La tragedia de los niños y adolescentes en bandas criminales de Venezuela
Con información de BBC Mundo
A través de testimonios de dos ex miembros de bandas, una maestra de escuela y expertos en delincuencia e infancia en situación de vulnerabilidad, se explora cómo organizaciones criminales llevan a cabo peligrosas tareas.
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Lo más doloroso fue ver morir a un amigo. Era un cachorrito. Tenía como 14 años. Yo tenía 15. Fue en un enfrentamiento.
-¿Entre bandas (criminales)?
-Sí
-¿Tu amigo pertenecía a la banda?
-No, pero se la pasaba con nosotros. También le gustaba la velocidad como se dice.
-¿Su muerte fue un accidente porque quedó atrapado en el enfrentamiento o le dispararon a propósito?
-Le dispararon a propósito porque tú sabes cómo es: ‘Dime con quién andas y te diré quién eres’… Si estás con nosotros, eres uno de nosotros. Yo estaba ahí. Todos salimos corriendo, pero a él como que no le dio chance de correr ni nada. Duró dos semanas en un hospital hasta que falleció».
I
La voz de este joven de 20 años, que me habla por teléfono desde Caracas, es suave y tímida.
Al principio me dice que no le importa que aparezca su nombre, pero después, a medida de que avanza la entrevista, se arrepiente.
Así que lo llamo Carlos.
***
-¿En qué momento entras en el mundo de las bandas?
-Para serte sincero, a los 14 años, fue algo así como que ni me di cuenta.
Me la pasaba con un grupo de personas que robaban y venían ganados al barrio. Hasta que un día me dije que quería ser como ellos: tenían motos, carros, prendas, joyas, mujeres. Yo también quería eso para mí.
Entonces, yo tenía unos primos que eran… Tú sabes, como se dice, malandros. Yo quería ser así. Por eso agarré las armas, me la pasaba en fiestas empistolao hasta que entré… hasta que llegué a ser como ellos. Empecé a robar y a consumir y aquello y lo otro.
-¿Sentías miedo?
-No, nunca tuve miedo porque es como estar virgen, yo lo comparo con la virginidad.
La primera vez que vas a robar, te da susto, te da nervio, pero después de que lo haces lo vas a querer seguir haciendo porque ya te quitaste el miedo. Tú matas y tienes miedo de matar, pero después te quitas ese miedo, pierdes esa virginidad.
La primera vez que robé, estaba nervioso, pero después cuando vi los reales (dinero) sin ningún trabajo, robaba y robaba cada vez más. Ya no tenía miedo de seguir robando.
-¿Cuando entras en la banda qué fue lo que más te llamó la atención?
-Lo hice por la parte económica, para ayudar a mi familia, a mi mamá y a mis hermanos. Y claro, por las mujeres, para tener las motos, las prendas, la mejor ropa, para ser el más buscado.
-¿Y llegaste a ser el más buscado?
-No, no cumplí con eso.
-¿Por qué no?
-Porque me di cuenta de que si brillas mucho, si quieres ser el más buscado, te bajan de la torre temprano. Eres el más odiado también. Te llega la envidia, te llegan muchas cosas.
Nadie es monedita de oro para caerle bien a todo el mundo. Puede ser que a una chica le gustes por tu forma de vestir pero a otros les caerás mal. Unos te verán como alguien serio pero otros como un fanfarrón.
***
Carlos se crió en un barrio en el norte de Venezuela, en el estado Miranda.
Me cuenta que donde vivía había «muchas bandas delictivas».
Un niño en Petare, un barrio popular en el este de Caracas.
Cuando tenía 8 años, se tuvo que ir al interior del país junto a su mamá y sus tres hermanos porque fueron una de las familias damnificadas por un temporal de lluvias que afectó el sector donde vivían.
A los 10 años regresó.
«A mi papá lo conocí cuando tenía 14 años. Viví un tiempo con mi padrastro pero después se fue».
***
-¿Cómo fue la primera vez que viste o que tocaste un arma?
