Joven abusado por sacerdote en Colombia pide al Papa que haya justicia
Con información de BBC Mundo
Hoy es un hombre de algo más de 30 años, seguro de sí mismo y de sus ideas. Un profesional de hablar claro y amable. Alguien que finalmente, después de todo lo que pasó, está en pareja buscando construir una relación sólida.
Pero cuando tenía apenas 18 años, a comienzos de la década del 2000, fue víctima de una situación de abuso por parte de un sacerdote católico, algo que lo llevó a sumirse en la culpa y en una profunda confusión y represión.
Muchos años después, este colombiano le cuenta a BBC Mundo lo que le ocurrió, cómo un grupo de jesuitas fuera de su país lo ayudaron a reconciliarse con sí mismo y a entender su sexualidad y la sexualidad en general y cómo es actualmente su relación con la Iglesia y la fe.
También le pide al papa Francisco, a quien ve con muy buenos ojos, y quien visitará Colombia entre el 6 y el 10 de septiembre, que haya justicia y severidad en contra de los miembros de la Iglesia que sean o hayan sido abusadores.
Este es su testimonio levemente editado. La mayor parte de los nombres de personas, lugares e instituciones han sido modificados u omitidos para preservar su identidad.
Creo que era final de noviembre. Aproveché un viaje a Medellín con unos amigos de la universidad para hacer unos días de retiro y que mi papá pensara que yo estaba en un tema de fiesta y que no se estresara (los padres no aprobaban su idea de ser cura). Pedí quedarme una semana en la casa que mi comunidad de Bogotá tenía en Medellín, para estar viviendo con los seminaristas y compartiendo con ellos. Un amigo mío habló con el padre director del seminario.
Llegué como el sábado o domingo, fuimos a misa, nos llevaron a esta finca y a mí este padre me intimidaba mucho. ¿Por qué? Porque él era la cabeza de formación y como yo quería ser cura su voto era muy importante al momento de admitir o no a alguien dentro de la comunidad.
Entonces hablaron con él, él otorgó permiso para que yo me quedara una semana en la casa compartiendo con los seminaristas y también yo sabía que este compartir con ellos era un tema de evaluarme.
Vamos a esa finca y entonces el padre me empieza a mirar. Nos sentamos en una mesa diez personas, hay un contacto visual y yo no entendía qué pasaba. Me miraba, me miraba. Y yo lo miraba y decía: «Este man es el más de la casa, me debe estar analizando, debe estar pendiente de mis actitudes, no sé…».
Y cuando íbamos camino a la casa él se me acerca, ya bajándonos de la van del seminario y me dice: «¿Hablamos?». Como era una figura de autoridad para mí yo le dije: «Sí, hablemos».
Ya estaba comenzando a oscurecer.
Me dice: «Vamos a mi oficina y hablamos». Hay algo que yo no sabía, que la oficina también era su cuarto. Llegamos a la oficina, él se sienta enfrente, saca una silla, y me dice: «¿Un trago?». Nos habíamos tomado un par de cervezas en el almuerzo y yo: «Bueno». Y él me dice: «Ay, no tengo más cervezas, ¿nos tomamos un whisky?». Y yo: «Sí, no pasa nada».
A los 18 años yo no tomaba mucho.
Empezamos a hablar, él sabía que yo estaba muy interesado en entrar a la comunidad, que quería ser sacerdote, y me empieza a preguntar por qué quiero, por qué no quiero, qué dice mi familia, por qué estoy estudiando en la universidad. Bueno, todo. Y en un momento me hace la siguiente pregunta: «Cuando tú entres, si llegases a entrar, hay tres votos que hay que hacer: ¿tú qué piensas del voto de obediencia?, ¿qué piensas del voto de pobreza? ¿y qué piensas del voto de castidad?».
Entonces yo hablé de lo que pensaba del voto de obediencia, hablé de lo que pensaba del voto de pobreza y hablé de lo que pensaba del voto de castidad.
A mis 18 años yo nunca había hecho nada con nadie. Ni hombre ni mujer, nada. A veces esos juegos de descubrimiento sexual con primos, primas, que creo que es muy común que uno lo tenga. Pero más allá de eso, nada.
