Habitantes de Járkov: Europa tiene que protegernos - 800Noticias
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EFE

Ofrecer unas fresas como bienvenida es habitual en Ucrania. Lo que no lo es tanto es que Valentina y Lyudmila las den a probar justo después de que la casa vecina, a escasos diez metros, haya quedado reducida a un montón de escombros humeantes y hierros retorcidos por un ataque ruso.

Chuhuiv es una ciudad al sureste de la capital, Járkov, pero en la región del mismo nombre. Desde hace días la artillería rusa trata de destruir un puente sobre el río Donets a escasa distancia de la casa de las dos hermanas, situada a las afueras de la localidad.

«Esta mañana hubo cinco explosiones cerca, disparan todos los días», explica a Efe Valentina, una mujer menuda de 67 años. Uno de los impactos destruyó el edificio de enfrente, que estaba vacío. La casa derruida hace un par de horas todavía humea y se ve la estructura calcinada de lo que era una furgoneta.

Chuhuiv es un objetivo recurrente, el miércoles seis personas murieron en el centro de la ciudad, según las autoridades regionales. Lyudmila, de 58, cuenta que fue por un ataque contra la estación de autobuses. Solo esta semana en la región de Járkov han muerto alrededor de 40 civiles por el fuego ruso.

«Por favor, Europa tiene que protegernos», pide Valentina con lágrimas en los ojos. «¿Por qué nos hacen esto?», se pregunta.

Las dos hermanas habían tapiado las ventanas con unas lonas y las habían reafirmado con unos ladrillos, pero todos los cristales están reventados. Ambas están muy nerviosas.

«¿Pero por qué no se van de aquí? Es la casa de nuestros padres, tenemos cinco gatos y un perro», explica Valentina, que al final dice que pasarán la noche en un piso que tienen en el centro de Chuhuiv.

«Muchos vecinos se han ido pero han dejado los animales y somos de los últimos aquí, así que les damos de comer», agrega casi como justificación.

Antes, afirman, tenían muy buena opinión de Rusia. Pero no entiende por qué les están haciendo esto. Ahora, cuentan, como la mayoría de sus vecinos, odian al presidente ruso, Vladímir Putin. «Putin les ha sorbido el cerebro», piensa Valentina.

«Lo peor de todo es que no sé cómo ni cuándo va a acabar esto», dice con desesperanza Lyudmila.

«Tengo 58 años, para mí es complicado empezar de cero, irme a otro país, aprender idiomas. Mi familia ha vivido aquí mucho tiempo. ¿Qué mal les hemos hecho?», pregunta.

Además de las fresas, las dos hermanas agradecen con modestia la visita: «Gracias por venir de tan lejos para ver lo que nos hacen». La artillería rusa volvió a bombardear objetivos cercanos minutos después.

Esta es una historia pequeña, dos hermanas que no quieren irse de una casa familiar llena de recuerdos, pero Ucrania está llena de ellas. Además de la muerte y la destrucción física, cada ronda de artillería rusa borra también los recuerdos de la vida tranquila que llevaban hasta hace bien poco millones de ucranianos.

En los últimos días los ataques rusos han subido mucho tanto en número como en potencia. Rusia ha vuelto a poner en la diana a la ciudad de Járkov, la segunda más importante de Ucrania antes de la guerra y habitada por una mayoría de población rusófona.

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