– Fue cuando tenía como 10, 11 años. Tenía un primo que venía a la casa siempre con su pistola. Yo la agarraba, me daba mucha curiosidad. No le gustaba, me decía que no la agarrara. Yo lo veía como un superhéroe. Quería ser como él.
-¿Cuántos años tenía tu primo?
-19, 20 años.
-¿Y pertenecía a una banda?
-Sí
En esta imagen se observa a dos jóvenes de 15 años después de ser arrestados y acusados de perpetrar un asalto a mano armada en el distrito Sucre, de Caracas, en 2009.
-¿Cómo llegaste a tener tu primera arma?
-A mí nunca me gustó la matadera. No era lo mío. Yo solo robaba. Por eso nunca tuve un arma propia. Siempre me la prestaban porque yo, con un arma, bueno… Era un poco peligroso y también muy impulsivo. Sabía lo que podía ocasionar. Cuando las tenía era porque iba a hacer algo, las pedía, hacía lo que hacía y listo.
-¿Hacías lo que tenías que hacer y la devolvías?
-Sí. Precisamente cuando me iba a comprar una, porque ya estaba empezando a tener problemas y necesitaba un arma, caí preso. Me detuvieron. No me la llegué a comprar.
-¿Por qué te detuvieron?
-Porque me robé una camioneta.
-¿Cuántos años tenías?
-17 años.
***
Esa detención de casi cinco meses en un centro para infractores menores de edad lo marcó profundamente.
«Fue horrible», me dice sin querer dar detalles.
Cuando salió, lo esperaba afuera su mamá. A partir de ese día se prometió apartarse totalmente del «mal camino».
Han pasado poco más de tres años y ahora se dedica, como miembro de la organización no gubernamental que lo ayudó a encauzar su vida, a apoyar a niños en situación de vulnerabilidad.
Su experiencia ha resultado ser clave no sólo por la empatía que consigue establecer con ellos, sino porque conoce muy bien lo que han vivido muchos niños en algunas de las zonas más violentas del país.
***
-Cuando estuviste en la banda ¿viste que se unían niños menores que tú?
-Sí, comienzan de mulas. Empiezan a agarrar las balas, los peines. Cuando uno se está entrando a plomo mal, ellos son los que están con uno. Uno les dice: ‘anda a buscarme la droga pa’llá’, hacen los mandaditos, las cosas. Ellos son los cachorros de los cachorros como se dice.
De acuerdo con expertos, niños que no son atendidos debidamente por sus padres corren el riesgo de que sean cautivados por bandas de delincuentes.
-¿Cuántos años tenían?
-De muchas edades. De 10, 11, 12, hasta de 9. Lo que he visto, de lo que estoy seguro, es que había de 10.
-Dijiste que cuando hay un enfrentamiento entre bandas, ellos van a recoger los peines y las balas. ¿Qué quieres decir?
-Los peines son los cargadores de las pistolas. Cuando uno está en pleno fuego y se nos caen los peines, uno necesita otros y ellos nos los dan ya llenos. Ellos los van llenando y llenando.
-¿En el tiempo que estuviste en la banda, los cachorros que conociste, ascendían en la organización?
-Todos comienzan así, gariteando hasta que uno ya ve que están pa’ plomo, que ya está activo para lanzarse a un robo, a un enfrentamiento. Si se defiende bien y se hace respetar, quedaba como uno de nosotros. Asciende, como se dice.
-¿Cómo es defenderse bien?
-Que se defienda bien con un arma, hablando también, robando, que no le dé nervio, que se defienda, que se prepare porque eso es como una carrera.
Garitear:
Verbo muy usado en la jerga carcelaria venezolana.
Garitero: la persona que «canta la zona», es decir, que vigila un área determinada.
Garita: esa palabra tiene cinco acepciones en el diccionario de la Real Academia Española. La segunda y la tercera son clave en este contexto:
«Casilla pequeña, para abrigo y comodidad de centinelas, vigilantes, guardafrenos, etc.
Cuarto pequeño que suelen tener los porteros en el portal para poder ver quién entra y sale».
