Napoleón: Un loco llamado el Joker se cree Bonaparte
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Las crisis matrimoniales en los imperios quizá no nos interesan tanto. Sin embargo, Ridley Scott, con guion de David Scarpa, nos ofrece en Napoleón eso mismo: las crisis matrimoniales en los imperios. Con la intención de dar profundidad sentimental al Atila francés, buena parte de la película husmea en la vida conyugal de Bonaparte y Josefina, cuya intimidad queda siempre en primer plano, muy contemporánea, muy conversacional, muy falsa y muy poco francesa, perfectamente ridícula. Imaginen conquistar media Europa y que Hollywood te retrate como un tipo que vivió toda la vida torturado por no llegar a tiempo a cenar en familia. Entre el siglo XVIII y el siglo XIX, todavía no había buenas series que ver después de cenar. Era muy aburrido.
Napoleón ha quedado icónicamente asociado al genio militar, a la mano dentro de la botonadura de la casaca, a ese sombrero como de Guardia Civil daliniano y a que era muy pequeño. Viendo Napoleón, todo esto se dilapida o contradice. Uno no ve a Joaquin Phoenix haciendo de Napoleón, sino al Joker soñándose Napoleón. La película entera parece la pesadilla del Joker antes de erigirse en su propio personaje implacable. Aquello de que los locos se creen Napoleón viene siendo todo lo que la película parece ofrecernos. Los locos no hacen películas perfectas.
El casting es en sí mismo un delirio. Joaquin Phoenix prorrumpe en varias ocasiones en la risita exacta con la que edificó al enemigo de Batman. Es como si estuviera encerrado, no en un manicomio, sino en un sueño imperial. Imaginen, de nuevo, ser Napoleón, haber conquistado, repetimos, media Europa, y que te comparen o emparenten o reduzcan a un villano de cómic que ni siquiera podía derrotar a un pijo vestido de murciélago. El Napoleón de Joaquin Phoenix me ha parecido como si a Hitler lo interpretara Woody Allen.
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El casting es en sí un delirio. Joaquin Phoenix prorrumpe en varias ocasiones en la risita exacta con la que edificó al enemigo de Batman
No encaja, esa grandeza, esa inmensa malignidad, en estos hombres confusos y urbanos y necesitados de un psicólogo para cada parte de su cuerpo. A Napoleón lo interpretó Marlon Brando, un actor del que te crees, por prestancia física, que la líe parda con las fronteras europeas; y también Claude Rains o Dennis Hopper, pequeñitos, pero con mucha malicia en las facciones, como de fusilar bien. Tom Hardy hubiera sido una opción más interesante.
Da vida a Josefina Vanessa Kirby, un poco como recién salida de un after. Napoleón se casó con una hipster vegana poliamorosa que compra pulseritas en Camden, pero no se dio cuenta. Se ha dado cuenta David Scarpa, dos siglos después. La pareja protagoniza una tras otra escenas maritales sonrojantes que hacen que Historia de un matrimonio (Noah Baumbach, 2019) parezca para adultos. A lo mejor en francés sonarían mejor.
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