OPINIÓN | El foquismo latinoamericano, por César Pérez Vivas
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El foquismo es una táctica de la acción política revolucionaria. En el marco de la estrategia que el marxismo latinoamericano ha diseñado, una y otra vez, a lo largo de más de medio siglo, para tomar el poder y hacer la “revolución proletaria”, ha sido un recurso utilizado en diversos escenarios y momentos históricos.
El Che Guevara formuló esta táctica como un elemento del conflicto armado que nació con la Revolución cubana, y que se exportó al continente para lograr la toma del poder. En el libro La guerra de guerrillas, Ernesto Guevara presenta un manual de la guerra revolucionaria en Cuba, buscando crear una teoría revolucionaria, que sirva de guía a los comunistas latinoamericanos. Ahí formula la tesis del foquismo.
Luego el autor francés Régis Debrais escribe el libro Revolución en la revolución, en el que desarrolló toda una teoría de las formas y razones para implementarlo.
Se trata de organizar pequeños grupos de militantes, altamente adoctrinados, comprometidos y entrenados para generar acciones violentas, en momentos de alta tensión social, que sean asumidas por las masas, masificando la violencia para lograr el caos, el temor y el pánico hasta crear una indetenible fuerza humana capaz de derrumbar el Estado.
La sangrienta dictadura cubana se ha especializado en impulsar esta línea táctica. La Habana se ha convertido en la sede para preparar y entrenar a los agentes de la subversión para toda América Latina, y para otras regiones del mundo.
Allí se ofrecen seminarios de adoctrinamiento en el marxismo castrismo. El contenido de los mismos va más allá de un acceso al conocimiento del materialismo histórico y de su propuesta política: La Dictadura del Proletariado, como paso previo a la instauración de la sociedad comunista. Incluye la preparación de los militantes en técnicas de organización política, activismo, subversión, así como entrenamiento militar.
Un tema recurrente en esos cursos de subversión es el foquismo, como acción política destinada a generar la insurrección popular. Enseñan la evaluación de las llamadas “condiciones objetivas” para lograr la rebelión popular, y “la toma de la Bastilla”, símbolo del triunfo revolucionario, en la Revolución francesa.
Los partidos comunistas y socialistas alineados en el Foro de Sao Paulo han enviado sus cuadros, por muchos años, a participar de dichos seminarios en la isla caribeña.
La llegada al poder de Hugo Chávez, con el gigantesco volumen de recursos financieros y con el cúmulo de poder político que logró acumular, significó un impulso gigantesco a esas tareas “formativas”.
El compromiso de Chávez con el dictador cubano, Fidel Castro, lo llevó a involucrarse directamente en ese viejo proyecto. Fundó su escuela de formación de cuadros, estructuró un movimiento de naturaleza insurreccional, denominado Frente Francisco de Miranda, a quien le encomendó esa misión.
El Frente Francisco de Miranda tomó y convirtió las instalaciones del campamento turístico de la represa La Trampa, del complejo Hidroeléctrico de los Andes, en el municipio Uribante del estado Táchira, como el centro de formación de cuadros para defender la revolución bolivariana, y para llevar a todos los países del continente, la doctrina, la ideología, la estrategia y la táctica revolucionaria.
Los comunistas venezolanos del siglo pasado habían sido formados en Cuba y en la antigua Unión Soviética. Ahora Venezuela es el epicentro de ese proceso. Fracasada la guerra de guerrillas, el foquismo pasó a ser la táctica más recurrente en la estrategia comunista para tomar el poder.
Fue esa una táctica importante, ejecutada en los hechos violentos vividos en Caracas los días 27 y 28 de febrero de 1989, conocidos como el Caracazo. En un ambiente de tensión social, generado por la abulia política y la crisis económica de entonces; luego de un levísimo incremento en el precio de los combustibles, comenzaron unas manifestaciones pacíficas, que súbitamente se tornaron violentas.
El Estado democrático no estaba preparado para ese tipo de insurrección. La violencia popular le tomó por sorpresa. Duró varios días en reaccionar. La crisis política se hizo presente dramáticamente.
Entonces era yo un novel diputado en el Congreso de la República. Pude evaluar con detenimiento los acontecimientos y ser miembro de la comisión parlamentaria que los investigó
Recuerdo que me correspondió visitar, en la sede de la Dirección de Inteligencia Militar, a los detenidos por haber sido capturados in fraganti participando de la violencia desatada.
