Músico argentino anhela tener un sistema de orquestas como el venezolano en su país
EFE
El director de orquesta Leonardo García Alarcón ha decidido dedicar 2019 a explorar los 350 años de la ópera francesa, acompañado por su conjunto vocal-instrumental Capella Mediterránea, mientras madura la idea de crear una sistema de orquestas juveniles en todas las provincias de su Argentina natal.
«Siempre he pensado en agradecer a mi país por lo mucho que me ha dado, en términos de educación musical, y me gustaría crear un sistema de orquestas juveniles en todas las provincias. Esto sería uno de los logros más importantes de mi vida», confiesa en una entrevista con Efe en la Opera de Ginebra, donde estos días dirige la orquesta en la ópera trágica Médée.
El sueño del maestro es que esas orquestas juveniles sean acogidas «en los teatros italianos de los que Argentina está llena» y que así muchos de ellos que están en la actualidad cerrados puedan reabrir.
Un proyecto de este tipo, en la línea del que hizo posible Antonio Abreu en Venezuela y que decenas de países han intentado replicar, choca con realidades políticas que García Alarcón identifica rápidamente.
«En Argentina hay un polo muy corrupto y demagógico que pretende hacer creer que está del lado de la cultura, pero en realidad el dinero desaparece. El otro lado, que sería el de la derecha, está vacío porque no considera que la cultura sea algo esencial», opina.
García Alarcón (La Plata, Argentina, 1976) lamenta que en su país no haya un espacio de centro «que permita contar por primera vez con una política cultural», una carencia que explicaría el hecho de que «los grandes músicos que ha dado Argentina nunca hayan podido desarrollarse en el país».
El propio García, músico especializado en el clavicordio y el órgano, se convirtió en uno más de aquellos artistas emigrantes a los 21 años, cuando llegó a Suiza, donde su talento fue rápidamente reconocido y se formó en el Conservatorio de Ginebra, su ciudad de adopción y desde la cual su carrera se proyectó hacia Francia.
Allí se cumplen los 350 años de la creación de la Academia Real de Arte y Música, la primera institución dedicada al arte lírico, cuya historia García Alarcón y sus músicos de Capella Mediterránea han decidido poner de relieve este año en tres grandes momentos.
Primero tocando en la Opera de Dijon la «Finta Pazza», la primera ópera de la historia de Francia (1645) y ahora en Ginebra con Médée, una tragedia en música de 1693 compuesta por Marc Antoine Charpentier.
El momento cumbre llegará en septiembre, cuando García Alarcón y su orquesta llegarán a la Opera de París con una nueva producción de las Indias Galantes (1735), ópera-ballet y pieza estelar del Siglo de las Luces.
Aunque los proyectos no cesan de aumentar, al director le gustaría volver más regularmente a Argentina e implicarse en su vida cultural, particularmente «en la enseñanza en los conservatorios y llevar a mi país todo el conocimiento que hemos adquirido yo y los músicos de Capella Mediterránea».
Sin embargo, en vista de las dificultades económicas que se viven allí, sólo con apoyo privado eso sería posible.
Haciendo un poco de historia, García Alarcón recuerda que cuando en Europa las monarquías dejaron de existir, o al menos de gobernar, los mecenas privados ocuparon su lugar en la financiación del arte, un modelo que ha permitido al director y a su conjunto musical hacer realidad sus proyectos en este continente.
«Para que Capella Mediterránea exista recibimos ayuda de mecenas privados de Suiza», comenta, sin revelar la identidad de sus principales benefactores, puesto que ésta es una condición que ellos mismos han puesto, aunque sí menciona las subvenciones públicas que también le otorga el cantón de Ginebra.
«Gracias a esas subvenciones hemos podido crear aquí algo que no hubiésemos podido hacer en otro lugar», reconoce, para luego lamentar que el arte esté tan abandonado en América Latina.
«En América Latina no se ha desarrollado legislación que anime a las empresas a ayudar a los artistas para un proyecto, y en el futuro próximo esto será absolutamente indispensable porque no podemos confiar en los políticos para defender la cultura y la ciencia», sentencia.