Entonces yo le dije: «Yo no pienso que este sea un inconveniente en la medida en que yo nunca he estado con nadie y nunca he explorado mi sexualidad; y creo que es mejor si uno quiere ser casto, no saber qué está ahí». Entonces él me dice: «¿Pero en serio nunca te ha atraído nadie?».
Yo en ese momento me la pasaba mucho con una niña de la universidad, entonces le dije: «Bueno, pues esta niña».
-¿Qué pasa con ella?
-Es un poco loca.
-Pero tú qué sientes cuando estás con ella.
-Hablamos, yo me siento muy bien, pero igual tiene un esposo, pero me atrae, me parece linda y estamos todo el tiempo y va a mi casa y me llama en la noche.
Cuando hablamos de los otros votos fue cinco minutos. Y en este tema sí hizo un énfasis.
-Si tú no has estado con nadie, ¿cómo haces tu descubrimiento sexual?
-Yo me masturbo, como mucha gente; o todo el mundo, más o menos.
-Cuando te masturbas, ¿tú te acaricias, cómo lo haces?
Yo nunca fui de ver pornografía mucho, que se puede esperar de mí si soy medio godo (conservador).
Entonces me dice:
-¿Pero qué haces?
-Imagino cosas.
-¿Qué imaginas?
-No, pues me imagino acostándome con alguien y me masturbo o tengo una erección por la noche y ya, me masturbo.
-¿Y nunca te has consentido (acariciarse a sí mismo otras partes del cuerpo)?
-No.
-¿Por qué no te consientes?
-Nunca lo he hecho, nunca me he consentido y nunca se me hubiera pasado por la cabeza.
Se me hacía raro tanto preguntar, pero creo que lo que yo pensaba era si me iba a proponer algo, pero no sabía cómo reaccionar. Pensaba: «Yo no quiero». En definitiva pensaba que no iba a pasar por quién era él.
Yo decía: «¿Esto qué es? No entiendo. Pero vamos a ver si es que él quiere saber si soy gay o no soy gay». Esa era mi mayor preocupación, que él supiera o no supiera en pro de permitir mi acceso o no a la comunidad. Para mí era muy importante tener la aceptación de él. Entonces también yo estaba en un tema de querer agradarle al man.
***
Hay algo más. Si llegamos a esa casa a las seis de la tarde, cuando estaba oscureciendo, llevábamos dos horas hablando, por ende llevábamos dos horas tomando, y mi vaso nunca estaba vacío, él se encargaba de que mi vaso siempre estuviera con alcohol.
Entonces me seguía preguntando:
-¿Pero no te tocas tu cola?
-No.
-¿No te tocas tus piernas?
-No.
Y recuerdo claramente que el tipo acerca su silla, estaba frente a mí, y pone su mano en mi rodilla y me dice:
-¿Nunca has hecho esto con tu propia mano?
-No.
-¿Te incomoda que mi mano esté ahí?
-No.
-¿Y si hago esto?- y sube y baja la mano-¿Qué sientes?
-Nada, no sé.
Yo estaba en shock, ya me sentía súper invadido en mi espacio personal, además porque yo nunca he sido de ser muy toquetón. A mí me costaba -ahora ya no tanto, pero en esa época mucho más- que alguien me abrazara, que alguien me estuviera tocando.
-¿Te incomoda?
-No.
Y el tipo seguía y seguía y seguía, el hijueputa.
-¿Qué sientes?
-Nada.
-¿Te gusta?
-Sí.
Lo siguiente que recuerdo es que dice: «¿Vamos a mi cuarto?». Él se levanta, me coge de la mano. Yo en verdad no recuerdo qué dije. Había un corredor en su propio escritorio, yo juraba que era el corredor del baño, pero por ese corredor llegabas al cuarto que estaba ahí. Entonces yo me siento al borde de la cama, él se sienta al borde de la cama.
Yo estaba muy nervioso, estaba temblando.
Y me sigue consintiendo las piernas. No recuerdo qué vino después. Sé que me besó, no me besó en la boca, me besó en las orejas, en los hombros. No recuerdo cómo me desvistió, no recuerdo cómo fue ese momento. Pero sí recuerdo ya estar los dos desnudos.
