Puente Simón Bolívar, el muro del sueño venezolano
EFE
El Puente Simón Bolívar ha dejado de ser puente para convertirse en muro. El sueño de muchos venezolanos termina allí, bajo su estructura, que en vez de unir su país con Colombia rompe las esperanzas por un futuro mejor para muchas familias.
La línea fronteriza que hace año era un camino a otro mundo para muchos venezolanos lleva bloqueado desde entonces, cuando ambos países rompieron relaciones, enfrentados por diferencias políticas e ideológicas.
Juan Guaidó, reconocido como presidente interino de Venezuela por más de 50 países, intentó entonces cruzar la frontera desde la ciudad colombiana de Cúcuta a la cabeza de una caravana con alimentos y medicinas, donados en su mayor parte por EE.UU., pero su intento fracasó por la oposición de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB).
Lo que parecía ser una segunda «Campaña Libertadora», acabó en disturbios.
Desde entonces, nada ha cambiado en el puente internacional Simón Bolívar, el principal de los tres que conectan a Cúcuta con el estado venezolano del Táchira y que históricamente fue una de las fronteras más dinámicas de Suramérica.
No queda apenas nada de una frenética actividad comercial, ahora cerrada a los vehículos y abierta solo a peatones que a diario cruzan a Colombia para comprar lo que no encuentran en su país.
VIDA NUEVA EN LA MISERIA
El puente y sus alrededores es también el hogar de familias enteras que viven en la miseria, como la de Alexander Ramírez, que al drama de la escasez en Venezuela suma su tragedia familiar.
Ramírez, de 38 años, camina con muletas porque su pierna izquierda se la amputaron a causa de una bala perdida que lo hirió cuando aún vivía en su tierra, tras lo cual decidió irse a Colombia con su esposa y su hijo de cuatro años, quien sufre microcefalia.
«Aquí estoy pasando trabajos (dificultades) en el sentido de que duermo mal, tengo a mi hijo pasando trabajos, se me ha enfermado varias veces por el polvo, y (el dinero) no me da para pagar un arriendo porque aquí hay que pagar arriendo; para la comida, uno come, eso sí es verdad, por lo menos el hijo mío aquí está bien alimentado», cuenta a Efe.
Los Ramírez hacen parte de los más de cuatro millones de personas que salieron de Venezuela en los últimos años huyendo de la crisis, pero a muchos la suerte solo les alcanzó para llegar hasta la frontera con Colombia, donde duermen sobre cartones bajo el puente internacional, cocinan lo que consiguen en fogones improvisados hechos en el suelo con tres piedras, y lavan ropa en el río Táchira, frontera natural entre los dos países.
LA CALLE POR CASA
En situación similar está Elías Méndez, de 20 años, que desde hace seis meses duerme en un automóvil vuelto chatarra que encontró en una calle de La Parada, una barriada del municipio de Villa del Rosario, del área metropolitana de Cúcuta, que es la primera imagen que los inmigrantes tienen de Colombia.
«Es algo muy difícil porque nos toca vivir en la calle porque si pagamos arriendo, se podrá imaginar, no hacemos nada. Aquí no tengo un trabajo estable, pero sí puedo ayudar a mi familia, puedo juntar un saquito de comida, depositarles (dinero) cuando uno puede, cuando uno camella (trabaja)», dijo a Efe Méndez, quien en Venezuela se dedicaba a la agricultura.
Todos se ganan la vida «con lo que salga», haciendo cualquier trabajo en La Parada, por cuyas polvorientas calles se mueven multitudes de recién llegados que ofrecen servicios: desde las ventas ambulantes de alimentos, bebidas y medicinas, hasta el de «coteros», porteadores que cargan sobre espalda y cabeza bultos de mercancías que los venezolanos compran en Cúcuta y llevan a pie atravesando la frontera.
El paso se hace generalmente por el puente internacional, pero cuando la situación se tensa entre Colombia y Venezuela y el gobierno de Nicolás Maduro lo cierra, la gente se arriesga a cruzar el río Táchira por infinidad de trochas abiertas en la maleza, controladas en su mayoría por bandas armadas de origen paramilitar como la de Los Rastrojos, que a veces se enfrentan a tiros con rivales para mantener el control de la zona y del negocio.
RELACIONES ROTAS
A raíz del intento de Guaidó de ingresar con la caravana humanitaria, Maduro rompió las relaciones diplomáticas que desde 2015 estaban en mínimos, una situación que persiste y para la que no se vislumbra una solución ni en el corto ni en el largo plazo, lo que agrava las dificultades de los ciudadanos de ambos países.
«Pienso que aún en las peores crisis hay que mantener contactos, de cualquier clase, por cualquier conducto, especialmente con un país como Venezuela con el que compartimos una frontera de 2.219 kilómetros absolutamente permeable (…) para dialogar y solucionar los problemas entre las partes independientemente del régimen que tengan», dijo a Efe el excanciller colombiano y decano de la Facultad de Estudios Internacionales de la Universidad del Rosario, Julio Londoño Paredes.
Londoño, que como militar y diplomático exploró físicamente todas las fronteras del país, considera que Colombia, a pesar del apoyo incondicional del presidente Iván Duque a Guaidó, debería mantener algún contacto, aunque sea mínimo, con el régimen de Maduro.
«Se ha demostrado que el señor Juan Guaidó por mucho que tenga el apoyo de 50 países no tiene el control de Venezuela. Por lo tanto, no creo que sea muy complicado en un momento determinado entrar en contacto -no quiere decir reconocer un gobierno ni establecer relaciones- sobre ciertos problemas básicos que tienen dos países con una frontera común como la nuestra», explicó.
AYUDA INTERNACIONAL
Mientras tanto, muchas de las necesidades de los venezolanos recién llegados son atendidas por organismos como la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid), el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) o el Consejo Noruego para Refugiados (NRC) en un puesto instalado del lado venezolano del puente Simón Bolívar.
«La Cruz Roja nos ha ayudado bastante, nos ha dado los medicamentos que son caros, por lo menos los de las convulsiones, porque él (su hijo) también convulsiona, y por ese lado estamos bien», afirma Ramírez.
El puente internacional de Tienditas era a comienzos de 2019 un hervidero de funcionarios de Colombia, EE.UU., y líderes de la oposición venezolana tratando de hacer llegar ayuda humanitaria a la frontera y captar la atención internacional.
Hoy Tienditas se ve desierto, ahogado por las necesidades de quien se quedan en tierra de nadie, como las relaciones entre Colombia y Venezuela.