La historia del Ratoncito Pérez - 800Noticias
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Los dientes de leche, esa constatación en piezas diminutas que van sucediéndose por fascículos y que no pocas madres decidieron en algún momento coleccionar para no olvidarse nunca, para que no nos olvidáramos nunca de que alguna vez la infancia se nos fue desprendiendo de la encía. Nada más y nada menos que la visita de un ratón, un ratón que buscaría entre nuestros cuerpos dormidos la pieza, y decidiría su valor.

Nunca habíamos tenido tantas ganas y tanto pavor por una visita, qué diría, que creería el Ratón Pérez sobre este niño, sobre esta niña, que se había jurado a sí mismo no dormirse del todo, por si acaso había que suplicarle al animal: «por favor, me he lavado los dientes cada día, lleguemos a un acuerdo monetario».

Pero… ¿y el animalito? ¿De dónde proviene nuestro amigo y enemigo, el Ratoncito Pérez?

La primera vinculación de los dientes humanos y los roedores se remonta a la Edad Media. Entonces, deshacerse de los dientes de leche caídos ya formaba parte de rituales sociales. En este sentido, una forma fácil de llevarlo a cabo era tan simple como dejarlos afuera para que las ratas y los ratones se los comieran. Se sabía que los roedores tenían dientes muy fuertes. Si se los comían se consideraba buena suerte, un pronóstico alejado de cánones de belleza, pero no la noción acerca de la buena salud, porque un diente comido significaba nuevos dientes más fuertes.

Orígenes modernos de la fábula

Para entonces, se había extendido por toda Europa una presunta fuente malévola de dolor, un ser horrible que habitaba el interior de los dientes y de las muelas, el temido gusano dental, que aparece relatado e ilustrado en numerosos textos históricos. De manera que, no había temor mayor que el de convivir con mal dentro, ni más fundamento que el de temor con temor se quita. «Si ni la odontología ni la brujería resultaban útiles, siempre quedaba la religión. El santo al que se dirigirían las oraciones era Santa Apolonia, perteneciente al grupo de vírgenes ejecutadas durante un levantamiento anticristiano en la Alejandría del siglo II», explican Chávez y Ridenour. Nada es casualidad: a Santa Apolonia le arrancaron los dientes durante su martirio.

Ratón, hada, santa o troll, como lo describen en Finlandia, donde se dice que si este ve a un niño comiendo dulces le perforará uno a uno cada diente que posea, describiendo prácticas antiguas, recordando el horror heredado del gusano dental, constatando que no estamos tan lejos de unos y otros antepasados que fueron modelando el relato como en la actualidad se modelan las sonrisas.

Mientras en Estados Unidos una profesora entusiasta de la historia tuvo de aclarar en varias entrevistas que solo era eso, una entusiasta, y no la mismísima hada como la habían empezado a denominar, en Francia reconocen un posible punto de partida moderno para esta fábula en un cuento infantil publicado en el siglo XVIII, ‘La Bonne Petite Souris’, en el que un hada ayuda a una reina a derrotar a un rey malvado escondiéndose debajo de la almohada del rey y luego arrancándole los dientes para finlamente convertirle en ratón.

El Ratón Pérez nació en Madrid

La mires por donde la mires, la historia no suena muy bonita, ni siquiera en el caso de España. Su origen moderno aquí se sitúa en Madrid, más concretamente en el Palacio Real a finales del siglo XIX. Porque a los reyes y a las reinas también se les llenaba la encía de sangre, de repente, y perdían sus dientes de leche (cabe recordar aquí que tal vez una de las primeras madres coleccionistas de dientes fuera la reina Victoria de Inglaterra).

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