La incomunicación es absurda en «La cantante calva»
800 Noticias | @CrisbelVarela
A veces es difícil comunicarnos. Aún estando en el mismo espacio y hablando el mismo idioma pareciera que es complicado expresar una idea, conocer al otro.
La psicóloga española María Fernández de la Riva explica en un artículo sobre la comunicación y las relaciones de pareja que el primer problema es la vida frenética en la sociedad. “La prisa, el cansancio, la falta de intimidad, la rutina y ahora el tiempo que dedicamos a las nuevas tecnologías (WhatsApp, redes sociales…), nos impiden hacer espacio para dialogar”.
Parece un tema complicado de entender, pero La cantante calva bajo la dirección de Dairo Piñeres lo hace un tema digerible a través de lo absurdo y el humor.
Dos parejas son el eje fundamental de esta historia, a la que le suman una criada que se enamora de un bombero. La pieza muestra dos clases de relaciones, una donde un matrimonio luego de varios años juntos pasan a ser un par de desconocidos que no se comunican, pero duermen en la misma cama y otra donde ya no hay espacio para hablar, se ignoran, continúan juntos solo para no estar solos. La rutina los arropa, el no escuchar es la costumbre principal y no expresar los sentimientos es lo habitual.
Jesús Das Mercedes, Moisés Berr, Adolfo Nittoli, Luis Vicente González, Jorge Rivero y Morris Merentes dieron vida a la pieza el 16 y 17 de septiembre en los espacios de Teatrex El Bosque, con una producción del grupo teatral Séptimo Piso.
Chistes, sarcasmo y bailes envuelven la historia que pasa a ser una crítica a la cotidianidad, a la falta de comunicación en las relaciones y no solo las de pareja sino también hacia las amistades y la familia.
Para la última escena los personajes dicen frases sin sentidos, incluso solo palabras al azar, como una forma de expresar que los seres humanos pueden ser incapaces de relacionarse con efectividad.
El vestuario de los actores a blanco y negro mantuvo el toque clásico de la historia perteneciente a la corriente literaria llamada Teatro del absurdo, una pieza que se estrenó el 11 de mayo de 1950 en el Théâtre des Noctambules.
La escenografía de la pieza era simple, pero elegante. Hicieron uso de unos relojes colgados a la pared, cada uno con horas distintas marcadas para expresar falta de tiempo y cotidianidad.
Al culminar el estreno de la primera obra dramática escrita por el franco-rumano Eugène Ionesco todo el público se mantuvo de pie brindando aplausos durante minutos, mientras que los artistas sonreían e incluso lloraban por la emoción.