Erdogan, de vendedor ambulante a «sultán» de la Turquía moderna
ANKARA, (AFP) – El carismático primer ministro islamo-conservador Recep Tayyip Erdogan, 60 años, en el poder desde 2003, se impuso el domingo en la primera vuelta de la elección presidencial de Turquía, convirtiéndose en el más longevo dirigente de la República fundada en 1923 por Mustafa Kemal Ataturk sobre las ruinas del Imperio Otomano.
Erdogan, que de joven fue vendedor ambulante, se convierte de esta manera en líder más poderoso de la Turquía moderna y en una figura providencial para sus partidarios pero encarnación de la creciente polarización del país para sus detractores.
Pero «el sultán», como se le apoda, enfrentó en los últimos años, en las calles y en las redes sociales, acusaciones de despotismo, tanto por parte de ex aliados como de opositores.
Y la represión de las revueltas sociales y las leyes de control de internet empañaron la imagen de un hombre que se había erigido como el artífice de una década de ininterrumpido crecimiento de esta potencia emergente de 76 millones de habitantes.
«No soy un dictador, no lo llevo en la sangre», dijo Erdogan el año pasado.
Las denuncias sobre hechos de corrupción en su entorno y los ataques en las redes sociales lo volvieron sin embargo irritable, y empezó a tratar de «traidores» y «terroristas» a sus adversarios.
También fue acusado de minimizar el accidente de la mina de Soma, que en mayo de este año dejó 301 muertos, atribuyéndolo a la fatalidad y comparándolo con los desastres en minas inglesas del siglo XIX.
Pero sigue teniendo un sólido apoyo en las regiones rurales y en los medios religiosos que prosperaron bajo su gobierno.
Los sondeos en todo caso le auguran una victoria con una horquilla de 51% a 55% de los votos, frente a sus dos rivales, Ekmeledin Ihsanoglu (exjefe de la Organización de la Cooperación Islámica, OCI) y el diputado prokurdo Selahatin Demirtas.
«Giro autoritario»
El partido de Erdogan ganó todas las elecciones desde 2002 y el primer ministro, en el cargo desde 2003, ganó la aureola del hombre que aportó estabilidad después de décadas de golpes de Estado y de frágiles alianzas y que supo cortar las alas a los militares.
Gran promotor de puentes, aeropuertos y proyectos faraónicos de infraestructura, Erdogan transformó a Turquía en un mercado robusto, controlando la inflación y triplicando los ingresos de la población.
Su propio impulso constructor topó sin embargo en mayo de 2013 con la resistencia de habitantes de Estambul a la transformación del parque Gezi en un centro comercial de estilo otomano.
La causa se extendió como reguero de pólvora: durante tres semanas, 3,5 millones de turcos protestaron en un centenar de ciudades, desafiando la represión policial. Las manifestaciones se saldaron con ocho muertos, más de 8.000 heridos y miles de detenciones.
En diciembre, Erdogan acusó a sus ex aliados de la cofradía del imán Fethullah Gülen de estar detrás de las acusaciones de corrupción contra su ejecutivo.
Y este año promulgó leyes que refuerzan el control sobre internet, denunciadas como «liberticidas» por la oposición.
Según el profesor Ilter Turan, de la Universidad Bilgi de Estambul, el respaldo constante de las urnas tuvo el efecto paradójico de alentar las tendencias «autoritarias» del jefe de gobierno.
«Desde que llegó al poder, el primer ministro fue girando paulatinamente de las tendencias pragmáticas a las autoritarias, del trabajo en equipo a las decisiones personales, de la democracia al autoritarismo, de las políticas elaboradas a las impulsivas», afirma.
De la cárcel al poder
Erdogan, hijo de un guardacostas de Kasimpasa (cerca de Estambul), fue vendedor ambulante de limones y panes durante su adolescencia.
Adhirió rápidamente a grupos islamistas enfrentados al régimen secular-nacionalista y a los gobiernos militares que consideraban parte de su misión mantener una estricta separación entre las mezquitas y las instituciones estatales.
Llegó a ser jugador semiprofesional de fútbol y realizó estudios empresariales, antes de ser elegido en 1994 alcalde de Estambul. En ese cargo ganó popularidad con medidas para tratar de reducir los embotellamientos y la contaminación en la megalópolis de 15 millones de habitantes.
Su partido fue ilegalizado, y Erdogan pasó cuatro meses en la cárcel por haber recitado en una manifestación un poema islamista considerado por los jueces como una incitación al odio religioso.
«Las mezquitas son nuestros cuarteles, sus cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los fieles nuestros soldados», decía el poema, repetido incansablemente a lo largo de la actual campaña electoral.
En 2001, Erdogan y Abdullah Gul, el actual presidente turco, fundaron el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), que al año siguiente obtuvo su primera y arrolladora victoria en las urnas.
Sus gobiernos implementaron reformas que acercaron a Turquía a la Unión Europea, aunque el proceso de adhesión se halla actualmente estancado en gran parte por desavenencias internas del bloque que exasperan a Erdogan.
En los últimos años, Erdogan flexibilizó la prohibición del uso del velo islámico, restringió la venta de bebidas alcohólicas y trató de alejar los dormitorios de hombres y mujeres en las residencias universitarias, todo lo cual le valió denuncias de tratar de imponer una islamización rampante de la sociedad.
«No coincido con la opinión de que la cultura islámica y la democracia sean inconciliables», declaró en alguna ocasión.
Los defensores del régimen laico creado por Ataturk lo acusan de traicionar su legado, pero Erdogan afirma que la transformación de un país atrasado en una potencia regional hubiera sido aprobada por el padre de la Turquía moderna.