La isla panameña de Taboga rinde tributo a su protectora Virgen del Carmen
EFE
A mediados del siglo XVII los vecinos del pueblo de la pequeña isla de Taboga, en el Pacífico panameño, corrieron a esconderse entre la espesura de su vegetación: volvían los piratas, quienes en ese momento no paraban de asaltar y atracar el lugar.
Pero ese día algo cambió, pues los saqueadores al pisar la arena amarilla que caracteriza a Taboga, sintieron miedo y huyeron lejos de isla. Según cuenta la leyenda, una mujer se les apareció vestida de blanco con un gran ejército detrás.
Los habitantes de la isla, al ver que los piratas huían con prisa, se extrañaron y decidieron ir a la iglesia del pueblo. Allí se encontraron con varias huellas de pies mojados y un rastro de arena. Alzaron la vista y allí estaba ella: era la virgen del Carmen.
«Alguien tuvo que preguntar dónde se encontraba la gran mujer que comandaba un enorme ejército, digo yo», dijo este martes a Efe María Esther Sandoval, vecina de 79 años natural de Taboga, mientras se sienta en el banco de la iglesia y cuelgan varios santos de su cuello.
Desde ese momento, la santa se convirtió en la patrona de la isla, y todos los años tal día como hoy, 16 de julio, celebran las fiestas en honor a ella.
«¡Viva la Virgen del Carmen!», grita el hombre encargado de animar la fiestas con las bocinas y un micrófono en mano. Banderitas de colores, de fondo suena Rubén Blades y mucha gente está inundando las diminutas calles de Taboga, por las que a duras penas consigue pasar un carro.
Mientras, en la iglesia de cal blanca los feligreses de Taboga se apelotonan en los bancos de madera antigua, algunos ya están de pie, otros se quedan en la puerta: está abarrotada. A las 10 de la mañana en punto comienza la misa, y nadie se la quiere perder.
El párroco Marlo Verar oficializa el sermón. Es un gran orador, ya que durante los 60 minutos que dura la ceremonia los asistentes ríen, lloran y aplauden con gran emoción.
«Me gusta compartir la alegría de la gente en estas fiestas, pero mi objetivo es que no se pierda de vista el aspecto litúrgico», añade el eclesiástico.
Una vez finaliza la misa, los vecinos acuden a la playa: es la hora de embarcar a la virgen y hacer la procesión acuática. Cada año le toca a un vecino diferente llevarla. En estas fiestas el afortunado es el bote de Álvaro Herrera, quien se siente muy orgulloso de ser el que encabeza la vuelta a la isla.
El bote de Álvaro no es muy grande, pero sí está bien decorado y acomodado para cargar la virgen en la proa. Lleva desde esta mañana barado en la playa, y por fin llega el momento de salir al agua. Arranca, y unos 15 botes le siguen, se alejan rodeando el peñón verde frondoso.
«Para todo el pueblo de Taboga, la Virgen del Carmen es un nuestra protectora», admite mientras mira al mar. «Yo soy pescador, y nunca me pasó nada. Eso es gracias a ella, yo me santiguo antes de salir y estoy bendecido», concluye.