Ahí conocí, tras las rejas, a uno de esos personajes de la ultrosa izquierda venezolana: Roland Dennis Boulton. Me llamó, entonces, la atención su apellido. Dennis era uno de esos cuadros formados para el foquismo insurreccional. Era uno de los líderes de la izquierda radical. Había puesto en práctica sus conocimientos insurreccionales. Luego, Chávez, lo nombró viceministro de Planificación, ahora es un duro crítico de la cúpula roja.
Otro de los cuadros formados para la insurrección y el foquismo, en aquellos tiempos, fue el entonces joven dirigente sindical Nicolás Maduro, aventajado alumno de la escuela cubana.
Estas notas las traigo a colación con ocasión de la ola de protestas violentas que vienen sacudiendo a la América del Sur. No hay duda de que aquí está presente la mano oscura de la ultraizquierda radical, formada en la escuela de la subversión cubana, repotenciada por los discípulos venezolanos, ahora en ejercicio del poder.
América Latina es un continente que trabaja por superar la marginalidad. Ciertamente hay signos de avance en esa tarea. Se ha logrado establecer la democracia, mejorar la infraestructura y los servicios. Elevar el ingreso per cápita de la población, avanzar en mejorar la calidad de vida de importantes sectores sociales.
Pero aún persisten sectores sumidos en la pobreza, y se evidencian grandes inequidades sociales, a pesar los esfuerzos adelantados y de avances significativos conseguidos. Lograr la equidad es una asignatura pendiente.
No hay sociedad perfecta. Siempre habrá dificultades. Problemas que se hacen irritantes y generadores de malestar. Esos problemas se pueden convertir, como efectivamente se han convertido, en combustible para alimentar la protesta y para incendiar la pradera.
Llama la atención que casi en simultáneo se estén produciendo movimientos políticos, con el ropaje de protesta social (típica táctica del comunismo) en diversas capitales latinoamericanas.
Comenzaron en Colombia con protestas estudiantiles. Las mismas se dieron con participación importante y con elementos de violencia. No lograron, o no han logrado hasta ahora, pasar a mayores. El Estado y la sociedad colombiana han mantenido bajo control las mismas.
Luego fue en Ecuador. Un ajuste en el precio de los combustibles sirvió de excusa para la protesta y la insurrección. La movilización de sectores populares, con clara presencia de agentes políticos, logró impactar fuertemente en el vecino país andino.
Llama la atención la organización y la logística de los eventos en Quito. Estos no se logran de forma espontánea. Movilizar desde diversas regiones interioranas, contingentes humanos de esa magnitud, mantenerlos por días en Quito, suponen una logística de gran valor, que alguien ha debido sufragar. Luego llama la atención la virulencia de las protestas. Las mismas produjeron daños materiales, y habrá que evaluar con mayor detenimiento las consecuencias sociológicas y políticas, que de seguro las habrá.
Pero las que más han llamado la atención son las vandálicas, violentas e inesperadas acciones de calle escenificadas en Chile, básicamente en Santiago y Valparaíso.
No hay duda de que el país austral es de los de nuestra región el que mejores logros puede exhibir en materia de estabilidad política, crecimiento económico y calidad de vida. Sin que esto signifique que no existan injusticias, inequidades y frustraciones.
Temática abundante para reflexionar y estudiar. Pero no hay duda de que a ese clima de inconformidad acumulado en la sociedad chilena le deben haber incorporado importantes dosis del ya clásico foquismo latinoamericano.
La virulencia de las protestas, el nivel de ensañamiento contra bienes públicos, como el metro y otros transportes, evidencian que allí hay una operación política tendiente a romper el cristal de la paz y la convivencia civilizada que había logrado la sociedad chilena.
La ultraizquierda violenta ha obtenido un objetivo muy importante en su forma de entender los procesos políticos y sociales. Ha herido a esa sociedad. Restaurar esa herida es un desafío muy importante para los demócratas chilenos.
Un mal manejo de la situación puede llevarlos de nuevo al pasado. A niveles que lograron superar, no sin antes ofrendar la sangre y sufrimiento de miles y miles de chilenos. A nuestros hermanos de Chile, bien le podríamos recordar aquel viejo aforismo que dice: “Lo perfecto es enemigo de lo bueno.”