OPINIÓN | Diálogo en Venezuela: ¿Ingenuo o inevitable? Por: Moisés Naím
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Irán quiere que en Venezuela haya diálogo. “El caos no puede ser la solución a las discrepancias políticas en Venezuela” dijo Abbas Mousavi, vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores de la república islámica.
El Gobierno Chino también ha expresado su esperanza de que “las partes en conflicto puedan resolver sus diferencias políticas a través del diálogo”. Igual Sergei Lavrov, el canciller ruso, y la ONU, la OEA, el Grupo de Contacto promovido por la Unión Europea, el Grupo de Lima y una larga lista de gobiernos y organizaciones.
Así es; todo el mundo quiere un diálogo político en Venezuela. “Todo el mundo” menos los venezolanos que ya tienen dos décadas de experiencia “dialogando”. Primero participaron en diálogos con Hugo Chávez y luego con Nicolás Maduro.
¿El resultado? Todos los “diálogos” terminaron fortaleciendo al gobierno y debilitando a la oposición.
Entre octubre del 2002 y mayo del 2003, por ejemplo, César Gaviria el entonces secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), se dedicó casi a tiempo completo a propiciar en Caracas un diálogo entre el gobierno de Hugo Chávez y los representantes de la oposición. El ex presidente de EE.UU. Jimmy Carter también participó activamente. ¿El resultado? Mientras la oposición negociaba con el gobierno y todos los medios de comunicación se concentraron en reportar “el diálogo”, el régimen cubano consolidó su influencia en Venezuela.
En el 2014, el gobierno de Maduro confrontó fuertes protestas callejeras protagonizadas principalmente por estudiantes. El gobierno respondió con sus dos armas favoritas: represión y… diálogo. Esta vez el diálogo de marras tuvo lugar en el palacio presidencial, fue televisado y algunos líderes de la oposición pudieron ser oídos por el país.
Maduro también invitó al cardenal Pietro Parolin, el número dos del Vaticano, y quien había sido el nuncio en Venezuela, a participar como “testigo de buena fe’’ de las negociaciones. ¿El resultado? Las protestas callejeras se acallaron, miles de estudiantes fueron arrestados, muchos de ellos torturados y otros asesinados. Leopoldo López, el líder político más popular de la oposición fue encarcelado y condenado a 14 años de prisión. Maduro consolidó su poder.
Dos años después volvió a pasar lo mismo. Sintiéndose débil, Maduro convoca un diálogo, esta vez en la República Dominicana. Fue un caos. Numerosas delegaciones, confusión, divisiones y promesas incumplidas. El mejor indicador del calibre de esa reunión es que contó con la activa mediación de José Luis Rodríguez Zapatero.
No es de extrañar, entonces, que entre quienes se oponen al régimen de Maduro, el diálogo tenga mala fama. Hasta ahora, los diálogos solo han servido para robustecer al gobierno, dividir a la oposición y desactivar las protestas populares.
Lo ideal, por lo tanto, sería que no hiciesen falta y que Maduro y sus secuaces pronto colapsen bajo el peso de su impopularidad, sus rencillas internas, la profundización de la crisis humanitaria, el descontento de grupos militares, la presión internacional y la consolidación del gobierno de Juan Guaidó.
¡Ojalá! Pero, como sabemos, a veces, lo ideal no es ni práctico ni realista. Es posible que la situación actual se prolongue y que la única forma de salir de Maduro, avanzar hacia elecciones no amañadas, y el comienzo de nuevas políticas que atenúen las letales crisis que aniquilan a los venezolanos sea a través de acuerdos negociados entre la oposición y el régimen.
Comprensiblemente, esta idea es repugnante para muchos. Pero, lamentablemente, también puede ser inevitable. Un prolongado statu quo significa la muerte de miles de personas, más refugiados venezolanos en otros países y la profundización de la crisis humanitaria.
La buena noticia es que las sociedades, y sus políticos, aprenden. La sociedad venezolana ya ha aprendido que, hasta ahora, los diálogos han sido una trampa y que no se pueden aceptar ingenuamente. La comunidad internacional democrática tampoco cree en Maduro y exige hechos concretos que contribuyan a reducir la justificada desconfianza que le tienen.
También es cierto que en los diálogos anteriores la oposición estaba más débil y desorganizada, no contaba con el apoyo de 54 países y el régimen de Maduro no era tan vulnerable como lo es ahora. El aprendizaje social y la debilidad del régimen permiten que la oposición exija que, antes de cualquier diálogo, el régimen debe dar muestras de que va a negociar de buena fe.
Podría, por ejemplo, anunciar unilateralmente, y antes de comenzar cualquier diálogo o negociación, que acepta que hay que adelantar la fecha de las elecciones, o puede liberar a los presos políticos o permitir la entrada masiva de ayuda humanitaria. De nuevo, esto tiene que ocurrir antes de que la oposición se siente a negociar con el régimen.
Suponer que Maduro y los suyos pueden participar en un diálogo sin mentir y sin manipularlo puede ser ingenuo. Pero, quizás, más ingenuo aún es suponer que, en Venezuela es posible evitar el diálogo político indefinidamente.
Con información de: El Comercio