PALABRA DE DIOS | Evangelio de este lunes 10 de enero
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Del primer libro de Samuel 1, 1-8
Había un hombre en Ramá, de la tribu de Efraín, llamado Elcaná, que tenía dos mujeres, Ana y Peninná. Peninná tenía hijos y Ana no los tenía. Todos los años Elcaná subía desde su ciudad al santuario de Siló, para adorar al Señor de los ejércitos y ofrecerle sacrificios. Ahí vivían los dos hijos de Elí, Jofní y Pinjás, sacerdotes del Señor.
Cuando ofrecía su sacrificio, Elcaná daba a Peninná y a cada uno de sus hijos, su parte; pero a Ana le daba una porción doble, porque la amaba con predilección, aun cuando el Señor no le había concedido tener hijos. Peninná, su rival, se burlaba continuamente de ella a causa de su esterilidad y esto sucedía año tras año, cuando subían a la casa del Señor. Peninná la humillaba y mortificaba, y Ana se ponía a llorar y no quería comer.
Una vez Elcaná le dijo: “Ana, ¿por qué lloras y no quieres comer? ¿Por qué está triste tu corazón? ¿Acaso no valgo yo para ti más que diez hijos?”
Salmo de hoy
Sal 115, 12-13. 14 y 17. 18-19 R/. Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor. R/.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando el nombre del Señor. R/.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén. R/.
Evangelio del día
Evangelio según Marcos 1, 14-20
Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Arrepintanse y crean en el Evangelio”.
Caminaba Jesús por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano, Andrés, echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante, vio a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca, remendando sus redes. Los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre con los trabajadores, se fueron con Jesús.
Reflexión del Evangelio de hoy
Dios mira nuestra pequeñez y nos engrandece
Comenzamos un nuevo año litúrgico involucrados en la tarea que la Iglesia nos anima a construir: la sinodalidad de todos los creyentes abierta al mundo. Y las lecturas de hoy nos dan unas pistas para posicionarnos en esa vocación personal y eclesial que Dios nos ha dado. Desde nuestra pequeñez y desde nuestros propios carismas, don de Dios, estamos llamados a llevar el mensaje de salvación universal del Señor. Así lo podemos aprender de Ana, la mujer estéril que aparece en la primera lectura de hoy que recogemos del inicio del libro de Samuel. Este fragmento nos narra la rivalidad entre las dos mujeres que tiene el efraimita, Elcaná. Se trata de un buen hombre, que cada año sube al templo a ofrecer sacrificios y adorar a su Señor. Elcaná aprecia a Ana, aunque no tiene descendencia con ella y sí con su otra mujer Fenina, rival de Ana. A ésta le otorga mayores atenciones y regalos, y provoca la aflicción de Ana. Pero los designios divinos son inescrutables, y Dios escoge lo humilde y sencillo para llevar a cabo sus planes salvíficos. La fe y la lealtad de Ana, y sus oraciones al Señor la convertirán en la madre de Samuel, a quien entregará al servicio del Templo de Dios. Otra vez vemos cumplirse los planes de Dios por encima de nuestras suposiciones. Otra vez Dios escoge lo humilde y confiado, la buena voluntad y la disposición incondicional a su servicio para hacer avanzar su alianza con el hombre. Otra vez tomamos conciencia de que somos instrumentos de Dios para construir su Reino y hacer brillar su providencia. Dios atiende nuestras oraciones confiadas y plenifica nuestros anhelos y nuestro ser.
Llamados al seguimiento de Jesús, a pregonar su evangelio
Esta disposición incondicional para el seguimiento es la que nos narra Marcos en este evangelio. Cuando Juan Bautista es arrestado, Jesús decide subir a Galilea, a predicar el Reino de Dios. Allí llama a sus primeros discípulos, dos parejas de hermanos pescadores que dejándolo todo le siguen a ojos ciegas. “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”. Se ha cumplido el tiempo, dice Jesús, y propone la conversión y creer la Buena Noticia. Son las dos condiciones del Reino. Convertirse, cambiar los valores personales asimilando y realizando los valores del Reino, y creer la Buena Noticia., es decir, creer en Jesús. Él es la buena nueva, el evangelio de Dios; seguir a Jesús es cumplir la voluntad de Dios. Dos condiciones sencillas que suponen una entrega permanente y decidida. Conversión, cambio de actitudes, de criterios y de mentalidad. Abandonar los criterios mundanos, las tentaciones del dinero, el poder y la influencia, y asumir los valores esenciales, la verdad, la santidad, la justicia, el amor y la paz. Estos valores que la enseñanza y el ejemplo de Jesús nos muestran a lo largo de su trayectoria histórica. Así, siguiendo el ejemplo y la adhesión al Señor, nos vemos obligados a convertir también nuestros hábitos y costumbres, nuestra vida ejemplar. Asumiendo el mandato de Jesús de predicar el Reino y hacerlo presente en el mundo, promovemos las actitudes fundamentales de las bienaventuranzas, resumen del mensaje evangélico y criterio definitivo de salvación. La pobreza, el hambre y sed de justicia, la fraternidad y solidaridad, la no violencia, reconciliación y perdón, el amor al hermano, e incluso al enemigo, son los ideales que hemos de defender y hacer valer en nuestro mundo, porque son los valores que definen y hacen presente el Reino de Dios, la encarnación del Evangelio de Jesús.