Por qué algunas personas causan desconfianza sin conocerlas
ABC
«No me da buena ‘espina’», «parece que no es de fiar», «no sé por qué, pero no me genera confianza» y un largo etcétera de frases parecidas decimos y escuchamos a diario sobre muchas de las personas que nos rodean: compañeros de trabajo, nuevas parejas de nuestros amigos… En líneas generales, en algún momento de nuestras vidas hemos sentido desconfianza, siendo una emoción desagradable que tiene su origen en el temor a que nos hagan daño y/o a pasarlo mal. Aunque suele ser hacia una persona en concreto, también puede darse ante una situación o cosa.
La psicóloga general sanitaria Patricia Fernández cuenta que, en ocasiones, cuando vemos a alguien que aún no conocemos, podemos tener un instinto que nos hace tener cierto pensamiento anticipatorio, «como una vocecilla interna que nos aconseja alejarnos y no dar más pasos». Muchas veces se trata de una mera supervivencia; algo de esa persona, que en ocasiones no sabemos muy bien el qué, nos produce un «rechazo» porque lo asociamos a alguna situación o persona que en su momento nos hirió.
Por qué desconfiamos
La desconfianza, evidentemente, es lo contrario a la confianza, y surge de la propia inseguridad e incertidumbre a poder pasarlo mal: «No depositar confianza en alguien significa no esperar algo bueno de esa persona, porque puede fallarnos y, si nos falla, nos habremos preparado mentalmente para que eso ocurra. Estamos en aviso», comenta Patricia Fernández.
Aunque aparentemente parezca que existan características claras y concisas de las personas que menos confianza nos dan, lo cierto es que no las hay, simplemente es un cúmulo de actitudes, actos y/o motivos los que pueden generárnosla, sobre todo si los asociamos a vivencias pasadas.
«Puede que no exista un motivo claro como tal en los demás, pero probablemente sí en la persona que tiene esa desconfianza. Es decir, en consulta, normalmente hay personas que tienen desconfianza a generar vínculos afectivos (pareja, amistades…) por miedo a que les hagan daño como en un pasado, pero evidentemente, el daño también se lo hacen a sí mismas… ¿Por qué? Porque implica estar en constante alerta y temor a que ocurra aquello que temen, o ni siquiera intentan generar vínculos por dicho miedo», advierte la psicóloga.
No es malo ser desconfiado, pero tampoco es bueno. Todo en su justa medida. «Al igual que la confianza es algo que se gana con el tiempo, la desconfianza también debería de serlo. Podría ser exagerado confiar plenamente en una persona sin conocerla ya que siempre se parte de un porcentaje de incertidumbre, de falta de control… pero igual de exagerado y malo sería desconfiar tanto de alguien hasta el punto de no querer conocerlo».
Esas personas, por lo general, han sufrido, les han fallado y traicionado… y entonces, empiezan a desarrollar una serie de mecanismos de defensa para que eso no les vuelva a ocurrir. Y se vuelven amigos de la desconfianza. Esos mecanismos de protección, si no sabemos gestionarnos con ello, pueden convertirse en destrucción.
Frenar la desconfianza
«La persona que es desconfiada suele saber que lo es. Es como eso de ‘si no sabes si has tenido un orgasmo es que no lo has tenido’ esto es igual. Ser desconfiada implica tener comportamientos y/o pensamientos que tienden a la evitación y/o a la interpretación negativa de las personas y de las cosas», explica la psicóloga Fernández.
Para dejar de hacer anticipaciones, interpretaciones y juicios sobre las personas que aún no conocemos, necesitamos ser lo más realistas y objetivas posible. Es decir, que te hayan hecho daño en tu pasado no quiere decir que en tu futuro te lo vayan a hacer. Muchas veces, esos juicios parten de unos pensamientos desproporcionados y desadaptativos que pueden ser distorsiones cognitivas. «Objetivamente se tiene que racionalizar qué pruebas de realidad tenemos en esa persona/situación/cosa que nos haga desconfiar. Si no conocemos a esa persona y no nos ha dado motivos, lo más adaptativo sería no desconfiar», aconseja.