Explicación de Carlos:
«El garitero tiene que estar pendiente de cuando las bandas se van a entrompar, de cuando viene la policía. Ponte tú que viene la policía o los de la otra banda, entonces grita: ‘¡Epa, se vienen, se vienen, se vienen, AUA, AUA, AUA, AUA, AUA’. Hace cualquier gesto y uno se activa».
-¿Por qué las bandas utilizan niños?
-Ellos mismos se prestan para eso.
Uno no le puede decir a un chamo grande: ‘Tráeme o llévame eso’ o ‘Gariteame ahí’ o cuando tú estés disparando: ‘Ve a meter las balas’.
Me va a decir ‘¿Qué te pasa a ti?’ Lo que puede hacer es meterme un disparo. Un cachorrito, me lo hace y te dice que sí.
-¿Qué le dirías a un niño o adolescente al que le gustaría pertenecer a ese mundo?
Que eso no es vida, eso es solo vida de ratico. En el momento puedes disfrutar, atraer a mujeres, inspirar miedo, pero cuando te vienen los golpes, te das cuenta de que eso no es vida.
II
«A los 12 años, un día mi papá me dijo que necesitaba un arma, que se la pidiera a mis tíos.
Y yo le dije: ‘Pero papá, déjale eso a mis tíos que ellos arreglan esa situación por ti. Y me dijo: ‘No, no, yo mismo lo arreglo. ¡Consígueme el arma!'».
Alberto no tuvo otra opción que obedecer a su padre.
Después se enteró para qué la quería.
«Los había plomeado. Le metió tiros al marido (amante) de su esposa y a ella».
Esa mujer no era su madre.
«Y después se mató. Se metió un tiro en la cabeza».
«Mi vida del malandreo»
A Alberto (nombre ficticio para proteger su privacidad) le gustaba jugar baloncesto y como muchos niños venezolanos soñaba con ser deportista, pero cuando tenía 15 años sucedió algo que marcaría su destino: mataron a uno de sus tíos, quienes estaban vinculados con actividades criminales.
Alberto, como muchos niños en Venezuela, quería dedicarse al baloncesto. Foto genérica de niños jugando en Caracas en 2012.
«Verga, sentí: ‘¡Guao, mataron a mi tío!’ Uno se lo decía: que no confiara en nadie. Y yo pensaba: ‘Tengo que matar a esa persona que le montó el complot’. Lo que pasó ese día fue que le cantaron la zona y el chamo se fue corriendo. Ahí fue cuando empezó mi vida del malandreo, como quien dice camuflajeado, pues, de noche… De día era el deportista, el sano».
Alberto llegó a su encuentro con BBC Mundo con una camisa de rayas blancas y rojas, un pantalón beige y una gorra de béisbol.
Y en una silla de ruedas.
Cuando su tío fue asesinado, cuenta, los responsables pensaron que él se iba a vengar y lo empezaron a presionar. «Me tenían sometido».
Por esa razón, tras varios robos, decidió comprarse un arma a escondidas de su madre y unirse a una de las bandas que operaban en el sector donde vivía, en el oeste de Caracas.
Tenía 16 años.
«Empecé a lanzar plomo, empecé a emproblemarme con bandas».
Tras cometer varios robos, Alberto compró un arma. Aún era un adolescente.
Pese a su corta edad, ya tenía conocimiento sobre pistolas. Cuando era niño sus tíos lo dejaban «agarrar» sus armas. «Ellos me decían: ‘Esto es así pa’ cualquier cosa si te vienen a joder’. Yo ya estaba preparado para esas cosas».
Alberto estuvo en ese mundo por 14 años.
«A veces salíamos pa’ la calle a robar. O sea, las licorerías, las agencias, las joyerías. Cosas así. Pero nunca robé en mi sector. Salíamos pa’ la calle, pa’ las quintas (casas en un sector pudiente). La gente me odiaba. Sabían que si era de darle un tiro a la gente se lo daba. No me temblaba el pulso porque yo sabía que en cualquier momento me podían matar».
La traición
Uno de los recuerdos más dolorosos de esa etapa de la vida de Alberto ocurrió durante una fiesta.
