#Opinión | América Latina: objetivo militar, por Fernando Ochoa Antich
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La conocida frase utilizada por Carlos Marx, inspirada en Hegel, al inicio de su ensayo sobre “El 18 de Brumario de Luis Bonaparte”: “La historia universal se repite dos veces, una como tragedia y otra como farsa”, para diferenciar el trascendente golpe de Estado de Napoleón I con la tragicomedia de Luis Bonaparte, parece ser un fenómeno político que puede presentarse en el actual proceso histórico de América Latina, pero de una manera diferente: pueden ocurrir dos dolorosas tragedias. Nuestros pueblos olvidan el inmenso daño que produjo en nuestro continente la acción armada del castrismo, con el respaldo militar soviético, en las décadas de los sesenta y setenta. Ahora, observo de manera inexplicable a importantes sectores populares, con un sólido y reconocido liderazgo, protestar en base a su derecho constitucional de poder manifestar pacíficamente, pero se dejan manipular por grupos violentos que han empezado a destruir edificaciones públicas, saquear negocios, supermercados, y hasta residencias privadas con la intención de lograr que ese proceso de violencia comprometa la estabilidad de los gobiernos constitucionales de centro derecha.
Estos estallidos de violencia han surgido al considerar la Rusia de Putin al continente americano como un objetivo político, económico y militar, en lo que se ha llamado la Nueva Guerra Fría. Esta sorpresiva realidad internacional hay que entenderla y aceptarla antes de que surjan regímenes similares a la Venezuela de Maduro. El interés de Putin, de enfrentar a los Estados Unidos en América Latina, busca fortalecer su poder en Rusia al satisfacer el nacionalismo de su pueblo, y, a su vez, crear algunos elementos de negociación que le permitan debilitar la fuerte presión económica que Occidente ejerce en respuesta a la indebida conquista militar de la península de Crimea. No soy de los que creo que las multitudinarias manifestaciones ocurridas en Chile, Ecuador, Haití, Bolivia y Honduras surgen por decisión de Raúl Castro y Nicolás Maduro. En la América Latina existen marcadas diferencias sociales que crean las condiciones necesarias para la protesta, pero, de lo que si estoy seguro, es que la violencia surge como consecuencia de una estrategia diseñada y ejecutada por Cuba y Venezuela para satisfacer los intereses geopolíticos rusos.
No está de más recordarle a las nuevas generaciones los acontecimientos que se desarrollaron en América Latina, en 1959, después del acceso al poder de Fidel Castro y sus dolorosas consecuencias. También señalar que una alianza cívico militar, el 23 de enero de 1958, había derrocado al general Marcos Pérez Jiménez y el gobierno provisional había convocado a unas elecciones populares en las cuales triunfó Rómulo Betancourt. La visita de Fidel Castro a Caracas, el mitin en el Silencio, su carismática figura armado y vestido de verde, la entrevista con el presidente Betancourt y su rechazo a facilitarle gratuitamente petróleo ante la difícil situación económica de Venezuela creará, entre ellos, una fuerte y permanente rivalidad. Betancourt definió una prudente política con los Estados Unidos, conocedor de la fuerte resistencia que su figura tenía en los cuadros militares como consecuencia a la propaganda del anterior régimen; Castro, al contrario, nacionalizó bienes norteamericanos, después de aprobar una ley de Reforma Agraria, sin su correspondiente compensación, y decidió aliarse con la Unión Soviética en medio de la Guerra Fría de esos tiempos.
La estrategia internacional del fidelismo tuvo dos formas de acción: la dirigida a la América Latina, la cual buscaba fortalecer organizaciones subversivas nacionales y la ejecutada de manera directa por el propio ejército cubano en el África Subsahariana, al servicio de los intereses políticos de la Unión Soviética y en pago al subsidio económico recibido por Cuba. Curiosamente, todos los intentos desarrollados en la América Latina de intervención directa, a excepción de Nicaragua, 1979, fracasaron: Panamá, y República Dominicana, 1959; Venezuela, 1963; Bolivia, 1967. Al contrario, tuvieron un gran éxito al fortalecer organizaciones subversivas, entrenadas militarmente y armadas, tales como los Tupamaros en Uruguay, los Montoneros en Argentina, y las FARC en Colombia, y a diferentes organizaciones políticas de ideología de izquierda en Bolivia, Ecuador, y Paraguay. En el caso del Perú, hubo un importante acercamiento entre el general Juan Velasco Alvarado, líder de la Revolución Peruana, con un pensamiento de izquierda y Fidel Castro, reiniciándose las relaciones diplomáticas entre los dos países.
El triunfo de la Revolución Cubana influyó en el éxito electoral de partidos de ideología socialista que alcanzaron el poder: los gobiernos de Joao Goular y Salvador Allende. En las Fuerzas Armadas y en los sectores conservadores de los países del Cono Sur produjo un gran temor al considerar que se podía repetir el fenómeno de Cuba. Esta circunstancia condujo a numerosos golpes de Estado a fin de establecer gobiernos militares en la región que enfrentaran posibles acciones subversivas: Brasil, 1964-1985; Bolivia, 1971-1982; Uruguay, 1973-1985; Chile, 1973-1990; Argentina, 1976-1983, Perú, 1968-1980; Ecuador, 1972-1976. Estos gobiernos militares, en particular los de Argentina, Chile y Uruguay debieron enfrentar ataques de distintos movimientos subversivos armados. De igual manera, las Fuerzas Armadas de esos países utilizaron la fuerza y la represión en respuesta a dichas acciones. Esa fractura en la sociedad se ha mantenido por más de cuarenta años. Cada quien, según su perspectiva, valora los dolorosos hechos ocurridos. Olvidar, se ha hecho casi imposible. Permitir que se utilice la violencia en las actuales protestas es repetir la tragedia que América Latina vivió en las décadas de los sesenta y setenta. El liderazgo popular no debe permitirlo. De hacerlo, comprometerán el destino de sus pueblos y de América Latina.
Caracas, 1 de diciembre de 2019.