La curiosa historia de Village People
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Un policía, un indio, un soldado (después convertido en marinero), un obrero de la construcción, un leather man y un cowboy. Un puñado de canciones movedizas que cuajaron con la época. El aluvión de la música Disco. Un público que compró la propuesta casi con literalidad, más allá de sus subtextos. Village People fue un fenómeno de popularidad. Si su apogeo fue efímero, varias de sus canciones siguen siendo casi obligatorias en la playlist de cualquier celebración.
Difícil determinar si se trató de una jugada inteligente o un movimiento burdo. A la vista de los resultados podría decirse que fue genial. Más de 100 millones de discos vendidos en todo el mundo. No había sutileza ni sofisticación. Lo que imperaba en el concepto era el trazo grueso. Personajes de historietas, disfrazados, exagerados. Una broma a gran escala que nació con la ambición de pegar y escapar: sacarle algo de partido y pensar en un nuevo proyecto. Un ingrediente salvó a Village People, logró que alcanzara el éxito: su aire liviano, festivo, poco pretencioso. La exasperación de los elementos. Dejar afuera las medias tintas, las matices, creer en eso que inicialmente parodiaban consiguió que atravesaran generaciones. Y por supuesto las canciones pegadizas, inoxidables, varias de las cuales siguen animando cualquier fiesta hasta el día de hoy.
Si bien no se puede entender a Village People sin el contexto, sin la música disco y su reinado a fines de los setenta, tampoco se puede pretender que el disco explique por sí solo el fenómeno que desencadenaron. Village People gustaba a aquellos que debía molestar. El ritmo machacante de sus canciones, el excedido aspecto visual, los estribillos fáciles que se adherían en las personas de inmediato penetraron en los oyentes.
En muy poco tiempo Village People se convirtió en un fenómeno mundial. Como todo fenómeno es inexplicable aunque en este caso la imposibilidad de encontrar razones se acentúe.
La banda surgió como una parodia a los estereotipos de los hombres homosexuales, dirigido a atraer una audiencia gay gracias al tono burlón. Pero los productores no se sabe si gracias a la torpeza o en un movimiento arriesgado y genial, al extremar la propuesta, ensancharon su posible público. Salió de las pistas de baile de las discotecas de Nueva York y de los clubes del Greenwich Village, y se metió a través de la televisión y las radios en lugares impensados: en las fiestas infantiles, en las clases de aqua gym de los ancianos, en las cortinas musicales de los programas de la tarde. YMCA, single de su tercer álbum, vendió más de 10 millones de copias. Fueron pocas las canciones que lograron esa marca.
Dos productores musicales caminan por la Nueva York de los setenta. Una ciudad peligrosa, contundente, tentadora. La banda de sonido es la música disco, los beats bailables están por todos lados. Ellos mismos vienen de producir un éxito con The Ritchie Family. Un tema que se detuvo en la puerta del Top 10. Pero estaban buscando cómo seguir. Henri Belolo, de origen marroquí, y el francés Jacques Morali caminaban por las calles del Greenwich Village cuando vieron que un hombre de gran tamaño paseaba con decisión ataviado como un cacique indio. Aún en un ambiente en el que pocos cosas parecían raras, el gigantón disfrazado de indio, que parecía haber salido de la pantalla de un Western, les llamó la atención. Lo siguieron hasta un club gay, el Anvil; uno de los tantos de esa zona. Se sentaron en una mesa, pidieron algo para tomar y esperaron. Unos minutos después, el cacique apareció en escena. Estaba contratado para bailar sobre las mesas. Uno de los parroquianos con sombrero de cowboy lo miraba embobado. Los productores empezaron a tirar ideas y en unos pocos minutos habían decidido cuál sería su próximo proyecto. Un grupo de diseño pensado para atraer el público gay en el que cada uno de los integrantes representara un estereotipo: policía, cowboy, motoquero, soldado, un atleta (luego dejado de lado). Al indio, a Felipe Rose, ya lo habían encontrado.
Nombrar a la banda fue sencillo, casi obvio: Village People, gente del Village, el barrio en el que cualquiera -como les pasó a ellos dos- podía cruzarse con personajes así.
