OPINIÓN| Ni quiero, ni pido, ni acepto una intervención extranjera por Fernando Ochoa Antich
Fernando Ochoa Antich
Aunque no tengo interés en polemizar con quien no lo merece, me siento obligado a hacerlo para beneficio de la verdad. Un fablistán, de los que utilizan la hermosa y trascendente profesión del periodista para fungir de sicarios morales, me envió una respuesta, con fotografía de primera página en su pasquín semanal, a la carta que le dirigí al general Vladimir Padrino López, ministro de la Defensa.
Mandadero como lo es, aunque desconozco al mandante, pero creo saber quién es, lo primero que afirmó fue que mi carta busca incitar al general Padrino a rebelarse en contra del poder civil, asegurando, para darle credibilidad a su mentira, que yo estuve “enredado” en la fracasada insurrección del 4 de febrero de 1992. Sostiene que el teniente coronel Jesús Urdaneta Hernández, uno de los jefes de la asonada militar del 4 de febrero, lo afirmó, en 1993, en una entrevista. Afortunadamente, el teniente coronel Urdaneta está en capacidad de ratificar o negar esa acusación y bastaría solo con preguntarle qué elementos tuvo, si es verdad que lo hizo, para pronunciar tal acusación.
También es fácilmente comprobable la conducta institucional que mantuve durante esos acontecimientos, en defensa de la democracia y del gobierno constitucional de Carlos Andrés Pérez. Pero, si fuese cierto, como usted trata de hacer ver, que yo estaba comprometido en dicha insurrección, ¿no le sorprende que, después de haber combatido y sometido a la justicia a los complotados en dicho alzamiento ese aciago día, ninguno de ellos me haya llamado traidor?
Tengo más de veinte años escribiendo semanalmente un artículo de opinión en oposición al régimen chavista. Si hubiese habido una sola razón moral para señalarme alguna actuación indebida de mi parte, estoy seguro de que el teniente coronel Hugo Chávez o cualquier otro oficial comprometido en la asonada lo hubiesen señalado públicamente. Así mismo, me enorgullece el trato digno y respetuoso, acorde con su grado militar y su condición humana, que tuvieron los detenidos militares. Si usted lo duda, escuche la declaración de la madre del mayor general Miguel Rodríguez Torres, quien reconoce el trato justo que tuvo su hijo el 4 de febrero de 1992 y la manera inhumana en que está siendo vejado por la dictadura madurista
Su aventurera acusación de que estoy conspirando para que la FAN derroque al presidente Nicolás Maduro, o, la más aventurera aún, de que demando una intervención militar extranjera, me llevan a concluir que ni usted ni su mandante han logrado entender el contenido de mis artículos, o, lo más probable, es que usted forme parte del aparato de desinformación al servicio de la dictadura.
Exigirle al ministro de la Defensa, con la seriedad que el caso requiere, analizar las declaraciones que sobre la situación de Venezuela han dado públicamente connotados miembros del gobierno estadounidense, incluido su presidente y otros mandatarios y parlamentarios de la Unión Europea y de América Latina, y en consecuencia tratar el tema de manera respetuosa, pero leal y firmemente, con el presidente de la República para hacerle ver el riesgo que puede existir en contra de nuestra soberanía y sugerirle alguna solución, lo menos traumática posible, al caos que vivimos, ¿puede constituir una incitación a la rebelión? ¿Creerán usted y su mandante que unos “ejercicios cívico militares” son una respuesta seria a tan delicada situación? La Fuerza Armada Nacional tiene la obligación moral de ser factor para evitar que una crisis nacional, como la actual, comprometa la estabilidad de la República.
Usted cree ofenderme cuando afirma que fui ministro en el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. Todo lo contrario. Me siento realmente orgulloso de haber desempeñado, en medio de una grave crisis nacional, los ministerios de la Defensa y de Relaciones Exteriores y haber sido, en cierta forma, un factor en el proceso político que permitió la transición pacífica a las elecciones presidenciales de 1993. Los presidentes Carlos Andrés Pérez y Ramón J. Velásquez siempre me dieron permanente ejemplo de patriotismo y respaldaron con firmeza mi intransigente posición de defensa de la soberanía nacional. Los gobiernos democráticos, con aciertos y errores, se caracterizaron por establecer políticas nacionalistas que, con gran equilibrio e inteligencia, lograron garantizar el bienestar de los venezolanos y, al mismo tiempo, mantener una absoluta independencia en nuestra política exterior y de defensa. Ejemplos sobran: la creación de la OPEP por Rómulo Betancourt; la construcción de la represa del Guri por Raúl Leoni; la nacionalización del gas por Rafael Caldera; la nacionalización del petróleo y la posición en apoyo de la independencia del Canal de Panamá mantenida por Carlos Andrés Pérez; el respaldo de Luis Herrera Campins a Argentina en la guerra con Inglaterra; y la posición firme que mantuvo Jaime Lusinchi en defensa de nuestra soberanía, en el golfo de Venezuela, durante la crisis de la corbeta Caldas.
Usted mantiene que yo he sido un hombre vacilante. No confunda serenidad y prudencia con vacilación. Mi actuación el 4 de febrero así lo indica. El que solo haya habido 39 muertos en una insurrección de esa magnitud muestra el control que tuve sobre las operaciones y el celo que hubo en todos los mandos de las Fuerzas Armadas Nacionales para evitar bajas innecesarias. Usted también busca comparar a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, nombrada de esa manera irrespetando el artículo 328 constitucional, con las Fuerzas Armadas Nacionales. Se equivoca de nuevo. Son las mismas. Allí existen y se mantienen, a pesar de la inconveniente ideologización política permitida por los ministros de la Defensa y los Altos Mandos en estos dieciocho años de desgobierno, los mismos valores que se fueron creando en más de cien años de profesionalismo militar. De todas maneras, por respeto a mis lectores y no a usted que no lo merece, voy a recordar que en 1998 las Fuerzas Armadas Nacionales competían por el primer puesto con la Iglesia Católica como la institución más prestigiosa de Venezuela. Analicen mis lectores cualquier encuesta reciente. Allí verán que la institución armada ocupa los últimos lugares de prestigio nacional. La causa está a la vista. El interés de los gobiernos chavista y madurista de ideologizar y corromper a sus cuadros para debilitarla y controlarla.
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