+FOTOS| Conozca cuál es el lugar más cruel del mundo
El País de España
Dicen que es el lugar más cruel de la Tierra. Situado entre Etiopía, Eritrea, Yibuti y el mar Rojo, el desierto salado del Danakil es de una belleza deslumbrante. Y también lo más parecido al infierno. En este rincón único, científicos españoles y franceses buscan los secretos del origen de la vida.
Más caliente que las cavernas que esconden los cristales gigantes de Naica. Más irrespirable que los géiseres de Yellowstone o del Tatío. Pero en este desierto salado a 120 metros por debajo del nivel del mar, la Tierra ha sacado la mejor de sus paletas para crear un inimitable paisaje de formas minerales. Es el infierno del Dallol, en Etiopía.
En la superficie del continente africano, la geología está escribiendo una enorme Y. Lo hace porque la corteza oceánica emerge a la superficie abriendo titánicas grietas que se ensanchan a velocidades imperceptibles y que cuando se inundan se convierten en mares. Dos de esas grietas comenzaron a formarse hace 30 millones de años, y hoy son el mar Rojo y el golfo de Adén. La tercera, el pie de la Y, comenzó algo antes, aunque puede que se aborte. Aun así, ya ha dejado una inmensa marca que sube desde Tanzania a través de Kenia y Etiopía. Es lo que se denomina el Valle del Rift (valle de la grieta). En el punto de unión de esas tres grietas se encuentra un desierto de sal, la llamada depresión del Danakil, una extensión de más de 100 kilómetros cuadrados que a primera vista parece una interminable alfombra de sal, pero que esconde fascinantes fenómenos minerales y –quizá– también las respuestas a preguntas cruciales sobre la naturaleza de la vida.
En la superficie del continente africano, la geología está escribiendo una enorme Y. Lo hace porque la corteza oceánica emerge a la superficie abriendo titánicas grietas que se ensanchan a velocidades imperceptibles y que cuando se inundan se convierten en mares. Dos de esas grietas comenzaron a formarse hace 30 millones de años, y hoy son el mar Rojo y el golfo de Adén. La tercera, el pie de la Y, comenzó algo antes, aunque puede que se aborte. Aun así, ya ha dejado una inmensa marca que sube desde Tanzania a través de Kenia y Etiopía. Es lo que se denomina el Valle del Rift (valle de la grieta). En el punto de unión de esas tres grietas se encuentra un desierto de sal, la llamada depresión del Danakil, una extensión de más de 100 kilómetros cuadrados que a primera vista parece una interminable alfombra de sal, pero que esconde fascinantes fenómenos minerales y –quizá– también las respuestas a preguntas cruciales sobre la naturaleza de la vida.
En realidad, el Danakil no está cubierto por una alfombra, sino por un manto de sal de dos kilómetros de espesor depositado durante las sucesivas ocasiones en que el mar Rojo ha invadido esta depresión en los últimos 200.000 años. Bajo ese estrato salino existe un magma caliente que trata de alcanzar la superficie. El yacimiento de sal, plástico e impermeable, aguanta las embestidas magmáticas, pero se quebró finalmente dejando salir los líquidos, vapores y gases atrapados en su interior. Al cerro creado por el empuje del magma y moldeado por la mineralización se le conoce como el Dallol, un lugar que los afar, los pobladores de la región, consideran la morada de un espíritu maligno.
Al Dallol se sube por una cuesta color chocolate. Al amanecer, la temperatura ya supera los 30 grados. El paisaje es árido. No hay rastro de vida. El ambiente que se respira es inquietante, por el olor a azufre que percibes y por la presencia de los soldados etíopes que nos escoltan en esta insegura frontera con Eritrea.
El Dallol es un campo hidrotermal único. Por doquier hay fuentes termales donde el agua surge a borbotones a la temperatura de ebullición. Esa agua es en realidad una salmuera supersaturada en cloruro sódico. Cuando brota, toda esa sal que sobra cristaliza formando pilares que inicialmente son de un blanco brillante y puro. La acidez de las aguas es brutal, casi 500 veces más ácida que el limón. Tras la sal, cuando la temperatura del agua baja unas decenas de grados, condensa el azufre que pinta de amarillo flúor los pilares inactivos. Las aguas ácidas se embalsan gracias a represas construidas por la cristalización de la propia sal. El hierro, en contacto con el oxígeno de la atmósfera, se oxida bajando el pH hasta el valor más bajo medido en un medio natural, casi 10.000 veces más ácido que el limón.
Las sucesivas mineralizaciones debidas a la oxidación tiñen las aguas de colores cálidos, desde el verde lima al verde jade, desde el naranja al rojo, los ocres y chocolates. Caminas sobre una costra de sal que sabes hueca y quebradiza. Notas que bajo los pies hay algo que amenaza con salir a la superficie. El intimidador borboteo que se oye y se siente bajo el suelo ardiente por el que escapan los gases y vapores hace que te pienses cada nuevo paso que das. Ese vapor de agua salada construye estructuras de fina costra que parecen huevos de sal. Cuando las fuentes termales surgen bajo el agua embalsada, la salmuera cristaliza formando una tubería por la que llega hasta la superficie. Allí precipita una costra circular alrededor del surtidor creando hermosas estructuras en forma de seta que parecen nenúfares flotando sobre aguas multicolores.