La «batalla económica» de la Revolución Cubana: adaptarse o perecer
EFE
De una gestión completamente estatal a la gradual apertura hacia la inversión extranjera y el impulso al emergente sector privado, los cambios en la política económica en la isla sirven para ilustrar el complejo recorrido de la Revolución Cubana, que ya entra en su sexta década de existencia.
El único país comunista de América Latina ha tenido que aprender a sortear escollos, primero políticos y luego principalmente económicos, y flexibilizar la mayoría de sus férreas posturas iniciales para mantenerse a flote sin «volver al capitalismo».
La «batalla económica» es hoy prioridad para la nación caribeña, sobre la que se cierne el fantasma de la recesión, reaparecido en 2017 por primera vez en 23 años.
Empeñado en resucitar una economía frágil, que se tambalea entre la insuficiente liquidez, el embargo estadounidense, la falta de autonomía y la corrupción interna, el hoy expresidente Raúl Castro impulsó a poco de su llegada al poder en 2008 una seriede reformas pensadas para «actualizar» el modelo centralizado de la isla.
Su hermano, el fallecido Fidel Castro (1926-2016), nacionalizó las industrias de propiedad extranjera y borró completamente la actividad privada del país en la primera de las más de cinco décadas que se mantuvo en el poder, tras el triunfo revolucionario de 1959.
Durante esos años Cuba centralizó su economía, adoptó el sistema de la empresa estatal socialista y se lanzó a cumplir planes quinquenales, lastrada por errores de previsión y la excesiva burocracia.
El «cuentapropismo» reapareció tímidamente en 1978 para luego regresar de forma definitiva tras el colapso de la Unión Soviética a principios de 1990, un antes y un después para Cuba, que dependía casi enteramente de los productos subsidiados enviados por el gigante comunista.
Para la Revolución Cubana significó el despertar a una nueva era, en la que había que adaptarse para no perecer.
En medio de la crisis, bautizada por Fidel Castro como «periodo especial en tiempo de guerra», Cuba abrió su maltrecha economía a la inversión extranjera y despenalizó el uso del dólar.
También amplió las modalidades en el sector privado, estigmatizado aún por no «aportar a la construcción del socialismo» y en su lugar contribuir al «enriquecimiento personal».
El impulso definitivo vino durante el mandato de Raúl Castro (2008-2018), que promovió reformas para dar un respiro a las arcas cubanas y «desinflar» las abultadas plantillas estatales.
El pequeño de los Castro también derogó en 2008 prohibiciones de décadas, como las que impedían a los cubanos alojarse en sus propios hoteles, comprar teléfonos celulares, computadoras y tener líneas móviles a su nombre, además de iniciar en 2015 la aún insuficiente apertura de internet en Cuba.
Impensable en las décadas de los 70 y 80, hoy trabajan en el país 1,3 millones de autónomos – de 4.474.800 cubanos empleados-, responsables en gran medida del cambio en la geografía de la isla, donde casi cada semana surge un negocio privado diseñado para cubrir los vacíos dejados por el Estado.
De ofrecer cortes de pelo en portales y cocinar modestas comidas en sus propias casas a un límite de 12 clientes, los cubanos han pasado a regentar «spa» y salones de belleza, y administrar «paladares» o restaurantes privados cubanos que han desbancado por su calidad la oferta estatal, más escasa y menos especializada.
Los emprendimientos cubanos cada vez son más variados y van desde peluquerías para mascotas, pequeños hoteles boutique, servicios de decoración personalizada de eventos, directorios y mapas en línea, hasta bares cosmopolitas que rivalizan con cualquier establecimiento de Nueva York o Madrid.
Al cierre de 2018, más de 588.000 isleños poseían licencias para el trabajo por cuenta propia, cifra que representa el 13 % de la población activa del país y casi cuadruplica los 157.000 de 2010, a pesar del freno de más de un año y medio a la concesión de nuevos permisos.
La regulación del sector privado estuvo entre las primeras medidas del nuevo Gobierno de Miguel Díaz-Canel, el primer presidente que no lleva apellido Castro en 60 años de Revolución, tras su llegada al poder en abril pasado.
El malestar entre los «cuentapropistas» cubanos hizo que el Gobierno diera un paso atrás y suavizara su posición en el último momento, reconociendo el poder del sector emergente en el destino económico del país.
«Los trabajadores por cuenta propia no son enemigos de la Revolución, son resultado del proceso de actualización, y han resuelto problemas que recargaban al Estado. Su funcionamiento tiene que ser fruto de la legalidad, contamos con ellos para impulsar la economía. Hay que eliminar los prejuicios, la desconfianza y la inseguridad», pidió recientemente Díaz-Canel a la Asamblea Nacional.
En la misma sesión del 22 de diciembre pasado, el Parlamento cubano aprobó el borrador final de la nueva Constitución cubana, que por primera vez reconoce «otras formas de propiedad como la cooperativa, la propiedad mixta y la propiedad privada».
De ser ratificada la nueva Carta Magna en el referendo de febrero próximo, esta inclusión representará un importante cambio respecto al texto vigente de 1976 que solo reconoce la propiedad estatal y la cooperativa agropecuaria.