La curiosa historia de cómo un pueblo en Estados Unidos pasó a llamarse Santa Claus
Con información de BBC Mundo
Un pequeño pueblo en Estados Unidos lleva el nombre de Santa Claus (como se conoce en inglés a Papá Noel) desde el siglo XIX. Con ese apelativo, ¿cómo es la vida allí?
El rincón suroccidental de Indiana -un estado central- es un típico lugar estadounidense con sus típicos nombres geográficos.
Evansville, Jasper, Boonville, Dale.
De pronto, a lo largo de la ruta 162, se encuentra el letrero que resalta como una estrella navideña.
Santa Claus. A 4 millas (6 km) de distancia.
Es fácil darse cuenta cuando se han cumplido los 6 km: una estatua de tres metros del mismísimo Papá Noel le da la bienvenida a los visitantes.
También hay otras pistas.
La avenida central se llama Bulevar Navidad. La principal urbanización, donde viven la mayoría de los 2.500 habitantes, se llama Christmas Lake Village («Villa Lago Navideño»).
Es un condominio cerrado que empezó a construirse en los años 60. Las calle principales se llaman como los tres reyes magos: Melchor, Gaspar y Baltasar.
Otras vías se bautizaron como los renos del trineo -doblas a la derecha por la calle Prancer («Saltarín») hasta que llegas a la calle Vixen («Juguetón»)- mientras que una de las calles se llama simplemente Chestnut by the Fire, en alusión a una famosa canción de Nat King Cole sobre la temporada navideña.
En el pueblo de Santa Claus, Indiana, la Navidad dura los 365 días del año. Pero, ¿no se aburren de eso los residentes?
«Yo no», dice Michael Johannes, que vive en la calle Melchor. «Llevo viviendo aquí 27 años, involucrado a todas horas y es una parte de lo que somos».
En el siglo XIX, el pueblo se llamaba Santa Fee.
Pero, cuando los residentes solicitaron la instalación de una oficina postal, lespidieron que cambiaran de nombre por que se parecía demasiado a Santa Fe, en Nuevo México, unos 300 km al sur.
Hasta ahí llegan los hechos históricos. Hay un documento de 1856 en el museo que los comprueban. En cuanto a cómo escogieron el nombre Santa Claus, sin embargo, hay menos certeza.
El cuento va de la siguiente manera.
Una Nochebuena, los residentes de Santa Fee intentaron escoger un nuevo nombre. Estaban sentados alrededor de una estufa cuando, repentinamente, las puertas se abrieron de par en par.
Una niña pequeña, después de ver las puertas abiertas, escuchó campanitas. «¡Es Santa Claus!», exclamó y eso fue todo.
El nombre alternativo, aparentemente, era Wittenbach, por un predicador que visitaba el pueblo a caballo.
«Si hubiesen escogido Wittenbach», comenta Pat Koch, la duende en jefe (ya entenderán), «no nos estaría visitando».
El nombre, sin embargo, no acarreó bonanza inmediata para el pueblo de Santa Claus.
Es más, la nueva oficina postal recibió una clasificación de cuarta categoría, por el bajo volumen de correo.
Sin embargo, alrededor de 1914, empezaron a recibir cartas de niños de todo EE.UU. y el mundo. La mayoría dirigidas a una casilla postal pero muchas con sobres que simplemente decían Santa Claus, Polo Norte.
La persona encargada de responder a toda esta correspondencia es la duende en jefe, Pat Koch. Tiene 86 años, con títulos en enfermería y teología (que obtuvo a la edad de 70), y rebosa de espíritu humano, no sólo espíritu navideño.
La señora Koch dirige un equipo de unos 200 voluntarios. Leen las cartas, toman una hoja con una respuesta impresa, escriben el nombre del niño o niña y añaden un mensaje personal.
La duende en jefe reconoce ser «muy particular» en cuanto a cómo responden. Por ejemplo: la carta tiene que estar doblada de una manera que, cuando se abra el sobre, lo primero que se ve es a Papá Noel.
«Pienso que se debe hacer correctamente», explica. «No es algo que se tome a la ligera».
Ejército de voluntarios
El envío de las cartas cuesta unos US$10.000 anuales. Algunos niños mandan US$1 o US$5 pero la mayoría del costo está financiado con donaciones y las ventas en el museo.
Seis días antes de Navidad, dos voluntarias -Marti Sheckells y Joyce Robinson- se sientan en la antigua oficina postal a escribir las cartas.
Marti, una maestra jubilada, recorre casi 200 km, ida y vuelta desde su casa, unas dos o tres veces a la semana para ayudar. Es la magia de la Navidad lo que la trae, dice.
