«Para un artista es bueno tener una infancia desgraciada», afirma Abramovic
EFE
«Para un artista es bueno tener una infancia desgraciada», ha dicho hoy la ‘abuela’ de la performance, la serbia Marina Abramovic, durante un encuentro con el público en el Teatro Jovellanos de Gijón (norte de España) en el que se han proyectado algunas de las obras de una trayectoria de cinco décadas que le ha permitido entrar desde su ámbito en los grandes museos del mundo.
Dos días antes de recibir en Oviedo (norte de España) el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2021, Abramovic ha mantenido una conversación sobre su trayectoria profesional, las claves de su trabajo artístico y sus aspiraciones para el futuro con la comisaria, crítica de arte y miembro del jurado que le concedió el galardón, María de Corral.
Su obra, marcada según De Corral por su compromiso con el tiempo, el silencio, la energía y el dolor y por el intento de promover el autodescubrimiento de los límites físicos, los suyos y los del público, refleja una inmensa creatividad «que nunca se repite», y que la convirtió en una de las primeras artistas de la performance «en ser aceptada en el mundo de los museos».
«No se puede querer ser artista. Se es o no se es, es como respirar», ha apuntado antes de augurar un futuro en el que el arte carezca de objeto y sea, «como la música, la forma artística más elevada», una transmisión directa entre el público y un creador que no debe apostar por «lo fácil» porque entonces caería «en la repetición» de su obra.
En el repaso a algunas de sus obras, centrado en la exposición que puede verse desde el pasado viernes en las naves de la antigua Fábrica de Armas de Oviedo, Abramovic, hija de guerrilleros yugoslavos comunistas «que pasaban poco tiempo en casa» y con una abuela religiosa que le contaba cuentos y le explicada sus sueños, ha considerado que, para un artista, una infancia feliz es algo que no se quiere cambiar, «pero, cuando es triste, hay mucho material con el que trabajar».
Amante de los toros y del flamenco, la artista serbia ha incidido en la necesidad de que una obra artística sirva para interactuar con el espectador, «una performance, si es buena, puede cambiarte la vida», y que, por ello, no le gusta la idea de que el arte «tenga que ser bonito».
«Tiene que ser perturbador y plantear preguntas», ha subrayado mientras repasaba obras como la que protagonizó con su entonces pareja, el también artista Ulay, en la que ambos sostenían un arco en tensión con una flecha apuntando a su corazón durante más de cuatro minutos, un tiempo que duró «una vida», que requería una confianza total entre ambos y en la que los espectadores podían escuchar cómo iba cambiando el ritmo cardíaco de ambos.
Abramovic, convertida hace años casi en un mito que se rodea de estrellas del pop en su residencia de Nueva York tras dotarse de un aura mística no exenta de polémica, ha recordado también obra que le abrió las puertas del gran público, «The artis is present», una performance que la llevó a sentarse ocho horas al día durante tres meses en el atrio del MoMA
Los espectadores, unos 850.000, hicieron colas para sentarse ante ella y mirarla a los ojos a una Abramovic imperturbable que sólo cambió el gesto para llorar y tocar las manos de su expareja, Ulay, cuando se situó enfrente después de veintitrés años sin verse. EFE