La Pequeña Venecia, por José María Aristimuño - 800Noticias
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José María Aristimuño

En 1499 Alonso de Ojeda y el cartógrafo Américo Vespucio, después de un recorrido por el Nuevo Mundo en ciernes, de repente, en el afán de búsqueda y conquista, entra a un lago de deslumbrante belleza. Con asombro ven en las riberas viviendas construidas sobre pilotes de madera, palafitos, que los hace recordar la serenísima Venecia, al norte de la bota, a orillas del mar Adriático; lo que después sería Italia (centro del comercio de Oriente, el lugar por excelencia en el Mediterráneo, donde concurrían los hilos del poder económico y militar. Las puertas de Asia).

¿¡Qué mejores ocurrencias que el nombre Veneziola!?

Un viaje de ultramar, de por sí subrepticio, con la venia de los reyes católicos pero a espaldas del almirante Cristóbal Colón (acusado de tomar decisiones por su cuenta).

Suele suceder, como siempre en estas tierras de gracia. Extraña coincidencia: dos grandes migraciones en cuatrocientos años; quince millones de italianos y seis millones de venezolanos.

Viene una colación, pues los italianos actualmente afuera de su país ahora son ochenta millones, y sesenta millones están adentro. Los motivos inherentes a la migración: escapar de la pobreza en búsqueda de mejores oportunidades.

En Italia, en principio el Risorgimento (1820–1920), los conflictos y la falta de identificación colectiva; la primera avalancha. Luego, la pérdida de la segunda guerra mundial (1945).

En Venezuela, ahora un país de viejos y de niños, seis millones están actualmente afuera y veintisiete millones dentro. Los motivos, la ineptitud y corrupción en el manejo de recursos inmensos, la baja del precio del petróleo, la deuda externa. Luego, las sanciones para intentar cambiar el régimen —aún sin resultados visibles— . Adicionado a ello, la intromisión en el terreno de juego de actores (Rusia, Irán, China), criminalidad (FARC, ELN, narcotráfico)… Un cóctel destructivo.

¿Que permanece?

Los italianos en el mundo: la pasta y la pizza, beber café, la gesticulación, el diseño, la mafia que fascina en el mundo (menos en Italia). Todos en la Pequeña Italia consiguen llevar el profundo amor por la familia y por su cultura.

Los venezolanos en el mundo: aún es temprano. Nunca conocidos como inmigrantes, se jactaban de vivir en el mejor país del mundo, proveniente de una Capitanía General que nunca fue un virreinato de la Corona española, guerras cruentas aún con fisuras de resentimiento, y luego el descubrimiento del oro negro, se hizo atractivo para el mundo.

La energía, torta apetecible, desde siempre trae conflictos.

Ya empieza a dar sus frutos la icónica arepa —un alimento a base de maíz—, viralizada gastronómicamente. La expenden en todo USA, Latinoamérica, Sidney y hasta en China, a pesar de la xenofobia producida en su mayoría por la propaganda feroz, pues supuestamente los venezolanos roban puestos de trabajo. Y en relación con las mujeres venezolanas, el karma de siete ganadoras del Miss Universo y seis del Miss Mundo (un reconocimiento de imagen bárbaro) no es juego.

«Se ha hecho camino al andar», como bien dijo el poeta español Antonio Machado.

Lo que fue y aún permanece: Mulberry Street, vecindario italiano en el bajo Manhattan en la ciudad de New York, es el más emblemático; igual que el Doral en la ciudad de Miami. Como siempre, el Dorado. Doralzuela, un rincón al sur de la Florida

¿Qué pasará?

Así como hace cien años América era El Dorado para los italianos, ahora es el sueño americano para los venezolanos, pero ninguno de ellos olvida en ningún momento su territorio, aquel que los vio nacer, sus costumbres. Hay arraigo, van de vacaciones, envían remesas y, sobre todo, habrá inversión.

¿Cuál es el sustento? La nostalgia.

Actualmente, cada venezolano en el exterior envía aproximadamente 100 USD mensuales para sus familiares. Eso el producto interno bruto del país y la ley mueve el mercado funcionará de afuera hacia adentro.

La dolarización: el hecho será derecho.

Venezuela no es Cuba y jamás lo será. Es la más grande mentira de la historia caribeña, por más que quieran verlo de esa manera. En esa revolución, el gobierno fue tomado por las armas, hubo fusilamientos en masa, ideología. En Venezuela, comenzó con elecciones libres y después se transformó en un aparato de Estado opresor. Cuba no tiene recursos naturales y, por último, es una isla. Increíble tanta diferencia.

Trabajar el modelo de la Pequeña Venecia es complicado actualmente. Dos presidentes no del todo legítimo; ambos tienen sus razones y manejan intereses encontrados. El territorio queda como la serie de TV Combate; Vic Morrow, el sargento Chip, caminando entre humo y destrucción.

Habrá que esperar. Volver. Quizás veinte años, como dice el tango, no es nada, pero los tiempos corren muy rápido.

No todo es una calamidad. Los venezolanos afuera piensan en Venezuela.

En Narnia, la ciudad mágica de C. S Lewis, hasta los hablan animales. La liberación como tal, la gesta heroica del 23 de enero de 1958, jamás vendrá. Son situaciones distintas, pues los tiempos no vuelven. Quedan en la memoria frases como «Cuando yo era… Cuando yo tenía…». «Cuando» es uno de los adverbios más usados ​​en la diáspora.

Todavía no hay sentido de comunidad. De hecho, las cooperativas le fallaron al gobierno de turno y el individualismo floreció sonriente en esa tierra. En el pasado, había una jerarquía velada, el protocolo. Al romperse, el país se desestructura; llega la entropía y el concepto de mina aparece tal cual: petróleo y oro.

Venezuela tiene las mayores reservas probadas de la Tierra en hidrocarburos, en un territorio inmenso y despoblado, si se quiere: un millón de km2 para treinta millones de habitantes.

Los mejores momentos están por venir; tiempos distintos. Ejemplo sencillo:

Aquel puñado de muchachos salieron de la Venezuela saudita a estudiar con las becas Gran Mariscal de Ayacucho, gran éxito del presidente en esos años, Carlos Andrés Pérez. Muchos regresaron, otros no. Ahora, este éxodo de lágrimas y sangre no es subvencionado, pero demos por seguro que dar sus frutos, pues jamás se pierde el amor a la patria.

¿Culpables? Todos.

Entender esa frase: «Yo no soy político». ¿Entonces?

Entregas la patria sin darte cuenta.

De la obra universal de William Shakespeare, El mercader de Venecia: «El mismo diablo citará las sagradas escrituras si viene bien en sus propósitos».

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