Panamá acogió al mundo y Francisco la puso en el firmamento
EFE
Panamá, un país de 75.517 kilómetros cuadrados, durante cinco días acogió al mundo en la celebración de la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud, que llegó a su fin este domingo con una misa presidida por el papa Francisco, quien le dio un lugar en la historia de la Iglesia.
En cada esquina de la capital panameña se podía ver a un chico o una chica, movidos por su fe, con su bandera y colores de la selección de fútbol de su país cantando, bailando y alabando a Cristo.
Panamá, un país cuyo lema popular es «puente del mundo y corazón del universo», dio su mejor cara, esa que de repente en lugares recónditos no conocen.
Estos más de 200.000 jóvenes fueron el ejemplo vivo del mensaje del papa Francisco de que «los jóvenes son el presente y el hoy».
En el pasar de los peregrinos, los panameños dejaron en claro que reciben con los brazos abiertos a los visitantes que vienen a conocer lo que una vez el libertador Simón Bolívar llamó el «punto céntrico para todos los extremos de este vasto continente».
La JMJ, un evento país, que hace dos años era el terror de muchos escépticos, que sentían que «somos pequeños» para acoger compromisos de este tipo. Hoy, luego del jolgorio espiritual, rompe el paradigma y enseña al orbe que Panamá es un país gigante cuando se lo propone.
Muchos temieron lo peor por un gran apagón 72 horas antes de la llegada del santo padre, pero el evento terminó con una gran ovación para los visitantes y locales tras cinco días en los que se vio la mejor cara del panameño, siempre con un sonrisa.
Panamá, tal como lo dice su escudo de armas, es «Pro Mundi y Beneficio», es un lugar de un sol abrasador, pero de una brisa fresca que abrazó al peregrino que nunca paró de caminar kilómetros por sus calles y de asombrarse de lo que veían.
Este Panamá, céntrico y acogedor para los habitantes de los cinco continentes, marcó un precedente para las próximas sedes del más grande evento religioso católico del mundo, por la dedicación hasta el último detalle en el cuidado de los peregrinos y en el dispositivo que rodeó a Jorge Mario Bergoglio.
De seguro, en Lisboa en 2022, los jóvenes que se dieron cita en Panamá aún recordarán el tamal, el bollo, el sancocho, la pollera y el montuno y los culecos (mojadera), típico de los carnavales panameños.
Francisco se va de Panamá con el mote de «rockstar», este papa del fin del Mundo, tal como dijo el día que lo ordenaron, mueve masas, tal como lo hacía su compatriota Gustavo Cerati junto a Soda Stereo, pero en la búsqueda de una melodía espiritual profunda.
A su llegada, los teléfonos móviles fueron la mejor arma de sus seguidores. De seguro en la capital panameña no hay teléfono que en su memoria no tenga grabada la llegada y el pasar de Francisco, en su papamóvil, por sus calles.
«Pancho», como le dicen de cariño muchos desconocidos, que tienen a este papa tan cerca de su corazón por su humildad y claro mensaje, tendrá en su vuelo de regreso al Vaticano un pedazo de ese Panamá «caliente y colorido», como el mismo le llamó.
A los panameños les quedará la experiencia de ser un país privilegiado por tener en exclusiva al sucesor de «Pedro» durante cinco días y de haberle deleitado el paladar con sus viandas típicas. Precisamente, Panamá es el país número 38 que pisa el sucesor de Pedro en sus cinco años de papado.
El mensaje de Francisco y lo humilde del istmo se irá tatuado en el corazón del que nunca fue forastero en Panamá, porque no hubo peregrino que se quejara del trato que le dieron durante su estancia, como lo testimonió a Efe el obispo español de Teruel, Antonio Gómez.
El más de medio millón de personas que le dieron la despedida al evento tendrán para contar a las futuras generaciones que hubo una vez, en un istmo llamado Panamá, la oportunidad de acoger a todo el mundo, de que las principales religiones se unieran para colaborar y que hasta las calles amanecían más limpias a pesar de miles de consumidores.