Con villancicos sonando en el fondo, luces titilando sobre la chimenea y Papá Noel enviando una carta más, ese sentimiento se puede entender claramente.
A pesar del su nombre, Santa Claus no es un pueblo ideal.
Está dominado por un enorme parque de diversiones llamado Holiday World y Splashin’ Safari, que le pertenece a la familia de la señora Koch.
El parque recibe más de un millón de visitantes al año pero cierra a partir de noviembre, durante el invierno. Eso quiere decir que, en diciembre, el pueblo de Santa Claus queda rodeado de enormes lotes de estacionamiento de autosvacíos.
Hay modelos de Papá Noel por todas partes, frente al ayuntamiento y la oficina postal. No obstante, también es un pueblo común y corriente.
En el centro, Kringle Place (cuyo nombre viene de un pastel navideño de Escandinavia) es otro lote de estacionamiento rodeado de almacenes. La mayoría tienen un tema navideño pero también hay un lugar de sándwiches Subway, una tienda de cadena y otras sucursales.
La verdad, si te paras en la ruta 162 a esperar que te toque la magia de Navidad, podrías quedarte ahí un largo tiempo.
Por estos lares, son las personas, no los edificios, los que están efervescentes del espíritu festivo.
La tienda navideña de Santa Claus que, como Holiday World, abre en mayo, tiene a la venta hileras e hileras de estanterías con decoraciones y regalos.
Los empleados visten gorros de navidad. El olor de galletas recién horneadas flota entre los corredores.
Y, en el fondo de la tienda, el mismo Papá Noel se encuentra en carne y hueso, con su característica profunda carcajada.
En Santa Claus, Indiana, el hombre de barbas blancas y vestido rojo no actúa el rol de Papá Noel, él es Papá Noel.
Empieza a trabajar en su gruta en mayo. Por esta temporada se encuentra allí los siete días de la semana.
Todo el mundo en el pueblo lo llama Santa, hasta en enero. Aún si conocieran su nombre verdadero no lo revelan.
Sus barbas y pelo son de verdad y, hasta cuando está vestido de traje «normal», está feliz de hablarle a los niños sobre sus listas de regalos navideños.
Michael Johannes, que también preside el comité de organización del pueblo, tiene un relato de cuando jugó golf con Papá Noel. Su hijo Michael, que entonces tenía 6 años y ahora tiene 31, encontró la tarjeta de anotación de golpes.
«Con toda la seriedad del caso, mi hijo preguntó: ‘¿Papi, jugaste golf con Santa hoy?’«
«Le respondí que sí. Él dijo: ‘¿Le ganaste a Santa?’ Le contesté que sí. Luego preguntó: ‘¿Le ganaste a Santa por 19 golpes?'»
«Cuando le confirmé que sí, me miró y dijo: ‘Papá, ¡jamás volveré a recibir otro regalo de Navidad en mi vida!'»
A pesar de que el parque de diversiones está cerrado, miles de personas visitan Santa Claus en diciembre.
El libro de visitas del museo registra entradas de turistas de Florida, Texas, Misuri y Virginia Occidental hechas en los últimos dos días nada más.
La familia Armstrong -Ashley, Jon y sus hijos Brayton, de 10 años, y Kaylee, de 6- han viajado en auto más de seis horas desde Tupelo, Misisipí, y se están quedando cuatro noches.
«Hemos estado en la confitería, la juguetería, vamos a ir a todo», expresa Ashley.
«Le hemos escrito cartas a Papá Noel. También compramos tarjetas de Navidad y las enviamos por correo desde la oficina postal, para que lleguen con el timbre de Santa Claus«.
La vida en un pueblo llamado Santa Claus tiene uno que otro problema.
«Cuando ordenas algo por teléfono, te piden el código postal», explica Joyce Robinson, una de los duendes que escriben cartas.
«Apenas lo dices, lo revisan y hay un silencio sepulcral. «Eh… eso es… ¿Santa Claus, Indiana?»
Pero, en general, los habitantes están encantados de vivir aquí. Seamos francos, si no te gusta la Navidad, hay muchos otros pueblos adonde te puedes ir, como Jasper, o Boonville o Dale.
«Tenemos una campaña implícita», comenta Michael Johannes. «En casi todos los hogares voy hay un letrero que lee ‘Soy creyente’«.
«Creen en la Navidad, creen en Papá Noel. Ese es el espíritu de la comunidad que continúa creciendo».
La última palabra la tiene, naturalmente, un hombre.
«Tenemos el verdadero espíritu navideño aquí», dice Papá Noel de Santa Claus, Indiana.
«Es el pueblo navideño de Estados Unidos. Para mí, es una verdadera bendición«.