«Unos malandros llegaron echando plomo. Mataron a un chamo, hirieron a un primo mío y me dieron en un brazo. Después bajaron (por el barrio) y se encontraron con mi esposa. Le dijeron que me habían matado y ella se puso a discutir con ellos. Los chamos estaban fumados y le dieron un tiro en el estómago».
Así murió la madre de una de sus hijas, quien en ese momento tenía nueve meses.
«Fue algo tan tremendo que yo quería quemar a medio mundo. Estaba volviéndome loco, le echaba plomo a los policías, no me importaba nada (…) Estaba mal, mal».
Tiempo después vendría la traición.
«A los chamos les enseño a ser buenas personas, pa’ que no agarren ese mal camino porque (…) lo que deja es la muerte o ir a prisión a sufrir», dice Alberto.
«Al final me hirió un compañero mío que me debía real de una droga que yo le había vendido y yo le dije que lo iba a joder y como él me conocía como era yo…»
Sucedió en una fiesta a la que Alberto no quería ir. Pero sus amigos le insistieron.
«Tanto dieron, dieron, dieron, que me fui para la fiesta. El chamo pidió una pistola diciendo que yo le había dado una cachetada, cosa que era mentira, y le dieron el revólver y el chamo me dio tres tiros por la espalda».
Cayó al suelo.
De ese momento, recuerda dos cosas: no haber sentido las piernas y haber pensado: «si eres chigüire (traidor). ¿Me vas a dar los tiros por la espalda? ¿Por qué no me matas de frente?»
Sus amigos lo alzaron de inmediato y lo llevaron al hospital.
Los doctores no le dieron esperanza de volver a caminar.
«Ahora la cosa es más fuerte»
Alberto está en su treintena y hace unos siete años que sufrió esa lesión.
Y aunque pensó en vengarse, con mucha ayuda de su esposa y una iglesia cristiana, perdonó a su verdugo y decidió apartarse totalmente de la violencia.
Hoy logra caminar con ayuda de muletas, recibe el apoyo de una organización no gubernamental y les enseña baloncesto a los niños de su comunidad en Caracas.
Un policía requisa a un joven en el este de Caracas en un operativo llevado a cabo en 2012.
«Siempre les digo la verdad a mis alumnos, quién era yo, de dónde vengo, que eso no deja nada bueno. A los chamos les enseño a ser buenas personas, pa’ que no agarren ese mal camino porque (…) lo que deja es la muerte o ir a prisión a sufrir. Son cosas tremendas».
Alberto aún vive en un barrio con graves problemas de delincuencia y además de ver la función de vigilantes o gariteros que algunas bandas le asignan a los niños, ha visto cómo reaccionan varios de ellos:
«Ellos (los menores de edad) se ponen contentos porque por primera vez agarran un arma y tienen una pistola en la mano. De allí ellos empiezan a agarrar ese malandreo y empiezan a robar y a tener dinero, que si fama, que si las mujeres, que pa’ ya, que pa’ ca».
-¿Aproximadamente cuántos niños y adolescentes has sabido que en tu entorno han muerto víctimas de la violencia causada por las bandas?
-Son bastantes. Más de 20, 50 chamos, que no pasan de los 16 años.
Ahora la cosa es más fuerte. Hay chamos hasta de 10 años que ya están malandreando y consumiendo.
III
El gariteo a través de los ojos de una maestra
Desde el primer momento me pidió que no la identificara.
La llamaré Gloria.
Algunos de los alumnos de la maestra Gloria han visto hechos de violencia en sus comunidades desde que eran muy pequeños. Foto genérica de Caracas en 2013.
Un agente de los cuerpos policiales en un operativo de seguridad llevado a cabo en 2012 en el barrio de Petare.
«Se ubican en sitios estratégicos», me cuenta. «Utilizan nombres particulares para avisarse entre ellos».
«Es una estructura muy bien organizada y no es sólo a nivel de una zona, sino demuchísimas barriadas cercanas».
La deserción escolar es uno de los factores que contribuyen a que algunos niños pasen más tiempo en las calles de sus comunidades.
«A mí me parece impresionante cómo manejan la información».
