OPINIÓN | Chile, un ejemplo aleccionador II
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En mi anterior artículo resumí los hechos políticos y sociales más importantes y la intensa polarización entre la derecha y la izquierda que caracterizaron al gobierno de Salvador Allende. Los Estados Unidos, durante la gestión de Richard Nixon, y de su Secretario de Estado, Henry Kissinger, influyeron decisivamente, a través de la CIA, en grupos opositores al presidente Allende para intentar un golpe de Estado. Esos grupos de derecha, en particular “Patria y Libertad”, estuvieron vinculados al asesinato del general René Schneider, comandante en Jefe del Ejército, quien tenía un gran ascendiente militar y sostenía, como principio, el apego al orden constitucional. Tal posición doctrinaria era, sin duda, el principal obstáculo para un golpe de Estado.
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La segunda acción contra el gobierno de Allende fue la sublevación militar, ocurrida en Santiago, el 29 de junio de 1973, y liderada por el T.C. Roberto Souper, comandante del Regimiento Blindado No 2, quien atacó el palacio presidencial y la sede del ministerio de la Defensa. Este alzamiento fracasó por la valiente actuación del general Carlos Prats y la lealtad de los generales Mario Sepúlveda Squella, comandante de la guarnición de Santiago y Guillermo Pickering, comandante de los institutos militares., quienes movilizaron sus unidades rodeando la unidad insurrecta y logrando su rendición sin mayores combates
La tercera acción se produjo el 21 de agosto de 1973, mediante la manifestación de esposas de generales, con la presencia de algunos oficiales en traje civil, frente a la residencia del general Carlos Prats, exigiendo su renuncia. El general Prats fue insultado y agredido. El presidente Allende, sus ministros y el general Augusto Pinochet, su segundo en el mando, lo visitaron y le manifestaron su respaldo. Todos fueron abucheados. El general Prats, desilusionado, pidió a los generales reafirmar su lealtad para con él. Sólo unos pocos lo hicieron. Ante este hecho decidió renunciar. Recomendó, al presidente Allende, designar al general Pinochet, como comandante en jefe del Ejército. La renuncia del general Prats trajo como consecuencia el reemplazo en sus cargos de los generales Mario Sepúlveda Squella y Guillermo Pickering, quienes, por solidaridad con el general Prats, solicitaron la baja. La conspiración empezó a fortalecerse principalmente en la Armada. Esta actitud era natural. La mayoría de sus oficiales habían sido formados en la Armada norteamericana. El 22 de agosto de 1973, la cámara de diputados, de mayoría opositora, aprobó un texto en el cual se señalaba el grave quebrantamiento del Orden Constitucional y legal de la República debido a la negativa del Ejecutivo de promulgar una reforma constitucional aprobada por el Congreso Nacional.
El 9 de septiembre de 1973, el V.A. José Toribio Merino, escribió a los generales Pinochet y Leigh informándoles que el día “D” sería el 11 de septiembre a las 06:00 horas. Parece ser que, en realidad, el golpe de Estado estaba previsto para el día 17, pero fue adelantado para el 11 ante la posibilidad de que el Salvador Allende hiciera pública su decisión de convocar a un Plebiscito con la finalidad de consultar al pueblo si debía o no entregar la presidencia. La Aviación y la Armada, se presentaban unidas. El Ejército, dividido, pero con mayoría en el sector golpista. Esta realidad condujo al general Pinochet a asumir la jefatura del golpe de Estado. El 11 de septiembre, a las 8 a.m., el V.A., Merino detuvo al almirante Raúl Montero y se auto designó comandante de la Armada. A esa misma hora, el Alto Mando Militar dirigió una proclama a la opinión pública: “Teniendo presente: 1°. La gravísima crisis económica, social y moral que está destruyendo al país; 2°. La incapacidad del Gobierno para adoptar las medidas que permitan detener el proceso y desarrollo del caos; 3°.- El constante incremento de los grupos armados paramilitares, organizados y entrenados por los partidos políticos de la Unidad Popular que llevarán al pueblo de Chile a una inevitable guerra civil, las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile declaran: 1°. Que el señor Presidente de la República debe proceder a la inmediata entrega de su alto cargo a las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile. 2°. Que las Fuerzas Armadas y el Cuerpo de Carabineros de Chile están unidos, para iniciar la histórica y responsable misión de luchar por la liberación de la Patria del yugo marxista, y la restauración del orden y de la institucionalidad…
A las 10:15 a.m. el presidente Allende se dirigió a la Nación a través de Radio Magallanes: “Quizás sea ésta la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron: Soldados de Chile, comandantes en jefe y titulares…, el almirante Merino se designó él mismo comandante de la Armada… Además, el señor Mendoza también se ha denominado director general de Carabineros. Ante estos hechos sólo me cabe decirles a los trabajadores: Yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. ¡Trabajadores de mi Patria!: Quiero agradecer la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo… . ¡Viva Chile!, ¡Viva el pueblo!, ¡Vivan los trabajadores!”. Lamentablemente, las presiones de los partidos más radicales de la alianza gubernamental, liderados por Carlos Altamirano, limitaron la capacidad de negociación del presidente Allende, oponiéndose a la convocatoria de un plebiscito como él aspiraba. Esta realidad obligó a connotados demócratas, entre ellos Eduardo Frei, a aceptar la inevitabilidad del golpe de Estado. Su muerte, el 22 de enero de 1982, pareciera ser que no ocurrió por causas naturales sino por envenenamiento. Otra dolorosa consecuencia de los odios provocados por la crisis.
Los Altos Mandos de las Fuerzas Armadas, en la mañana del 11 de septiembre de 1973, controlaron, con rapidez, gran parte del país y atacaron el Palacio de “La Moneda”. Tras el bombardeo de la sede presidencial el presidente Allende decidió suicidarse. La resistencia que allí se encontraba fue rápidamente controlada. Se designó una Junta Militar presidida por el general Augusto Pinochet y constituida por el vicealmirante José Toribio Merino y el general Gustavo Leigh. En definitiva, una tragedia para el pueblo chileno que debió y pudo evitarse, pero, una vez más, las ambiciones y los odios lo impidieron. Chile, que era gobernado por una de las democracias más estables de la América Latina, tuvo que vivir 17 años de dictadura militar, la cual, si bien restableció el orden social, lo hizo a costa de graves violaciones de los derechos humanos, supresión de la libertad de expresión y de los partidos políticos, así como la disolución del Congreso Nacional. Ojalá, ese trágico ejemplo le sirva a la dirigencia chilena para no reincidir en la comisión de los graves errores que condujeron a ese gran país a padecer la tragedia de la dictadura pinochetista. En mi próximo artículo, me referiré a la transición hacia la democracia y la crisis política que enfrenta el gobierno del presidente Piñera.
Nota al margen: Mi amigo, Antonio Sánchez García, en una entrevista que le hizo Daniel Lara Farías en su programa “Fuera de Orden”, el 11 de septiembre de 2919, la cual no había escuchado, elogió mi actuación el 4 de febrero de 1992, al resaltar el control que mantuve sobre el desarrollo de las operaciones para evitar un derramamiento de sangre. Se lo agradezco infinitamente. Debo reconocer que eso fue posible gracias al respaldo del presidente Pérez a las decisiones que tuve que tomar y a la lealtad y profesionalismo de los comandantes e integrantes de las unidades que intervinieron en defensa de la democracia. Esa es la verdad histórica.
Fernando Ochoa Antich