Belolo y Morali, con el concepto en la cabeza, contrataron a dos compositores (Phil Hurt y Peter Whitehead) y salieron a buscar quienes podían llenar esos envases que ellos habían urdido. Hombres de bigotes que pudieran seducir a una audiencia gay con casco de obrero, ropa de cuero, uniforme de policía. Algunos buenos bailarines y Victor Willis, un cantante con un pasado sin demasiado brillo en Broadway, pero con buena voz, carisma y la ambición necesaria, quien les había dejado un demo hacía un tiempo y ellos habían utilizado para que hiciera unos coros en anteriores temas bailables que produjeron.
Después de editar un par de temas y de que funcionaran, en especial, en las discotecas, los productores decidieron perfeccionar la idea, completar el grupo. Por el momento tenían al policía, al indio y al soldado. Publicaron un aviso en una revista: “Buscamos hombres con perfil de macho: deben saber bailar y tener bigote”. Aparecieron varios aspirantes. Se quedaron con tres y completaron su equipo. Village People estaba a punto de dominar las pistas y las radios.
En los dos primeros años sacaron cuatro discos. La fórmula había funcionado y debían sacarle provecho. Los hits se fueron sumando. Go West, Macho Man, In The Navy. Hasta llegar a la explosión de YMCA.
Más allá de polémicas, gustos o valoraciones críticas (sobre gustos hay muchísimo escrito): YMCA se convirtió, al mismo tiempo, en un clásico ATP y en un himno gay. Una canción que aparece de manera obligada en cada fiesta y que siempre es bailada con entusiasmo y con adhesión unánime a la coreografía del estribillo.
Escrito en veinte minutos, para completar el LP, YMCA es un hit imparable. En casi todos los países del mundo llegó al primer puesto. Pero en Estados Unidos sólo alcanzó el segundo lugar. Los que impidieron que accediera la cima en un gesto de justicia poética poco habitual en los charts fueron otras dos canciones del género Disco pero mucho mejores que la de Village People: Le Freak de Chic, el grupo de Nile Rodgers, y Da ya Think I’m Sexy, el éxito global de Rod Stewart (tema que tuvo un récord de condenas por plagio. Basta escuchar Taj Mahal, del brasileño Jorge Ben).
Pero quien ve el video oficial de la canción se llevará una gran desilusión. En la puesta en escena original no existe la coreografía que hoy está adherida a la canción. Cuando llega el estribillo y todos estamos esperando las rápidas contorsiones que forman las cuatro letras, sólo vemos que los cinco que están detrás de Victor Willis (a esa altura además de la voz líder era el compositor de los principales éxitos) se acuclillan -como tomando carrera para lo que todos creemos que va a venir-, se levantan haciendo la Y con los brazos y luego -terrible desilusión- hacen palmas mientras contonean las caderas. No más que eso.
De todas maneras la coreografía no tiene un origen tan lejano en el tiempo a la salida del single.
El 6 de enero de 1979 la banda se presentó en el popular programa televisivo American Bandstand de Dick Clark. Tocaron cuatro temas y conversaron con el conductor. Pero mientras ejecutaban (en realidad hacían que ejecutaban: todo era playback) YMCA, el público que solía bailar en el estudio -una de las características del show- realizó por primera vez la coreografía de las cuatro letras: los brazos levantados para la Y, los codos plegados y paralelos a las orejas para la M, la rotación con los brazos extendidos hacia la izquierda para la C, la “casita” con las manos para la A. Con las luces del estudio rebotando contra sus ojos, ni Willis ni el resto de los Village People se dieron cuenta de los pasos (o los gestos) de baile. Así, Dick Clark les pidió que cantaran de nuevo el estribillo y les mostró el hallazgo. Willis de inmediato reconoció que eso era oro en polvo y dijo que se sentían casi obligados a adoptar la coreografía. Posiblemente parte de la inmortalidad de la canción se deba al coreógrafo de los bailarines de American Bandstand; debería cobrar algún tipo de regalías.
En 1980 visitaron la Argentina. Sus canciones se pasaban con asiduidad, sus discos se vendían mucho. Tato Bores había utilizado dos de sus canciones como cortina de cierre en temporadas consecutivas. Tato era una de las figuras de Canal 13, el que había contratado de manera exclusiva a la banda. Por lo que pareció lo más natural que se presentaran en su programa.