«Es una cosa muy fuerte. El grupo que he podido observar, y quizás no es la realidad de todos, opera así: hay un muchacho con un walkie talkie que se queda en un punto determinado y hay otro que está distribuyendo droga. No son siempre los mismos, se turnan».
«Las edades oscilan entre 11, 12 años y el de mayor edad quizás llega a 20, 21».
Miembros de la Guardia Nacional participaron en un operativo de seguridad en el vecindario de la Cota 905, en Caracas, en 2015. Ese cuerpo de seguridad se involucró tras enfrentamientos entre bandas y la policía.
Me dice que últimamente ha observado que «pareciera que cumplen horarios» para cubrir las 24 horas del día. «Yo paso por ahí a las 5:30 de la mañana y ya los veo», me dice.
«Ahora, y es algo que me ha llamado poderosamente la atención, se están uniendo muchachas como gariteras. Esta mañana vi a una muchacha con el walkie talkie y con otro muchacho. Supongo que están haciendo eso porque los están matando. Entonces están mandando a garitear a las muchachas, adolescentes que no llegan ni a los 18 años».
IV
Verlos morir
Leonardo Rodríguez es el director de la Red de Casas Don Bosco, una asociación civil que ofrece ayuda y refugio a niños que viven en situación de calle en Venezuela.
Niños en el vecindario de San Agustín, en el oeste de la capital venezolana.
En sus 20 años de experiencia con esa organización, Rodríguez ha tenido contacto con menores de edad que han formado parte de bandas.
«Lo más difícil es que cuando haces todo el esfuerzo para romper el hielo con uno de estos jóvenes, en menos de un año ese muchacho ha muerto o ha ido a un centro de detención producto de la violencia y la situación en la que vive», me dice.
«Es escalofriante ver que los muchachos asumen que la violencia es parte de su vida».
Este grupo de niños participó en una clase de yoga, tras competir en la “Carrera por la paz”, en el barrio de Petare en el marco del Día de la No Violencia, el 2 de octubre de 2016.
A partir de 2013, la organización a la que pertenece comenzó a trabajar en comunidades de sectores populares para evitar que niños y adolescentes se incorporaran a grupos criminales.
«Nos dimos cuenta de que trabajar con muchachos de 12, 13, 14 años de edad era algo muy difícil porque ya estaban actuando dentro de la escena del delito. Por esocomenzamos a abordar a niños de 8, 9 y 10 años de edad, que quizás nos prestaban un poco más de atención».
Un arma es destruida en un operativo llevado a cabo por la Policía Nacional Bolivariana en Caracas, en noviembre de 2012.
Uno de los casos que más recuerda Rodríguez es el de dos hermanos. Antes de contármelo hace una pausa.
Uno tenía 11 años y el otro 13 cuando comenzaron a ir a uno de los centros que la organización tiene en Caracas.
Fueron llevados por un tío y estuvieron recibiendo el apoyo de la institución por dos años.
En 2011, 52 fotografías gigantes de madres que habían perdido a sus hijos por causas violentas fueron desplegadas en zonas populares de Caracas. El proyecto del artista francés JR se llamó «Esperanza». Un reporte de UNICEF de 2014, que incluyó estadísticas de 2012, señala que Venezuela, después de El Salvador y Guatemala, tiene la tasa de homicidios entre niños y adolescentes más alta del mundo.
El desenlace es aterrador:
«Al menor lo mataron en un tiroteo que se desató entre la banda a la que pertenecían y una rival y al mayor le dieron un tiro en el cráneo y quedó sordo. Después de eso, estuvo viniendo a la Casa Don Bosco y para mí fue muy impactante verlo discapacitado».
Al año, la banda con la que tenía problemas lo volvió a encontrar.
Y lo mató.
El análisis de los expertos
Los expertos consultados por BBC Mundo consideran que la impunidad es una de las razones por las que bandas criminales utilizan niños.
Esta niña hacía fila con una pistola de juguete esperando su turno para intercambiarla por una pelota en una jornada de la policía en el barrio de Petare, en 2008. El gobierno implementó un «Plan de Desarme» que buscaba crear conciencia sobre la violencia. Los niños entregaron sus juguetes bélicos y recibieron otros de naturaleza pacífica.
