Papa Francisco: «En un mundo azotado por vientos de guerra, vemos a Jesús en los niños de Oriente Medio»
ABC
En un saludo conmovedor y realista, el Papa Francisco afirmó este lunes que «mientras el mundo se ve azotado por vientos de guerra y un modelo de desarrollo ya caduco sigue provocando degradación humana», la Navidad invita a reconocer al Dios recién nacido «en los rostros de los niños, especialmente de aquellos para los que, como Jesús, «no hay sitio en la posada»».
En su discurso previo a la bendición «Urbi et orbi», a «la ciudad y al mundo», ante una plaza de San Pedro bañada de sol, el Santo Padre ha hecho notar que, con los ojos de la Navidad «vemos a Jesús en los niños de Oriente Medio, que siguen sufriendo por el aumento de las tensiones entre israelíes y palestinos».
Por ese motivo ha pedido que «en este día de fiesta, invoquemos al Señor la paz para Jerusalén y para toda la Tierra Santa» a través del diálogo hasta «alcanzar una solución negociada, que permita la coexistencia pacífica de dos Estados dentro de unas fronteras acordadas entre ellos y reconocidas a nivel internacional».
Del mismo modo, según Francisco, «vemos a Jesús en los rostros de los niños sirios, marcados aún por la guerra que ha ensangrentado ese país en estos años» así como «en los niños de Iraq, que todavía sigue herido y dividido por las hostilidades de los últimos quince años. Y en los niños de Yemen, donde existe un conflicto en gran parte olvidado».
En su recorrido mundial por los lugares de dolor y tensión, el Papa ha incluido la península coreana y también Venezuela, invitando al mundo entero a rezar para que salga del atolladero: «Confiamos Venezuela al Niño Jesús para que se pueda retomar un diálogo sereno entre los diversos componentes sociales por el bien de todo el querido pueblo venezolano».
Del continente africano, el más problemático, Francisco ha mencionado ha mencionado seis países: Sudán del Sur, Somalia, Burundi, República Democrática del Congo, República Centroafricana y Nigeria.
Refugiados
Igual que en América, en Europa se ha referido solo uno: «Vemos a Jesús en los niños que, junto con sus familias, sufren la violencia del conflicto en Ucrania, y sus graves repercusiones humanitarias».
Pero las guerras no son el único motivo de angustia para las familias, y por eso ha añadido que «vemos a Jesús en los niños cuyos padres no tienen trabajo» así como «en aquellos cuya infancia fue robada, obligados a trabajar desde una edad temprana o alistados como soldados mercenarios sin escrúpulos».
Como en su homilía de la Misa del Gallo, el Papa ha tenido un recuerdo especial para los refugiados, pues «vemos a Jesús en tantos niños obligados a abandonar sus países, a viajar solos en condiciones inhumanas, siendo fácil presa para los traficantes de personas».
Según Francisco, en los ojos de esos niños «vemos el drama de tantos emigrantes forzosos que arriesgan incluso sus vidas para emprender viajes agotadores que muchas veces terminan en una tragedia».
Recordando su reciente viaje de hace tres semanas al sudeste asiático para ayudar a los rohingya, el Papa ha afirmado a título personal: «Veo a Jesús en los niños que he encontrado durante mi último viaje a Myanmar y Bangladesh, y espero que la comunidad internacional no deje de trabajar para que se tutele adecuadamente la dignidad de las minorías que habitan en la Región».
La fiesta de Navidad sería hipócrita si los cristianos la celebrasen cómodamente en sus casas repitiendo el gesto de egoísmo de aquella noche de hace dos mil años. Por eso Francisco ha recordado que «Jesús conoce bien el dolor de no ser acogido y la dificultad de no tener un lugar donde reclinar la cabeza. Que nuestros corazones no estén cerrados como las casas de Belén».
Aunque su discurso era serio, el ambiente era festivo. De hecho, su mensaje invitaba a celebrar, pero solo después de asegurarse que no queda ninguna familia abandonada fuera de la posada, dando a luz en un arrozal de Bangladés, los cascotes de una ciudad bombardeada o las embarcaciones destartaladas que cruzan el Mediterráneo en condiciones de gran peligro para quienes escapan de la muerte en otro lugar.