La extraña forma de inmortalizar en el tiempo de la Reina Victoria
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Sesenta y tres años y siete meses fue el tiempo que duró el reinado de la reina Victoria, más que el de cualquier otro monarca británico anterior o posterior a ella. Su reinado fue durante mucho el más largo de una monarca mujer en toda la historia. Seis décadas dan para bastante, porque el mito, por supuesto, no se construye de la noche a la mañana.
Entre todos los rumores, ciertos o no, que rodean a Victoria del Reino Unido, existe la idea de que su maternidad no fue de la mano de la demostración explícita de amor hacia sus hijas e hijos. Su carácter, reflejados en documentos y relatos que han atravesado el tiempo, refuerzan la imagen de una persona autoritaria y, cuanto menos, excéntrica, que impuso toda una estructura basada en su estilo, el estilo victoriano.
Sin embargo, era precisamente a través de esta extraña forma de entender lo material como la reina expresaba sus sentimientos. No habría sido, tal vez, una época tan oscura y misteriosa de no ser por las manías que tuvo esta reina.
Dientes como joyas
Pese a su fama de seria y distante, varios bocetos de sus hijos firmados de su puño y letra aguardan en la colección mostrando su parte más escondida y reprimida. Pero aquel gesto no quedó en el dibujo. Desde joyas hechas con los dientes de leche de sus hijos hasta objetos decorativos forman parte del legado personal más curioso que dejó, y que ahora componen la ‘Royal Collection Trust’.
La infancia de Victoria estuvo marcada desde el principio por su condición de heredera al trono inglés. Controlada y aislada, sin contacto con niños, creció en la soledad que en su caso generaba la única compañía de su madre, la duquesa de Kent, y del antiguo escudero de su padre, John Conroy.
Aferrada a la infancia que no tuvo
Fue así como su personalidad tomó forma, a partir de una infancia perdida. Tal vez por eso, tras su maternidad, se aferró a la infancia de sus nueve hijos: Victoria, Eduardo, Alicia, Alfredo, Elena, Luisa, Arturo, Leopoldo y Beatriz.
De todos ellos guardó dientes de manera muy esmerada: además de broches, también mandó hacer pendientes y collares, y otros permanecieron en cajas forradas de satén con tapas de terciopelo azul, cada una con una pequeña corona dorada tallada y los nombres bordados de los cuatro hijos mayores. Por si fuera poco, cada diente fue envuelto en un delicado papel con nombres y fechas inscritas.
Según explica Kathryn Jones en el portal de ‘Museum Crush’, tres de los dientes de la más pequeña, Beatrice, acabaron siendo un pequeño juego de pendientes en forma de fucsias. «No está tan bien documentado en los diarios de la reina Victoria, pero creemos que eligió las fucsias porque están asociadas con el ‘gusto’ en el lenguaje victoriano de las flores. No sabemos si eso se debe quizás a la conexión del gusto con los dientes o si fue una elección estética, ya que parece que las fucsias eran el mejor modelo para encajar las piezas».
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