La ruta literaria Mario Vargas Llosa: un viaje nostálgico entre la modernidad
AFP | El poeta de «La ciudad y los perros» o Zavalita, de «Conversación en la catedral», se perderían al caminar por la Lima de hoy: las calles bucólicas que recorrieron los personajes de Mario Vargas Llosa se van inundando de edificios altos y hoteles de lujo.
Parte de la infancia y adolescencia del peruano premio Nobel de Literatura 2010 transcurrió en Miraflores, un exclusivo distrito costero nacido en los años 50 y que desde 2011 inspira la ‘ruta Vargas Llosa’, que recorre lugares emblemáticos que inspiraron al autor.
Las calles del exclusivo balneario del sur de Lima, bañado por el océano Pacífico, fueron fuente de inspiración de las primeras obras del autor de «La guerra del fin del mundo».
En este Literatour, ganador en la categoría Walking and the Arts del concurso internacional Walking Visionaries Awards organizado por Walk21Vienna, se unen varios puntos emblemáticos.
Allí está, por ejemplo, el lugar donde funcionó el colegio Champagnat, donde ‘Pichulita’ Cuéllar de la novela «Los cachorros», fue mordido por un perro.
– Recuerdos de la infancia –
El Literatour muestra pasajes descritos en las obras del Nobel y la municipalidad los ofrece los viernes por la tarde.
Más de 700 personas han disfrutado los primeros paseos. «Se inicia en el parque Kennedy, donde los protagonistas del novelista como Lucrecia y don Rigoberto, del ‘Elogio a la madrastra’, se encontraban para dirigirse a la Tiendecita Blanca», otrora café y hoy exclusivo restaurante, explica la guía Kristel Vera.
En cada punto hay placas con fragmentos de novelas como «Conversación en la catedral»: «las manos en los bolsillos, cabizbajo, qué me pasa hoy. El cielo sigue nublado, la atmósfera es aún más gris y ha comenzado la garúa (…) Hasta la lluvia estaba jodida en este país».
Vargas Llosa confesó que el circuito le suscita «recuerdos entrañables de mi infancia y adolescencia, los mejores momentos los pasé en Miraflores».
En el pasaje Champagnat, unos paneles describen la biografía del autor y muestran extractos del cuento «Día domingo» y «Los cachorros». Se sigue por las avenidas Pardo y Diagonal, por donde paseaba Alberto, el poeta de «La ciudad y los perros».
También se visita la casa del diplomático e historiador Raúl Porras Barrenechea (1897-1960), que hoy alberga al instituto que lleva su nombre y donde Vargas Llosa trabajó fichando libros. Aún está la vieja máquina de escribir Underwood que el escritor utilizó.
– ¿Vamos por un helado? –
Pero, en medio de la nostalgia, emerge la modernidad. Según el municipio de Miraflores, de 2011 a 2015 se emitieron 273 licencias de obras para edificios multifamiliares. En ese mismo periodo se expidieron 22 licencias para hoteles, de los cuales siete ya están levantados y 15, en construcción.
Si Vargas Llosa y sus amigos quisieran saborear un helado en el Crem Rica de sus recuerdos, en la avenida Larco, ya no lo encontrarían. Optarían por visitar a la competencia, D’Onofrio, pero deberán hacerlo pronto. Esta antigua casona, al lado del parque central, pronto se convertirá en un centro comercial.
Siguiendo por Larco y mirando al Pacífico, estaba el Parque Salazar, «un lugar de abrazos y besos castos pero también de idilios terminados y sufrimiento adolescente», señala la guía que describe el recorrido.
En ese lugar de jardines, esculturas, cuerpos de agua y aroma a mar iba el joven y enamorado Vargas Llosa de la mano de Julia Urquidi, su tía y primera esposa, aquella que diera vida a «La Tía Julia y el escribidor».
Ese rincón de nostalgia miraflorina fue reemplazado por un moderno centro comercial, donde sobresalen dos enormes chimeneas que interrumpen la vista al mar.
«Por más que muchas construcciones sean demolidas y lleguen otras, el lugar va a permanecer, por más que todo se modernice», dice Jenny Gutiérrez, mientras participa del recorrido.
Algunos lugares se escapan al Literatour. En la primera cuadra de la calle Porta, está la Quinta de los Duendes, nido de amor y refugio de Vargas Llosa a sus 19 años, con Julia Urquidi, 10 años mayor, tras casarse en secreto ante la oposición de la familia.
El lugar aún parece albergar un poco de magia entre sus casas de blanco y ocre, de flores y palmeras a los lados, una gruta en el centro y farolitos a media luz. Aunque ya está rodeado por edificios altos.
Allí sobreviven casas republicanas con añoranza a campo, de balcones de madera y rejas de metal fundido, de puertas talladas y jardines de flores aromáticas, en las calles Porta y Diego Ferré. «No puedo librarme de Miraflores, no puedo dejar de escribir sobre Miraflores», dijo alguna vez Vargas Llosa.