«Existen dos estructuras: una es la banda organizada por el propio menor, que no necesariamente está dirigida por un adulto, y está la otra experiencia en la que los niños tienen tareas específicas dentro de una banda delincuencial más amplia», me explica Mirla Pérez, profesora e investigadora de la Universidad Central de Venezuela que ha estudiado el crimen en ese país por casi 20 años.
En el segundo caso, al pran o líder de la banda -señala Pérez- le es muy útil que haya niños porque ellos pasan más desapercibidos.
«Hay un sistema legal en el que imputar a un niño es muy difícil. Todo eso lo conoce muy bien el delincuente y lo manipula a su conveniencia», señala la docente.
Este niño también participó en la jornada de 2008. Decenas de niños cambiaron pistolas de plástico por pelotas, bicicletas y juegos didácticos que les dieron las autoridades.
Otro factor clave son las carencias en el núcleo familiar de muchos niños, especialmente en entornos donde la figura paterna es inexistente.
«Estos chicos necesitan esa figura del líder, del jefe de la banda, que de alguna manera les imponga autoridad. (El líder se convierte en) alguien a quien seguir y reconocer», le indica a BBC Mundo Fernando Pereira, fundador y director de Cecodap, una organización que por más de 30 años ha promovido los derechos de los menores de edad en Venezuela.
Hay niños y adolescentes que, como sucede en muchos países en todo el mundo, encuentran en ese tipo de grupos un sentido de pertenencia.
«Les ofrecen una idea que es muy importante para estos chicos: el ser respetados y el de hacerse respetar».
Estos niños también asistieron a la jornada de intercambio de juguetes promovida por las autoridades en 2008.
En ese contexto, el arma entra a jugar un papel.
«En las entrevistas (que hemos conducido) con los chicos, el arma se plantea como un instrumento indispensable para ‘obtener respeto’. Esas son las palabras que ellos utilizan insistentemente: ‘obtener respeto’. Posteriormente se convierte en instrumento de protección y, luego, en un elemento que les permite conseguir lo que quieren, incluyendo poder», afirma Pereira.
Pérez señala que la necesidad de «sentirse seguro» cobra una importancia especial en medio de la profunda crisis económica que experimenta el país por la escasez de alimentos y medicinas y la inflación que puede llegar a 2.349% en 2018, según el Fondo Monetario Internacional.
Una niña escarba entre la basura en Caracas, en febrero de 2017.
La escasez de alimentos y medicinas ha afectado a cientos de familias en Venezuela.
La versión oficial
Cuando en agosto de 2017 le pregunté al ministro de la Juventud y el Deporte de Venezuela, Pedro Infante, qué está haciendo su despacho para evitar que niños y adolescentes caigan en pandillas o en lo que en Venezuela se conocen como bandas, me respondió que la Revolución Bolivariana desde sus inicios ha tenido como prioridad a los niños en situación de vulnerabilidad y que uno de sus logros es que la educación en Venezuela sea pública, gratuita y obligatoria.
El ministro de Juventud y Deporte, Pedro Infante, en su despacho tras conversar con BBC Mundo
También me habló de varias misiones, del mundialmente aclamado Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles, de programas deportivos, culturales y de empleo, del plan de vacunación que es totalmente gratuito y del Movimiento Mini Muchachada Por la Paz y Por la Vida que entre sus objetivos tiene el de proteger a los niños y adolescentes brindándoles espacios y actividades de recreación.
El Sistema Nacional de Orquestas ha dado formación musical gratuita a niños con escasos recursos desde hace 40 años.
Una jornada de vacunación en una escuela de la urbanización caraqueña de Gato Negro, en diciembre de 2010.
Y que es parte de un programa más amplio que surgió a partir de algunos focos de violencia en ciertas comunidades del país. De acuerdo con el funcionario, modelos de violencia han sido traídos desde el exterior para generar ingobernabilidad en el país.
