El presidente más poderoso de la historia de Turquía - 800Noticias
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Ya es presidente de Turquía. Tras casi 12 años en el poder como primer ministro, Recep Tayyip Erdogan ha alcanzado el máximo cargo de Turquía.

El 52 por ciento del voto popular obtenido hoy en las urnas, le confiere no sólo la presidencia sino también la legitimidad de ser el primer presidente de Turquía elegido por el pueblo, en lugar de ser designado por el Parlamento, como ocurría hasta ahora.

Tanto seguidores incondicionales como adversarios acérrimos lo tildan de «sultán»: no sólo por su afán de revivir el ideario de la época otomana sino también por su estilo hegemónico.

Es posible que Recep Tayyip Erdogan (Estambul, 1954), acumule ahora más poder que ningún dirigente de Turquía desde la muerte del fundador de la República, Mustafá Kemal Atatürk.

Aunque el cargo de presidente de la República Turca ha sido siempre más bien ceremonial, Erdogan ya ha anunciado que utilizará todas las atribuciones que le confiere la Constitución para convertirlo en un puesto ejecutivo.

Eso, mientras no pueda impulsar una reforma constitucional que convierta Turquía en un país presidencialista, objetivo declarado suyo, pero imposible mientras su partido, el islamista Justicia y Desarrollo (AKP) no controle dos tercios del parlamento.

Esta hipótesis podría verificarse en las elecciones generales de 2015, fecha que decidirá sobre el destino de Turquía, país que Erdogan quiere seguir liderando hasta 2023, cuando se cumpla el centenario de la fundación de la República.

Nacido en el seno de una familia modesta y religiosa, oriunda de Rize, en la costa del Mar Negro, donde pasó parte de su infancia, el joven Tayyip – bajo este nombre le conocen simpatizantes y detractores – ganaba algo de dinero como vendedor callejero en Estambul antes de ingresar en un colegio superior islamista.

Mientras estudiaba la carrera de Administración y Economía, Erdogan jugaba al fútbol como semiprofesional y empezó a participar en la política en grupos anticomunistas.

Con 22 años ya tuvo cargos locales en el Partido de Salvación Nacional, del carismático islamista turco Necmettin Erbakan, durante las siguientes décadas su mentor y jefe de partido en una formación reiteradamente prohibida y refundada con nuevos nombres.

Elegido alcalde de Estambul con 40 años, Erdogan se labró una fama de gestor serio y eficaz y en lugar de imponer leyes islamistas acordes con la ideología de su partido, se dedicó a modernizar las canalizaciones, la recogida de basuras, las infraestructuras y el transporte público en una megalópolis – hoy supera los 13 millones de habitantes – que sufría atascos crónicos.

En 1999, Erdogan tuvo que cumplir 4 meses de cárcel por haber recitado un poema en el que comparaba los minaretes de las mezquitas con bayonetas y las cúpulas con yelmos, tras la frase ominosa: «La democracia es solo un tren al que subimos hasta que llegamos a nuestro destino»… un ataque contra los fundamentos laicos de Turquía, según el tribunal.

Pero la sentencia, junto con la prohibición de ejercer cargos públicos, no puso fin a la carrera de Erdogan sino que la relanzó: dos años más tarde se separó de Erbakan, aglutinó el ala islamista reformadora, fundó el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) y ganó las elecciones de 2002.

Durante el primer lustro en el poder, incluso numerosos intelectuales laicos alababan la apertura de este político al que consideraban meramente un «conservador» capaz de reducir el poder del hasta entonces omnipotente Ejército.

Pero en los últimos años, sus política han incidido cada vez más en detalles de «moral pública».

En este sentido, permitió a las mujeres llevar el pañuelo islámico en cargos públicos, anunció cruzadas contra el consumo – legal – de alcohol, comparó el aborto – legal también – a una «masacre», pidió que cada mujer tuviera un mínimo de tres hijos e incluso anunció que prohibiría que jóvenes de ambos sexos compartieran piso.

Una reacción a su estilo cada vez más autoritario y conservador fueron las protestas del parque Gezi, en el verano de 2013, encabezadas por jóvenes que Erdogan tildó de «izquierdistas, ateos y terroristas».

Sus diatribas polarizadoras, que establecen un «nosotros», islámico y patriota, contra un «ellos, traidores», le dieron rédito: su partido – cada vez más se confunden las siglas AKP y las iniciales de Recep Tayyip Erdogan – ganó con un holgado 43 por ciento las elecciones locales de marzo pasado.

Queda por ver si la democracia, tal y como temen sus oponentes, solo ha sido para Erdogan un tren para llegar a su destino de cúpulas y minaretes.

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