, Paraguay, Argentina, a miles de kilómetros», explica Nobre.
Científicos resaltan también que eventos como las fuertes lluvias en Asia Pacífico, la mayor temperatura del mar y la sequía en California están conectados y son parte de un mismo desequilibrio global.
Los cada vez más populosos centros urbanos, con poca vegetación y enormes extensiones de asfalto y cemento contribuyen a ese desequilibrio.
«La sucesión de extremos lluviosos y secos llegó para quedarse», comenta María Assunçao Silva.
El pescador Ernane da Silva sigue mirando el lugar donde ahora sólo hay tierra. «Esta sequía cambió toda mi vida. Aquí antes el agua sobraba, estaba lleno de gente pescando, nadando, disfrutando. Ahora no hay nada, no queda nadie».