Para mí era estar desnudo con alguien, algo que siempre había querido hacer por un tema de descubrimiento sexual, para hacer cosas, pero yo no sabía qué hacer. Igual él lideraba todo:
-Acuéstate.
Nos acostamos.
Para mí había algo que era fuerte, y es como lo recuerdo en mi cabeza, y es que yo nunca pensé que el pene de otra persona fuera así. Esto es raro contarlo, pero yo lo recuerdo como un pene muy llamativo, su tamaño o todo. Y yo trataba de jugar, trataba de hacer cosas, pero no sabía qué hacer.
No sé cuánto tiempo pasó, perdí la noción del tiempo. Hubo un jugueteo sexual. Yo como que yo no hacía nada. Yo creo que el tipo se aburrió, es mi teoría, porque lo siguiente que tengo clarísimo es que él me dice: «Vamos al baño y nos masturbamos». Yo no sé si él estaba esperando que hiciera más cosas, no sé.
Fuimos al baño, nos masturbamos. Yo me vestí, creo que él se visitó también y nada, me fui a mi cuarto.
Pero fue una mierda.
***
Para mí salir del cuarto de este man fue como si el mundo se me cayera encima. Además era salir del cuarto en el seminario, con sus largos corredores y ocho mil puertas, yo estaba como en uno de los últimos cuartos. Ya era muy noche y mi cuarto estaba en la misma ala que el de él. Fui hacia mi cuarto, no me quería encontrar con nadie de mis amigos. Cuando llegué lo primero que hice fue echar candado a mi cuarto.
Me sentía mal.
Creo que ahí comenzó la parte dura, ahí comenzó lo que más me duele, lo que después de muchos años ubiqué que me dolía y hoy en día me duele mucho y es que para mí esto era… Yo quería estar con un hombre, pero no fue placentero.
Fue influencia de poder, ahí es donde todo se vuelve mierda, que es lo que viene después, cuando yo me vuelvo mierda internamente. No fue placentero, había un tema de fe, donde yo había hecho lo que estaba prohibido. Y para mí eso fue…
Me bañé media hora, me sentía sucio, muy sucio. Lloré, creo que lloré.
Me acosté, no dormía, escuchaba pasos en el corredor y me asustaba. No recuerdo cuántas veces lo hice, pero esa semana me bañé mínimo tres veces por día, todo el día que estuve en esa casa.
Fue bien duro el tema, porque yo quería hablarlo con alguien, pero para mí era vergonzoso hablarlo con alguien. Además, ¿con quién lo iba a hablar?
Como a los dos o tres días estábamos en un momento de oración y yo cuando estaba rezando, meditando, yo solo recordaba eso. Igual yo me la pasaba con los seminaristas, no con los curas, y él estaba siempre pendiente, porque yo lo veía. Yo no quería verlo, yo no quería estar cerca de él, nada. Yo sentía que estaba pendiente porque me miraba, pero no se acercaba a hablarme tampoco.
Yo lloraba, lloraba y lloraba y no podía llamar a mi mamá para decirle nada, porque no le dije que estaba en un seminario, además mi mamá me iba a decir lo que siempre me dijo: «Los curas van a abusar de tí, por eso no quiero que seas cura».
Mi mamá tenía razón.
Busqué al padre (el mismo de esa noche) y le dije: «Padre, me quiero confesar». Yo no me sentía capaz de confesarme con otro cura. Yo decía: «¿A quién le cuento esto? Solo puedo hablar con la persona con la que pasó». Y me confesé porque ese día o al día siguiente había misa y había que comulgar, entonces yo siendo ultragodo como era no podía comulgar teniendo algún pecado y para mí eso era un gran pecado.
Fui y me confesé con él. Igual casi no fui capaz de confesarme con él, o sea que no era capaz de decírselo. Y nada, la absolución fue como la penitencia de «rece un Ave María», como si hubiese dicho que robé un dulce en la tienda. Me parecía raro, porque yo pensaba que había hecho algo muy malo. Y seguía con la dinámica de bañarme y bañarme, encerrado en mi cuarto, y lloraba y lloraba.
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