Tato era muy metódico. Ya lo predispuso mal que los músicos llegaron tres horas tarde a la cita. La idea era que mientras ellos cantaban, Tato bailara con sus bailarinas como siempre. Cuando los productores le comentaron la dinámica, las estrellas de la música disco se negaron terminantemente a compartir la escena con alguien, menos con ese cómico bajito y con peluca. Alguien dijo que ellos no hacían esas payasadas. Tato, poco afecto a los escándalos, se retiró a su camarín. Ninguna de las partes cedió y los norteamericanos grabaron en playback los 5 temas a los que los obligaba el contrato y Canal 13 los pasó en diversos ciclos de su programación (el incidente lo narra con detalle Chelo Margal en su canal de YouTube). A lo largo de su gira por Latinoamérica las revistas sensacionalistas habían publicado en sus tapas, como si tratara de una revelación y de una imputación, que los integrantes eran gays; en Argentina por ejemplo la revista tabloide Flash tituló en tapa: “Village People: el grupo musical de los homosexuales”.
Victor Willis, el cantante de la banda, el único integrante original que permanece en el grupo, el único fundador que hoy estará sobre el escenario del Luna Park, tuvo varios problemas con la justicia. Detenciones y condenas varias. En los estrados civiles logró que se le reconociera el derecho a usar el nombre de la banda, el concepto (los seis estereotipos) y su repertorio. Por eso comenzó de nuevo a girar por el mundo y a grabar nuevos temas y a relanzar viejos (por ejemplo, el disco navideño del grupo).
Durante la campaña presidencial anterior en los Estados Unidos, Willis tuvo su momento protagónico. Se cruzó con Donald Trump a través de las redes sociales exigiéndole que dejara de usar YMCA y Macho Man en sus actos proselitistas.
Lo interesante de la cuestión es que en el camino, en estos cuarenta años, se perdió el contexto en que fueron escritos esos temas, el sentido con el que nacieron y toda la carga homoerótica que llevan (el video de Macho Man es un desfile de primeros planos de bíceps musculosos que parecen sacados de alguna película porno gay de la época). Ese pasado del tema, ese origen, poco le importó a Trump y prefirió ceñirse a lo literal y al presente absoluto.
La música disco entre muchos otras cosas produjo la estética glamorosa del neón con el que se identifican los setentas, Studio 54, Giorgio Moroder, Donna Summer, I Will Survive, Kool and The Gang, la banda sonora de Fiebre de Sábado por la Noche, el renacimientos de los Bee Gees, Heart of Glass de Blondie y decenas de grandes singles. Visto a la distancia no parece haber sido la tragedia que los críticos más exigentes pregonaron en ese tiempo. Pero la oposición con la “autenticidad” del rock se imponía. Los tomatazos a Travolta parecen, hoy, exagerados y hasta injustos.
El que parece haber dado en el blanco fue el flautista de jazz, Herbie Mann: “El disco es como las buenas películas porno. Si los personajes y las técnicas de filmación son interesantes, es genial por cinco minutos”.
La música disco fue un género controvertido y lapidado. La deliberación, el cálculo, las fórmulas preconcebidas, el glamour, las pistas de baile, las falta de pretensiones, el éxito abrumador fueron algunos de sus elementos. El éxito produjo un aluvión de productores, grupos y cantantes. Hasta los Rolling Stones, Kiss y Rod Stewart hicieron sus incursiones por ese barrio. La crítica especializada, por lo general, masacró el estilo. Tuvo un fulgor impresionante pero su caída también fue abrupta. El apogeo del disco duró muy poco. Village People triunfó al final de ese periodo, fue el canto del cisne del género (y tal vez musicalmente estuvo entre lo peor).
Peter Shapiro, autor de una gran historia de la música disco (La Historia secreta del disco, Caja Negra) afirma que “si el disco alguna vez tocó fondo fue con Village People, ellos representaban lo peor del género”.
Sin embargo, este grupo que nació con fines paródicos, cuatro décadas después logra que la gente se levante de las sillas cada vez que suena YMCA y a empezar a mover los brazos frenéticamente cuando comienza el estribillo, para intentar recrear las cuatro letras con el timing exacto.
Con información de infobae.com
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