+FOTOS | La inflación asfixiante y la escasez ponen en jaque la hallaca navideña de los venezolanos - 800Noticias
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Reportaje El Nuevo Herald

Maritza Díaz, una ama de casa de 72 años, mira boquiabierta los precios de los productos que se exhiben en la vidriera de un local del mercado de La Limpia en Maracaibo, en el occidente de Venezuela.

Está triste, en shock, escandalizada.

La doña no parece entender cómo un kilo de queso madurado cuesta este segundo viernes de diciembre cerca de 200.000 bolívares o $2.20 en el mercado paralelo de divisas, cuando hace apenas dos semanas rondaba los 80.000 bolívares, menos de $1.

Los importes de la comida al detalle en los comercios de Venezuela se duplican en cuestión de días e incluso horas. El café, el pan, el azúcar, las especias, todo sube. Es una enajenación conocida en términos económicos como como hiperinflación.

Por ese fenómeno, Díaz, sus dos hijos, nueras y nietos no tienen presupuesto suficiente para adquirir los ingredientes del plato decembrino más tradicional en las mesas de los venezolanos: las hallacas.

Son una especie de tamales de harina de maíz, rellenos con un guiso de carne, puerco, pollo o gallina, envueltos en hojas de plátano y cocidos en agua. Su sabor es adictivo. Los venezolanos dicen que tienen gustillo “a Navidad”.

“Ni las he oído nombrar en casa este año. Ya los pobres no nos podemos dar ese lujo”, dice la anciana, recordando con melancolía cómo en épocas pasadas los suyos se reunían en su casa cada diciembre para elaborar hasta 150 hallacas.

En Venezuela es costumbre comerlas en las cenas de Navidad o Año Nuevo, generalmente acompañadas de un pan de jamón y ensalada de gallina.

También se estila regalarlas a amigos y vecinos. Esos hábitos, sin embargo, están en peligro de extinción a medida que la crisis financiera entra en erupción.

Venezuela es el país con las mayores reservas petroleras del mundo, pero su población está asfixiada por agudos aprietos económicos, que el gobierno socialista de Nicolás Maduro atribuye a una guerra económica fomentada por agentes extranjeros y que sus opositores endilgan a su pésima administración.

El economista Jesús Casique considera que la nación atraviesa el ojo del huracán hiperinflacionario: más del 50 por ciento de incremento mensual de precios de bienes y productos; más de 100 por ciento de inflación anualizada desde 2015; y una variación superior al 500 por ciento desde enero.

Díaz se retira del mercado dando por sentado que comer o regalar hallacas este año es una utopía. “Todo está muy caro y eso del ‘regalado’ murió hace tiempo. Ahora no hay hallacas ni para uno mismo”, dice, acongojada.

Jose Joaquin Flores, market seller

Tradiciones mutantes

Adriana, una mujer de 48 años y de Maracaibo, se ve irritada tras preguntar por el precio de un cartón de 36 huevos desde la punta de una larga fila de clientes a las afueras de una tienda de embutidos del oeste de Maracaibo.

El producto cuesta 180.000 bolívares, más que el salario mínimo oficial de un trabajador ordinario en Venezuela (177.000 bolívares). En noviembre costaba 70.000 bolívares.

Su madre y ella solían entusiasmarse por lo que comerían en las reuniones familiares durante estas épocas de fin de año. Sus paladares, sin embargo, degustarán sólo frustración en los días por venir.

“Lo que habrá en la mesa es lo que el Señor Dios nos presente. Antes uno regalaba hallacas y era recíproco; te devolvían unos dulcitos u otras hallacas para probarlas. Ahora no hay pollo y ni conseguimos los ingredientes, y si los hallamos, están carísimos”, dice Adriana, quien se negó a dar su apellido.

Nerio Ferrer, contador jubilado de 64 años, recuerda las Navidades de años pasados como “especiales”, mientras espera a un familiar parado al lado de una venta de frutas y vegetales a cielo abierto.

En su hogar sobraba la comida cada diciembre: había decenas de hallacas, panes de jamón, sancocho de gallina y macarronadas.

“Ahorita no tenemos nada. Las hallacas están ‘en veremos’. Lo que ganamos no alcanza pa’ eso. Somos nueve personas en la familia y antes hacíamos como 80 hallacas. Vamos a tener que eliminarlas del menú”.

Una octogenaria encargada de una venta de condimentos, también cuelga los guantes. “No he visto la primera hallaca y tampoco las pienso hacer. Las comerán quienes tengan dinero para hacerlas”.

Las tradiciones en Venezuela mutan a medida que la crisis se ha agravado. Norkari Novoa cuenta que este año sus Navidades se asemejarán más a unas vacaciones de verano que a las festividades propias del nacimiento del Niño Jesús o el Año Nuevo.

“Vamos a alquilar entre todos una granja con piscina, acá mismo en Maracaibo, para celebrar con los niños, porque estamos cortos de dinero para comprarles ropa o juguetes. Antes nos reuníamos en familia para hacer 250 hallacas, pero este año ni una vamos a tener”.

“Gusanito” navideño en ascuas

La lista de pedidos de Mildred Sandoval, chef profesional y docente del Centro Gastronómico Máximo Colina, se antoja precaria a inicios de este diciembre.

Sus clientes habituales le han encargado apenas 30 hallacas durante los primeros 10 días del mes. Ya por estas fechas, acumulaba el año pasado al menos 300 encomiendas para cenas navideñas de particulares y de empresas privadas.

