Francia Márquez y el sueño vicepresidencial en Colombia
EFE
Cuando era niña, a Francia Márquez nadie le dijo que podía ser vicepresidenta, era impensable que una mujer como ella, afroamericana y de una zona tan golpeada por el conflicto armado como es el Cauca, pudiera siquiera estudiar, y mucho menos gobernar. Pero puede que este domingo lo consiga, bajo la promesa de luchar por una Colombia en la que por fin se viva «sabroso».
La de Márquez, nacida en el pueblo caucano de Suárez en 1981, ha sido una vida de luchas: por estudiar, por sobrevivir en una de las zonas más «calientes», por sacar adelante a su familia tras ser madre adolescente, por tener que desplazarse forzadamente tras las amenazas recibidas por pelear por sus derechos y los de los suyos, y por defender la tierra en que nació.
Su aspiración como compañera de fórmula del izquierdista Gustavo Petro la ha puesto bajo el foco público y ha sacado a flote algunos de los comportamientos racistas y misóginos más deleznables de una campaña presidencial que podría llevarla hasta un poder que nunca ansió y desde el que buscará hacer de Colombia un país más justo.
Tras conseguir casi 800.000 votos en la consulta interna que escogió al aspirante presidencial de la coalición de izquierdas Pacto Histórico -la segunda mayor votación-, Márquez se subió al tren que lidera Petro con el anhelo de llevar a la izquierda por primera vez a la Casa Nariño.
Lucha por la representación
Márquez se ha convertido en un fenómeno político y un símbolo de las comunidades tradicionalmente marginadas en la política y en la sociedad colombianas, abriendo un resquicio a la esperanza de la representatividad y el cambio. Aunque precisamente este elemento de novedad en el panorama político también le ha valido críticas por su bisoñez política.
«Muchos dicen que no tengo experiencia para acompañar a Gustavo Petro a gobernar este país y yo me pregunto ¿por qué la experiencia de ellos no nos permitió vivir en dignidad?. ¿Por qué su experiencia nos ha tenido tantos años sometidos a la violencia que generó más de ocho millones de víctimas? ¿Por qué su experiencia no logró que todos los colombianos viviéramos en paz?», planteó a la audiencia en el cierre de campaña de la primera vuelta.
Márquez lo tiene claro: «Llegó el momento de sanar nuestro país, de reconciliarnos como la familia colombiana que somos». «Yo no pedí estar en la política, pero la política se metió en nuestras vidas. Esa Colombia patriarcal, hegemónica, racista y clasista es la política que queremos transformar», afirma, sabedora de que está muy cerca de convertirse en vicepresidenta.
«Soy una mujer afrodescendiente a la que desde niña impusieron el miedo a reconocernos como mujeres y como afro, a la que le enseñaron a sentir vergüenza de su color de piel, de su cabello y de su historia», dice Márquez, que ahora busca reivindicar su herencia con el sueño de que en Colombia se pueda «vivir sabroso».
«Vivir sabroso no es vivir con vagancia; es vivir en dignidad, es vivir en paz, es vivir sin miedo y es vivir con alegría. Es que los jóvenes de Colombia tengan oportunidades, que puedan vivir sus sueños», enfatiza.
El activismo que la acompaña
Uno de los hitos de su larga lucha social es el Goldman Environmental Prize, considerado el premio Nobel medioambiental. La candidata vicepresidencial nació en la vereda Yolombó del corregimiento de La Toma, en el municipio de Suárez, en el norte del departamento del Cauca, donde la extracción minera ha hecho de la región una muy rentable fuente económica.
Una angustia que comparte con muchos colombianos, que pagan los pecados de una tierra extremadamente biodiversa y rica en recursos a la que llegan las compañías multinacionales a hacer negocio. Márquez se plantó a los quince años: empezó su activismo para salvar el río Ovejas y oponerse a la minería, defendiendo su tierra.
El activismo la condujo hasta la carrera de Derecho de la Universidad de Santiago de Cali, desde donde siguió impulsando las denuncias en contra de los proyectos mineros en su región de origen, lo que le costó amenazas de muerte que la obligaron a marcharse.
Tras una llamada telefónica en 2014 en la que le dijeron que era hora de «ajustar cuentas», Márquez, madre de dos hijos y abuela a sus 40 años, no miró atrás y dejó su natal Suárez. «Esa noche salí corriendo de una reunión a buscar a mis hijos, pedimos un taxi, nos recogieron y salimos volados para Cali. En el camino yo sólo pedía que nos hiciéramos invisibles», relata en sus mítines.
Su larga trayectoria en defensa de la vida y de la tierra le valió en 2018 el Premio Goldman y, tres décadas después de que se movilizara por primera vez para defender el río Ovejas, está a las puertas de llevar la lucha ambiental hasta la Vicepresidencia de la República.
Márquez aglutina la lucha social, el feminismo, los pueblos históricamente marginados y los «nadie», a los que evoca continuamente, las olvidadas víctimas del conflicto armado, y se ha convertido en una suerte de símbolo del «cambio» que Colombia tendrá que decidir en las urnas este domingo.
«Me llamo Francia Márquez, quiero que Gustavo Petro sea mi presidente y quiero ser su vicepresidenta. Vamos de la resistencia al poder hasta que la dignidad se haga costumbre» son las frases con las Francia Márquez cierra sus intervenciones en los mítines, con la esperanza de que Colombia, por fin, «viva sabroso». EFE