«Una matriz de opinión»
Consultado sobre las denuncias de organizaciones que trabajan por los niños en su país que apuntan a que uno de los factores que influyen en que pandillas o bandas utilicen a niños en sus actividades es la impunidad y un sistema judicial deficiente, se refirió a lo que calificó como «hechos de violencia terrorista generados, por la oposición venezolana» ocurridos meses atrás.
El 27 de junio se llevó a cabo una manifestación para condenar los ataques a los periodistas y medios de comunicación. En esta imagen se observa a un niño pasando por debajo de la bandera de Venezuela.
Un niño en una protesta contra el gobierno el 14 de junio de 2017.
Sobre la existencia de pandillas o bandas que tienen entre sus integrantes a niños y adolescentes, el ministro señaló:
«Yo vivo en un barrio en Caracas, la parroquia Sucre, que es la más grande y más poblada de todo el país, y te puedo decir que en nuestro barrio no hay un niño armado. Creo que es una matriz de opinión que intenta imponerse (…)»
«Con mucha franqueza… Porque el problema es que ustedes los medios después tienen que colocar eso redactado de una forma. Y yo soy una autoridad del gobierno y del Estado. Yo te puedo decir: puede que haya un caso en alguna comunidad, en algún barrio, donde haya algún adolescente involucrado con alguna banda. Puede que eso sea, pero en nuestro país no hay bandas armadas de adolescentes y de niños. Eso no es verdad.
Que en algunos barrios haya bandas armadas. Sí las ha habido y las hemos enfrentado y, por ejemplo, vamos nosotros con muchísima fuerza, con política social, con política deportiva y cultural para fomentar la reinserción social, la reconstrucción y recomposición de nuestra dinámica social en esa comunidad. Eso ha pasado. Eso no lo podemos negar».
Este niño fue atendido por médicos voluntarios durante una manifestación antigubernamental el 24 de mayo.
«(…) Yo no puedo darte seguridad que no haya un muchacho de 17 años en alguna banda, en algún lugar. Lo que sí te puedo decir yo que el narcotráfico, que el terrorismo, no mira edad. Yo estoy seguro que ellos no tienen escrúpulos y no les importa, porque lo vimos en la guarimba (bloqueo de calle)».
Un niño en una manifestación contra el gobierno del presidente Nicolás Maduro el 8 de agosto 2017. Las protestas habían comenzado en abril tras una polémica sentencia del Tribunal Supremo de Justicia.
«Nosotros tenemos cientos de jovencitos, y adolescentes, que fueron pagados y les dieron drogas, para que participaran en actos vandálicos; y los armaron, y les dieron explosivos. Eso es digamos un combate en nuestro país y en prácticamente todos los países del mundo».
«O sea, este gobierno y este Estado lucharán siempre, siempre contra el narcotráfico, contra la corrupción, contra la violencia, contra el terrorismo, como formas criminales, que, sin escrúpulos, son capaces de captar y promover la incorporación de jóvenes o adolescentes a este tipo de acciones delictivas. Nosotros estamos contra eso».
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en un operativo en el barrio 23 de Enero para promover el desarme en agosto de 2013.
Ministro ¿qué le diría a un niño o a un adolescente en Venezuela que cree que pertenecer a una pandilla o a una banda es una opción para salir adelante y qué le diría a uno que ya está dentro para que se salga de ese mundo?
-En primer lugar, lo que le estamos diciendo a todos esos niños y a muchos de esos que hemos podido atender, que han estado en el mundo de la violencia, es que aquí tienen una mano amiga. Que vengan a estudiar, que vengan a trabajar, que vengan a hacer deporte, que el futuro nos toca construirlo juntos, que a pesar de las dificultades y de los problemas, hay un pueblo amigo, un pueblo solidario, un gobierno amigo y un gobierno solidario que están en plena disposición de apoyarlos a todos para salir adelante.
Siempre vamos a reconocer las dificultades y los problemas. Siempre, sin complejos. Creo que un gobierno serio debe hacerlo. Reconocer las complejidades y los problemas. Invitarlos a la vida porque esta es una batalla entre la vida y la muerte.