“Hay mucha desmotivación. No parece Navidad, ni en compras de regalos, ropa o comida. No hay ese gusanito del espíritu navideño”, cuenta en su apartamento, ubicado en una zona de clase media al norte de Maracaibo, donde acostumbra elaborar hallacas para la venta junto a dos ayudantes de cocina.

En diciembre pasado vendió cada hallaca a 1.500 bolívares. El precio de hoy llega a los 70.000 bolívares, un alza de 4.500 por ciento de incremento en su producto más popular en tan solo 12 meses.

La hallaca puede resultar barata en países vecinos, como Colombia, pero en un lugar como Venezuela, donde impera la escasez de productos básicos, regalarla es más un gesto suntuoso que un humilde presente entre amigos.

El precio de 1 kilo de aceitunas verdes roza el millón de bolívares, es decir, más de cinco salarios mínimos invertidos en apenas uno de sus ingredientes.

La carne de cerdo, que aporta un toque de sabor exquisito a las hallacas, ya supera los 220.000 bolívares por kilo en mercados populares.

Sandoval cuenta que su esposo acostumbraba desde hace años preparar cestas navideñas con 20 hallacas para los ocho empleados de su taller mecánico. Se vieron obligados a suspender esa tradición altruista.

“No podemos regalar nada, este año menos que menos”, cuenta la experta culinaria.

Sandoval comenzó a comprar desde agosto los ingredientes que servirían exclusivamente para elaborar y vender hallacas. Aun así, no consiguió suficientes pasas, garbanzos o alcaparras para sus pedidos.

El déficit desmejora la sazón, reconoce. “Si falta el aceite o la grasa de esos ingredientes esenciales, la hallaca puede quedar light, muy suave de sabor o seca”.

Sus ganancias de otros años le permitieron comprar utensilios y equipos electrodomésticos costosísimos para su cocina, como el cromado Kitchen Aid que adorna el mesón de cerámica donde elabora sus hallacas.

Y las ventas de este diciembre no lucen tan prometedoras. “Ni para unos regalitos me van a servir. Igual, no voy a vender nada si sigo aumentando mis precios”.

Santa Claus está a dieta

“San Nicolás está flaco este año en Venezuela. Rebajó de peso”.

Darío Ramos suelta la frase con ironía sentado frente a su carnicería, la Juan Darío, en el mercado de La Limpia, donde la mitad de los comercios permanecen cerrados por falta de mercancía.

Se declara cansado de dar precios a clientes interesados en los pocos productos que exhibe en sus congeladores, como el cerdo, sin lograr mayores ventas.

“La gente te dice ‘no puedo’ y se van. Estos precios son un desastre. Es un golpe de Estado contra el pueblo para que no coma. La gente se va a morir de hambre”, dice.

Está encolerizado con el gobierno por sus constantes regulaciones y fiscalización de precios, que dice agravan la escasez de comida.

Él, eso sí, hará un esfuerzo presupuestario para tener hallacas en su casa en las festividades del mes. “Tendré que hacer al menos unas poquitas”.

José Joaquín Flores, vendedor del comercio de víveres donde Maritza se escandalizó por el precio del queso, nota a diario el desespero de los venezolanos ante los costos impagables y la desaparición de productos de la gastronomía decembrina.

El billete de mayor denominación en Venezuela, el de 100 mil bolívares, cerca de un dólar “negro”, apenas alcanza para costear una o dos hallacas en estos tiempos y es insuficiente para adquirir un kilo de azúcar o harina de maíz.

“Hay poca gente que viene desde temprano a ver qué hay y se van sin nada”, dice José Joaquín, mientras abre un galón de mayonesa de una marca desconocida frente a una clienta para que la deguste, tratando de tentar su compra.

Darío Ramos, meat seller

Darío Ramos frente a su carnicería, la Juan Darío, en el mercado de La Limpia.

Bondad de patas cortas

Hay miles de venezolanos que hoy dependen de la solidaridad de otros para degustar hallacas en sus mesas esta Navidad, como Antonio Herrera, “bombero” sexagenario de una estación de servicio de Maracaibo.

Unos pocos clientes, que han hecho buenas migas con él durante sus 19 años de trabajo en esos predios pestilentes a gasolina, se habituaron a premiarlo con algunos regalos en Navidades pasadas, entre ellos alguna que otra hallaca.

Pero la bondad es deficitaria este año. Nadie le ha donado siquiera una. “Va a estar un poquito difícil. No creo que las vayamos a comer”, admite.

Máximo, un guajiro que vive de propinas por llenar de aire los neumáticos de usuarios en la estación de servicio, ni sueña con comprar hallacas.

“Está duro conseguir los cobres (dinero) para eso. A duras penas estamos medio comiendo, si un solo pan cuesta hasta tres mil bolívares”, expresa, tras recibir cien bolívares por colmar los cauchos de un vehículo último modelo. El no quería ser identificado con el apellido.

Herrera vierte combustible en el tanque de una camioneta Blazer, entretanto que un hombre, de baja estatura, abdomen abultado y pelo canoso, se le acerca con 2.000 bolívares en efectivo para comprarle un periódico.

El “bombero” lo señala, guiñando el ojo con picardía. “Él era uno de los que me traía unas hallaquitas cada diciembre”.

El cliente sonríe apenado. Su generosidad tiene patas cortas este diciembre: solo podrá cubrir a su entorno familiar y el presupuesto no es suficiente para tener gestos navideños con amigos como Herrera.

“Yo lo quiero mucho, pero este año tendremos que hacer las hallacas con patas de pollo y pellejitos por culpa de esta crisis”, ironiza.

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