Miles viven entre grietas y campamentos un mes después de terremoto en México - 800Noticias
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EFE

Las promesas de reconstrucción suenan lejanas, irreales, para los vecinos de los barrios más afectados de la Ciudad de México, que un mes después del trágico terremoto siguen durmiendo en campamentos y piden más atención de las autoridades.

Como una herida abierta, una enorme grieta parte por la mitad varias colonias (barrios) de la popular delegación de Iztapalapa, en el oriente, como Planta o Cananea.

Levanta el asfalto, hunde las calles y entra en casas como la de María del Carmen Martínez, que -construida con esmero durante 28 años y ahora apuntalada con tabiques de madera- tiene un socavón de unos dos metros en la entrada que se mete hasta los cimientos.

«Es muy triste, muy triste, perder todo de repente, y no poder ni ir al baño, ni bañarse», cuenta a Efe la mujer desde una casa de campaña, de unos 20 metros cuadrados, en la que duerme junto a su esposo, su hija, su yerno y tres de sus nietos.

Un campamento improvisado, y no es el único en esa popular zona, en la que la ayuda parece haber llegado a cuentagotas y de forma caprichosa. Las casas de campaña, por ejemplo, son una donación china.

María del Carmen, así como otros vecinos, piden una reubicación porque dicen que en sus casas ya no se sienten seguros. «Somos los olvidados, una colonia fantasma», lamenta la mujer.

El terremoto del 19 de septiembre dejó 369 muertos en el país y miles de viviendas severamente dañadas en el Estado de México, Puebla, Morelos, Guerrero y Oaxaca, lo que ha empujado a sus propietarios a cobijarse en otras casas o bajo lonas.

Solo en la capital hubo 228 fallecidos, colapsaron 38 inmuebles y al menos dos centenares están pendientes de demolición. En la demarcación de Iztapalapa, la más habitada de la urbe, las viviendas dañadas superan las 19.000, según el último reporte oficial.

Y publicitada proactividad de las autoridades no coincide con la opinión de los vecinos, quienes denuncian que Protección Civil ha pasado poco o nada, y les han hecho unas revisiones a las casas de las que no se fían.

También ha habido promesas de fondos de ayuda y les han tomado todos los datos, pero les desespera no saber el cómo, el cuándo ni el dónde.

«Nos traen despensitas, cobijitas, y ahí se aguantan. Y lo que queremos es que nos den una solución sobre el piso (suelo) de nuestra vivienda, para que nos digan si podemos reparar», señala Juan José Uribe.

Esa grieta que parece imposible de tapar, y la falta de información, es lo que más preocupa a Graciela Cervantes.

«Se están fracturando poco a poco alguna paredes, la casa se está asentando hacia la izquierda», asegura la mujer, que tiene a sus hijos viviendo en casas de familiares desde el trágico terremoto.

A unos metros de su vivienda, en la calle del Molino Arrocero unos profundos baches hacen imposible transitar.

Y ahora muchos vecinos viven en otro campamento, o se fueron con familiares o de renta. Roberto Quintanar, por ejemplo, se mudó por el Estadio Azteca, otra zona de la ciudad, porque se reventó el drenaje y teme que, sin medidas higiénicas, se enfermen los más pequeños de la familia.

Pero hay quienes se quedan por miedo a «la rapiña». «Ha habido casos, y precisamente por ello los mismos vecinos hacen rondines, para que no se metan en sus casas», explica.

En este barrio, hoy varios vecinos presumían de trabajo en equipo. Han llegado hasta la tubería de agua que se rompió por el movimiento telúrico de magnitud 7,1.

Tras semanas con agua intermitente y proporcionada con camiones cisterna, en las próximas horas esperan recuperar este bien básico con la ayuda de dos operarios de la delegación, que traerán la pieza de reemplazo.

Mientras que en las zonas más céntricas las labores de reconstrucción arrancaron ya con las primeras demoliciones, en la periferia de esta gigante urbe parece que el sismo congelara el tiempo.

Un centro de acopio vecinal, en este barrio de tradición obrera y cooperativista donde muchos vecinos se tratan de «compañeros», da fe de las necesidades reales de muchos habitantes.

«Necesitamos víveres, arroz y fríjoles, y leche para bebés y para recién nacidos», pide Lizette Campos, una de las organizadoras de las despensas.

Unas súplicas que restan valor al aparente control que las autoridades exhiben ante los tres terremotos de septiembre en México, que sumaron 471 muertos y dejaron doce millones de damnificados.

Una titánica labor de reconstrucción que se calcula tendrá un costo de 48.000 millones de pesos (unos 2.700 millones de dólares).

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