Hallan los cadáveres de 34 niños sepultados en una Iglesia tras el tsunami - 800Noticias
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Recostadas sobre mantas en el suelo, sentadas en corrillos o dando vueltas nerviosas, un centenar de personas se agolpa en el patio de la mezquita junto a la base aérea de Macasar, capital de la isla indonesia de Célebes (Sulawesi en el idioma local). Rodeados de cajas de comida y agua donadas, muchos llevan tres días esperando a subirse en alguno de los Hércules del Ejército indonesio que llevan ayuda humanitaria a Palu, la «zona cero» del tsunami que arrasó el viernes por la tarde la costa noroccidental de esta isla, una de las mayores del archipiélago.

Algunos quieren ir para buscar a sus familiares, de quienes no saben nada desde entonces, y otros, como Yusuf Mangubani, para enterrarlos. Tumbado boca abajo, tapándose la cara para que no se le escaparan las lágrimas, se acababa de enterar anoche de que había perdido a su esposa y a uno de sus hijos en el potente terremoto previo al tsunami. «Está destrozado, no puede hablar», nos cuenta su nieta, Taya Tumada, secretaria de 28 años que lo acompaña en este periplo hacia el duelo y la devastación. En una fatídica carambola del destino, el abuelo había venido hasta Macasar para asistir al funeral de su hermano y, cuando vuelva a lo que quede de su casa, lo hará viudo y con un hijo menos.
Nada más aterrizar en el aeropuerto Sultan Hasanuddin de Macasar, esta es la primera tragedia que nos encontramos. Pero no la última. A solo unos metros de Yusuf Mangubani, el voluntario Yudha Richard figura en el manifiesto del Hércules que parte hoy hacia Palu. Su objetivo: buscar a seis deportistas desaparecidos que participaban en un torneo de parapente. «Llevo esperando un día para volar y ya han encontrado los cadáveres de otros dos atletas», cuenta el joven un nuevo drama humano de esta catástrofe que, a tenor de las desoladoras imágenes que vienen de Palu, es la más grave que sacudido a Indonesia desde el tsunami del Índico en 2004.
 Cuatro días después del tsunami que golpeó a la isla de Célebes, y cuando todavía quedan numerosas zonas a las que no han llegado los equipos de rescate, el Gobierno de Indonesia pide ayuda a otros países totalmente desbordado por la magnitud del desastre. «Anoche (por el domingo), el presidente Joko Widodo nos autorizó a aceptar ayuda internacional para dar respuesta urgente a la catástrofe»,anunció ayer en su cuenta de Twitter el funcionario encargado de coordinar este dispositivo, Tom Lembong.
A medida que pasan los días, la situación se vuelve cada vez más dramática por las dificultades para acceder a tres de los cuatro distritos sacudidos el viernes por el terremoto de magnitud 7,5que provocó el tsunami, cuyas olas alcanzaron seis metros de altura y una velocidad en el mar de 800 kilómetros por hora. Sin electricidad ni comunicaciones telefónicas, han quedado aislados por los corrimientos de tierra que han bloqueado las carreteras y los daños que han sufrido las infraestructuras, algunas de ellas desplomadas como el icónico puente amarillo de Palu, cuyos arcos emergen del agua doblados como si fueran de plástico.
Esta falta de noticias hace temer lo peor en ciudades como Donggala, que tiene una población de 300.000 habitantes y es la más cercana al epicentro del seísmo. A la vista de la devastación que el temblor y el tsunami dejaron en la vecina ciudad de Palu, donde viven otras 380.000 personas y se han contabilizado la mayoría de los 1.234 fallecidos encontrados hasta ahora, da miedo pensar lo que puede haber pasado en Donggala. A tenor de la agencia oficial de noticias Antara, esa es la última cifra de víctimas mortales aportada por el equipo de intervención rápida.

La escasez de maquinaria pesada no solo impide despejar las carreteras para llegar hasta las zonas más castigadas, sino también retirar los escombros de los edificios derruidos para buscar más cadáveres o incluso heridos atrapados bajo los cascotes. Con las manos, los supervivientes están rebuscando entre las ruinas del hotel Roa-Roa de Palu, donde han salvado a dos personas y se calcula que hay otras 60 sepultadas bajo sus 80 habitaciones.

Además de tumbar los edificios, el potente terremoto provocó corrimientos de tierra que se tragaron pueblos enteros. En el subdistrito de Petobo, al sur de Palu y a diez kilómetros del mar, se calcula que podrían haber muerto unas 2.000 personas. Según contó al periódico «The Jakart Post» uno de sus vecinos, Yusuf Hasmin, el lodo engulló las casas como si fuera una ola.

En otro subdistrito al oeste de Palu, las autoridades también calculan que estas avalanchas podrían haberse cobrado miles de vidas, mientras que en Balaroa se vinieron abajo 1.700 casas cuando el seísmo licuó el suelo. «No sabemos cuántas víctimas puede haber enterradas ahí, pero calculamos que sean cientos», lamentó el portavoz de la agencia contra los desastres naturales, Sutopo Purwo Nugroho, recoge Reuters.

A la espera de que los equipos de emergencia lleguen a dichos lugares, en el distrito de Sigi, al sur de Palu, han encontrado en una iglesia 34 cadáveres de niños que estaban en un campamento para aprender la Biblia.

Preparándose para lo peor, el Gobierno ya ha empezado a enterrar a los muertos en una fosa común en las colinas de Poboya, a las afueras de Palu, donde se esperan recibir 1.300 cadáveres.

Sin comida ni agua ni gasolina, algunos supervivientes se han entregado al pillaje desesperados. «No hay ayuda, necesitamos comer. No tenemos ninguna otra opción, tenemos que conseguir comida», se justificaba a France Presse un hombre que acaba de asaltar una tienda.

Con su pista parcialmente dañada, el Ejército está enviando aviones de transporte Hércules C-130 al aeropuerto de Palu para hacer llegar la ayuda humanitaria y evacuar a los supervivientes que tratan de huir de la ciudad.

Una multitud enfurecida provocó ayer un incidente con el Ejército al intentar subirse por la fuerza al avión militar, según reveló uno de los guardias de seguridad de la base de Macasar. Aterrorizados por las constantes réplicas y con los heridos atendidos al aire libre entre los cadáveres, 48.000 personas han sido evacuadas de sus hogares en Palu y se calcula que hay más de un millón y medio de damnificados en toda la «zona cero».

Tanto las tomas aéreas de las televisiones locales como las imágenes por satélite muestran una devastación que no se había visto en Indonesia desde el tsunami de 2004, que sembró el Océano Índico de muerte y destrucción.

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